CIUDADES DE CULTO
Nueva York, elogio de la desmesura
La ciudad que nunca duerme, bullente y cosmopolita, es para muchos la capital del mundo. El escritor Javier Moro traza su perfil
Nueva York no deja a nadie indiferente. Como todas las megalópolis, es u na y varias ciudades a la vez . Cada cual encuentra la suya, desde el visitante que disfruta de la extensa oferta cultural hasta los turistas que deambulan haciendo «»shopping en la capital comercial de los Estados Unidos -que es como decir del mundo-, desde hombres de negocio a la caza de oportunidades que solo aquí se dan, hasta científicos en busca de innovación, artistas ávidos de inspiración... Más que visitar Nueva York, cada uno hace la experiencia de la ciudad, según sus intereses particulares o según le venga.
A lo que todos reaccionan es a la belleza de la ciudad. No conozco a nadie que no le haya impresionado la arquitectura. El «skyline» es tan único y extraordinario que las demás ciudades del mundo siguen copiándolo desde hace siglo y medio. A pesar de haber sufrido los embates del terrorismo y de la vorágine inmobiliaria, Nueva York se reinventa constantemente para seguir siendo fiel a sí misma . A su grandeza, a su desmesura y a su cosmopolitismo. Es siempre distinta y siempre igual. Cambia, pero la esencia y el carácter permanecen.
Palabras de amor
Pocos saben que un español, Rafael Guastavino , dejó una impronta en Manhattan que ha sobrevivido hasta hoy. Lo descubrí comiendo en uno de mis lugares favoritos, el Oyster Bar , en Grand Central Station, un espacio formado por grandes cúpulas forradas de azulejos. El local, íntimo y grandioso a la vez, fue concebido y construido por los Guastavino, padre e hijo. Es un lugar conocido por sus ostras, pero sobre todo por la magia del sonido . Desde esquinas opuestas, las parejas de Nueva York llevan más de cien años susurrándose palabras de amor, y el sonido, por encima de los techos abovedados, les llega tan nítido que les parece un milagro.
Siempre distinta y siempre igual, su «skyline» es tan único que las demás siguen copiándolo
Guastavino era un valenciano que llegó en 1881 con su hijo de 10 años. No hablaba una palabra de inglés, pero traía un capital único, una patente para construir edificios ignífugos basada en un tipo tradicional de construcción mediterránea a base de arcos y bóvedas . Su talento no tardó en ser reconocido y, poco a poco, los grandes arquitectos de Nueva York lo fueron llamando para que participase en más de doscientos proyectos, solo en Manhattan. La cúpula central de la Catedral de St-John-the-Divine , la mayor del mundo, es obra de los Guastavino.
La estación original Penn Station también. El gran «hall» de Ellis Island, que fue testigo de la llegada de tantos y tantos inmigrantes , es otro espacio imponente que lleva su firma. En su próxima visita a la gran manzana, les aconsejo encarecidamente que visiten su obra maestra, que está escondida: la estación de metro de City Hall , cerrada al público. Se puede visitar bajo petición al MTA Transit Museum, que organiza «tours puntuales». Es una auténtica joya arquitectónica, una bóveda forrada de azulejos con grandes vidrieras en el techo. En esta ciudad donde todo se renueva sin cesar, permanecen las obras de los Guastavino, auténticos rincones de belleza . ¿Recuerdan aquel puente donde, en la película «Manhattan», Woody Allen contempla el amanecer sentado en un banco junto a Diane Keaton? Es el Queensboro bridge, cuya parte abovedada fue también diseño suyo.