LIBROS

En el nombre sagrado de William H. Gass

El autor estadounidense -venerado por Susan Sontag y Foster Wallace, entre otros- regresa de los muertos con «La suerte de Omensetter»

William H. Gass fue escritor, crítico y profesor de Filosofía
Rodrigo Fresán

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Aquí comienza todo. Hágase la luz para que -por oposición- puedan conformarse las tinieblas de William H. Gass (Estados Unidos, 1924-2017).

Porque con «La suerte de Omensetter» (de 1966, pero incluyendo en sus tripas el ya publicado relato «El triunfo de Israbesis Tott» y casi terminado para 1958 cuando el manuscrito le fue robado de su escritorio en la universidad de Purdue, donde enseñaba, por un colega celoso al que rebautizó con nombre «pynchoniano», Edward Drogo Mork, la increíble historia se cuenta al final del libro) Gass inaugura su creación. Y deja bien claros buena parte de sus parámetros: entender lo íntimo como cósmico, el pueblo chico como galaxia, las diferentes voces narradoras como encandiladores agujeros negros.

Así que aquí Gass (escritor y crítico y profesor y genio escondido a la vista y admiración de todos) invita al imaginario pueblo de Gilean, Ohio, en el crepúsculo del siglo XIX. Lugar al que llega una familia de desconocidos para quienes se conocen entre todos desde la cuna a la tumba: los Omensetter con el casi sobrenaturalmente afortunado Brackett Omensetter -esposo y padre de dos hijas- como cabeza de clan. Enseguida, el retorcido reverendo local, Jethro Furber, se entrega al credo y dogma de odiarlo sin perdón ni salvación. Pronto, la buena fortuna y magnetismo de Omensetter perturbará a su propio casero, Henry Pimber, quien se perderá en los bosques para morir y provocar el duelo final y la postrera y solo confesable a solas soberbia culpa pecadora.

Ángeles de la guarda

El resultado es una lograda amalgama de William Faulkner , Edgar Lee Masters, Sherwood Anderson y Flannery O’Connor con James Joyce flotando sobre ellos como el más diabólico de los ángeles de la guarda.

Vaya un breve ejemplo de lo más que ejemplar en la, también, ejemplar traducción de Ce Santiago : «No era cierto, pero Jethro Furber sentía que se había pasado la vida aquí (...) El banco frío y áspero le resultaba tan familiar como la propia piel, y el jardín, con su diseño secreto y su significación sagrada, era como él mismo. Sonrió al considerarlo (lo había considerado a menudo), pues el cuerpo de cualquier símbolo era absurdo, ridículo como lo era el cuerpo de Cristo, tan lacio y de costillas tan marcadas. Y aquellos maderos de fabricación tan grosera clavados torpemente en la tierra eran una tontería. La crucifixión estaba tan lejos del amor . ¿Cuán lejos él de lo que significaba?...».

Sus parámetros: entender lo íntimo como cósmico, el pueblo chico como galaxia

Y, sí, esto fue sólo el principio. Por delante quedaban las ampliaciones de este pequeño campo de batalla en el ya traducido y formidable «En el corazón del corazón del país» (una suerte de complementario volumen de «singles» de compañía al conceptual «La suerte de Omensetter») o en el experimento «Willie Master’s Lonesome Wife». Después, Gass ascendería estas escaramuzas domésticas a conflictos mundiales en las «nouvelles» y relatos recopilados en Cartesian Sonata y Eyes y en las monumentales novelas «The Tunnel» y «Middle C». Títulos todos que -ojalá La Navaja Suiza continúe abriéndose y afilando su más que agradecible empeño- pronto tengamos la suerte de que hablen nuestra lengua con la voz del universo: la voz de W. H. Gass.

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