De Puertas Adentro
Olalla Gómez, en los fluidos límites de su territorio
Para Olalla Gómez, el verdadero laboratorio es la ciudad. Pero de vez en cuando es necesario retirarse a un lugar, en su caso, su propia vivienda, en el que formalizar los resultados. Entonces surgen cosas maravillosas
No es el primer artista –y no será el último– que nos lo diga: lo fundamental que es la luz en su trabajo ... Y lo básica que le es también para trabajar. La última, Olalla Gómez , en su vivienda-taller en el barrio de Delicias, en Madrid: « Tengo algo de girasol . La necesito. Aquí, en el salón, tengo una iluminación preciosa, que me gusta aprovechar por las mañanas. La luz me afecta mucho. Soy como una planta: si no la siento, comienzo a mustiarme ».
Olalla nos recibe en su casa una de esas jornadas lluviosas de este octubre, lo que hace que los rayos de sol entren hoy más tamizados en las estancias de la vivienda. Allí llegó ella hace ocho meses , junto a su pareja, buscando un lugar céntrico en el que residir pero también trabajar (de nuevo, un artista nos vuelve a repetir lo de lo caros que están lo alquileres en la capital y la necesidad de tomar decisiones de este calibre): «En realidad, siempre he trabajado en el lugar en el que he vivido –nos comenta–. Por el tipo de procesos que llevo a cabo, no siento la necesidad de contar con un espacio físico específico para ello, a lo que se suma que, para mí, el verdadero laboratorio es la ciudad ».
Esta joven autora se nutre de las ideas que percibe, que escucha en la calle. Solo en casa se ocupa de todas las actividades relacionadas con la investigación, con la lectura que rodea a cualquier proyecto: «Si luego necesito un espacio para producir algo muy específico tiro de colegas, me busco la vida ».
Percheros de gigantes e interruptores marcados
Pocas cosas podrían hacernos pensar que nuestra protagonista lleva poco tiempo en este espacio, aunque hay una que, si se es observador, la delata inmediatamente : Los interruptores de la luz del pasillo lucen cada uno un cartelito para que sus usuarias no se equivoquen al utilizarlas. Para la propia Olalla, esto no es lo más extraño de una casa que ya ha hecho más que suya (de hecho, reconoce que es expansiva y que, cuando se pone, es capaz de convertirla en su totalidad en su estudio). Entonces nos señala lo que hay justo sobre la puerta de entrada: tres pequeñas perchas adhesivas que cumplen la función de perchero: «Pero de perchero de un gigante. Lo mismo sólo tú puedes usarlo ». No sin dificultad, supero el reto.
A nuestra fotógrafa le llama la atención el mobiliario. Todo de madera. Todo muy a juego : «En realidad los muebles los hago yo –nos confiesa–, pero no puedo considerarlos “obras” o parte de mi proyecto artístico. Es que no puedo evitar dejar de hacer. De hecho, cuando me bloqueo con alguna pieza, son mi salvavidas para seguir produciendo y no quedarme atascada en un callejón sin salida...».
Ser un poco diógenes no significa ser fetichista. Pocas cosas son las que esta creadora se llevaría consigo si tuviera que montar otro estudio: una foto de su madre, un cenicero, una piedra con mucha historia...
La madrileña, que tanto ha reflexionado con su obra sobre la memoria o el territorio, reconoce que ella es «de fluir constantemente» : «Y paradojicamente soy caótica, pero con un orden interno en el que sé siempre dónde está todo», agrega. En la vivienda, dos estancias son su base habitual de operaciones : el salón y una habitación al final del pasillo a modo de despacho. «En la primera puedo quitar la mesa y así “desparramarme” mucho. Este espacio lo empleo sobre todo cuando quiero ver cómo funciona una obra en el espacio, para marcar escalas».
¿A dónde se van los colores que se pierden?
Hoy que la visitamos, sobre el suelo de la estancia –un discreto pero elegante gres aragonés a prueba de bombas – la artista ha depositado algunas de las toallitas que se introducen en las lavadoras para evitar que la ropa destiña y que Olalla Gómez lleva cuatro años recopilando tras los lavados. Dispuestas en filas, son un bellísimo nuevo pantone con el que su autora habla de memoria (otro de sus grandes temas), de visibilidad e invisibilidad: «¿A dónde se van esos colores que se pierden?», nos espeta. «¿Y por qué se pierden y por qué con mayor o menor intensidad?», nos planteamos nosotros hipnotizados , viéndola disponer sus soportes sobre el suelo.
En las paredes, en una estancia en la que no faltan rescates de otros artistas y los libros, alguna obra anterior de esta creadora: como la fila de lápices con la que entró en la colectiva «El barco de Teseo», en Injuve , en 2005 («Ahora»), cerca de la mesa. O la más reciente: toda una hilera de tubos de ensayo rellenos con arena de diferentes países del mundo (con o sin Estado), y con la que desde la feria Estampa , en el estand de la galería Antonia Puyó de Zaragoza, reflexionará sobre el concepto de frontera y de paisaje «humano».
