Juan Manuel de Prada - Raros como yo
Nueces eroticolíricas
Iván de Nogales fue el raro más raro de la literatura patria, capaz de rimar hasta el apareamiento de las lechuzas
Debemos el descubrimiento de Iván de Nogales (1884-1927), el más raro monstruo de la literatura española, a Ramón Gómez de la Serna ; y la lectura de sus rarísimos libros al abogado Miguel Cid Cebrián . Iván de Nogales cultivó la poesía eroticolírica, el faquirismo genital, la convocatoria de ectoplasmas, el amaestramiento de pulgas , la dieta vegetariana, el revoloteo teosófico, el nomadismo sentimental y marítimo –con los correspondientes naufragios y gonorreas–, el dadaísmo político, la pintura cubista y la peluquería de sobacos, entre otras muchas disciplinas de gran enjundia y aprovechamiento.
Primogénito del prócer mirobrigense Dionisio de Nogales Delicado , Iván recibió una educación esmerada, pero siendo todavía muy joven ingresó en la marina mercante, deseoso de conocer geografías utópicas y hembras placenteras . En Viena aprendió a rascar las cuerdas del violín; en Lemberg recibió clase de «fotografía trascendental», disciplina que consiste en impresionar placas de yoduro mediante hipnosis; en Madagascar alternó con faquires que le recomendaron ensartarse agujas en la uretra, para mantener a raya la próstata; en El Pireo se incorporó a una colonia naturista que regentaba un hermano de Isadora Duncan ; en Salt Lake City convivió con una comunidad de mormones y se hizo adalid de la poligamia; en Berlín, en fin, ingresó en la Sociedad Teosófica, de la que luego sería apóstol activísimo .
Rompecabezas de mujeres
Así hasta llegar a París, en donde inventó el cubismo (aunque luego llegaran Gris, Picasso y Braque a robarle la idea) , pintando retratos de mujeres en cueros al modo de un rompecabezas: una italiana le servía como modelo para el pecho; una griega que había conocido en la colonia naturista para el vientre; una mormona para los tobillos; y así hasta llegar a las partes pudendas, donde Nogales se hacía un lío , porque había hendido «tantas granadas de carne roja con su yatagán desenvainado» (sic) que le daba cierto reparo escoger una y desestimar las otras.
En 1917, de regreso a su Ciudad Rodrigo natal, es elegido alcalde. Como primera medida de choque, ordena la incautación de la cosecha de trigo, para asegurar el abastecimiento de la ciudad; y, acto seguido, impone una multa a una bella mirobrigense a la que había querido seducir, bajo el cargo de «resistencia a la autoridad» . Fue también en su breve época de alcalde cuando Iván de Nogales se deja crecer una melena, muy prolija de rizos, que de vez en cuando se tiñe de verde y saca a pasear por la plaza del pueblo, para escándalo de sus paisanos, que no tardan en desalojarlo a gorrazos .
Nogales murió en Hendaya, tal vez sifilitico, como no podía ser menos en un plusmarquista venéreo
Así desembarca Nogales en Madrid, donde pronto se hará notar: primero en la Escuela de Bellas Artes, donde el tío marrano –nos cuenta Ramón– se empeñaba en peinar las axilas de las modelos que pintaba con un peinecito de carey ; luego en las juntas del Ateneo, a las que acude disfrazado de balance. En 1921, cuando el ultraísmo ya había calado, como una lluvia de licores absurdos, en la sensibilidad de las nuevas generaciones, Iván de Nogales se despacha con un libro de un erotismo furioso , titulado «Nueces eroticolíricas, heteroclitorizadas y efervescentes», que vendía –según nos revela César González-Ruano – acompañado de un cascanueces que entraba en el precio.
Por supuesto, las «Nueces eroticolíricas» de Iván de Nogales s on poemas siempre delirantes en los que el autor nos narra las más estrafalarias y cosmopolitas proezas sexuales , que ya se avanzan en la dedicatoria: «A todos los conejos mundiales, y especialmente a los españoles, y, en fin, a todos los conejillos de Indias que amo tanto». No faltan, sin embargo, en el libro, composiciones en las que el autor descansa, para ofrecernos algún que otro poema candoroso, como el titulado «Idilio lechuziego», donde describe el apareamiento de las lechuzas con una exactitud que ya quisieran para sí los documentales de Félix Rodríguez de la Fuente : «La lechuza se acerca, se corre; / el lechuzo la pica en el pico, / la pica en la cola, la pica bajito, / la pica en la cresta, ¡encarámase encima!, / ¡encréspanse!, ¡bufan!: / ya hay más lechuzitos».
Delicadas trogloditas
Era habitual verlo por la calle de Alcalá, acompañado de un lazarillo algo sarasa a quien llamaba Guzmancito, que le sacaba lustre a los zapatos y le rascaba la melena con un tenedor, para aliviársela de piojos y pensamientos impuros . Todavía antes de morir prematuramente publicaría algunos opúsculos de asunto feminista, como el titulado «La mujer, primer pintor de la humanidad», donde llega a la conclusión de que las pinturas rupestres son obra de manos femeninas , debido al escaso grosor de su trazo dactilar, pues los hombres trogloditas «tendrían unas manazas que seguramente serían mayores que las del obrero manual de hoy».
Como era millonario, pudo permitirse el lujo de exiliarse de España cuando Primo de Rivera empezó a dictar ordenanzas contra el piropo. Y murió en Hendaya en 1927, tal vez sifilítico, como no podía ser menos en un plusmarquista venéreo. Ignoro si habrá conseguido que le abran las puertas del cielo; pero sí es así me compadezco de los ángeles , cuyos sobacos como algodón de azúcar ya habrán probado el puñetero peinecito de carey de Iván de Nogales.