El material principal de esta pieza –la tierra– le ha llegado a Olalla a través de cartas desde los rincones más insospechados del planeta . Sus sobres (los que aún están por abrir y clasificar) reposan en otra pared, la del despacho, ámbito que la artista utiliza para leer, para llevar a cabo labores más delicadas, para todas las gestiones con el ordenador... Mientras nos señala el origen de algunas de esas cartas, descubrimos en su antebrazo la que es verdaderamente la última de sus obras: el diseño del tatuaje que ahora comparte con su pareja. Un conjunto de ondas que todo lo condensan y todo lo expanden. Una pequeña metáfora del universo construido, en conjunto, por esta creadora.
«Paradojicamente soy caótica, pero con un orden interno en el que sé en todo momento dónde está cualquier cosa»
«Yo llevo bien lo de trabajar en casa. Hay compañeros para los que eso es impensable , precisamente porque dicen que necesitan hacer un corte. A mí, la calle ya me oxigena lo suficiente. Y una vez que me encierro en un proyecto en la habitación, se me olvida que estoy en casa ». Hoy, ésta luce muy ordenada para lo que Olalla nos cuenta que es su manera de producir. «Hay una razón para ello –confiesa–. Acabamos de recibir a una amiga y era necesario poner orden. Pero lo normal es que yo tenga el salón invadido de cosas , que la mesa del despacho sea la de un ratón de biblioteca. Me gusta tener a mano todo el material que pudiera necesitar. Lo bueno es que en casa hay mucho amor y gestiono esto bien con mi pareja, que también se dedica al arte. Eso sí que es una ventaja».
Ahora: Ser un poco diógenes no significa ser fetichista . Pocas cosas son las que esta creadora se llevaría consigo si tuviera que montar desde cero otro estudio: una foto de su madre , un cenicero, una piedra con mucha historia que usa como pisapapeles... «Lo de almacenar me preocupa hasta cierto punto: lo bueno es que tengo un trastero maravilloso en casa de mi madre que uso para las obras más grandes. Para todo lo demás, aquí tengo habilitado un armario. Intento que el espacio me condicione lo justo , que si tengo que ampliar la escala de algo, porque lo necesit,a no tenga que estar pensando en las medidas de este salón».
Olalla no ha compartido nunca estudio. Podría hacerlo: «Pero tendría que ser con alguien a quien conociera mucho . Al final aquello se convierte en un segundo matrimonio. Es algo que no descarto, aunque ahora estoy bien como estoy. Sin embargo, si fuera con un grupo numeroso, me costaría. Me dispersaría demasiado. Es verdad que cuando estoy muy metida en mi labo r no me entero de nada de lo que ocurre a mi alrededor, pero hasta que llega ese momento, cualquier cosa me despista. Sin embargo, podría tener su punto. No lo sabré hasta que lo pruebe».
Un término que se ha ido de madre
A esta artista la suelen etiquetar de «artista político», pero ella prefiere matizar : «Creo que el término se ha ido de madre. Muchísimo. Sin embargo, para mí lo político y lo social están muy unidos y sí que es cierto que, sin tener un único tema específico y contar con muchas inquietudes, me interesan las cuestiones sociales». Ultimamente, admite, se está viendo especialmente interesada por cierto pensamiento reflexivo, de forma que poco a poco va transitando de los territorios de lo sociológico a lo filosófico.
Y así queda patente en esa línea del horizonte que introducirá en Estampa , con la misma galería con la que celebrará en 2019 una individual: «Con ella hablo de frontera, de límite , de construcciones. Y también de construcción de la verdad. De aquello que naturalizamos como propio y aquello que rechazamos. De la diferencia, una palabra polisémica , muy al caso cuando nos referimos a cuestiones sociales».
Con Olalla Gómez hablamos de rutinas, casi inexistentes en su caso («Cuando te dedicas al arte, es casi imposible desconectar . Para mí, de hecho, lo que hago en la calle también lo contemplo como trabajo. ¿Dónde empieza aquello? ¿Dónde acaba?» ). También charlamos sobre pautas (ese cigarro que enciende cuando trabaja, pero que al final olvida y que la mira desde el cenicero ; esa música necesaria, arrullo que tan bien le sienta tener de fondo , como la nana que en los últimos días una vecina le canta a su bebé y que alguna vez se cuela e interrumpe la placidez de lo que este haciendo); de modas (ella que siempre vivió en Carabanchel , a donde se desplazan ahora todos los colegas de profesión...). Su voz es cálida, invita a la escucha . Daría para quedarse horas. Pero toca marcharse. No sin antes de que yo descuelgue nuestros abrigos del perchero para gigantes. De otra manera, allí seguiríamos. En el territorio que nuestra anfitriona pliega y despliega con su trabajo. Y nosotros, tan a gusto.
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