CÓMIC

«No buscaba hacer denuncia social, sino algo más íntimo»

«Las edades de la rata», una doble historia sobre la inmigración, le ha valido a Martín López Lam el premio Fnac-Salamandra Graphic

Martín López Lam emplea a las ratas como símbolos del cambio inevitable en este cómic

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Martín López Lam (Lima, 1981) es una de las personas más polifacéticas del panorama de la creación gráfica en nuestro país, ya que a la autoría de cómics como « Sirio » (Fulgencio Pimentel, 2016) une una larga trayectoria creando «fanzines», la fundación de una editorial alternativa ( Ediciones Valientes ) y de un festival de autoedición ( Tenderete ) y hasta una carrera artística que le ha llevado a exponer en galerías como Rosa Santos o Espai Tactel y a estar presente en ARCO. Su último cómic, « Las edades de la rata » (por el que ha ganado el premio Fnac-Salamandra Graphic), presenta en paralelo dos historias de inmigración: la de Manuela, una joven de origen chino en el Perú de comienzos del siglo XX, y la de Isidoro, un peruano en la Europa de comienzos del XXI.

Por curiosidad, ¿realmente hay un antiguo oráculo chino en una azotea de Lima?

De hecho, hay tres templos, aunque no sé si en los otros dos también hay oráculos. Sí lo hay en uno al que yo he ido un par de veces. Es muy raro, porque vas por una calle de Lima un poco degradada, vieja, y te metes a un callejón largo y oscuro, sales a una especie de entrepatio, subes a una escalera y ahí está un templo que parece de película de «kung fu».

¿Qué le ha llevado a contar estas dos historias en paralelo?

Estaba trabajando en otro cómic, sobre mitos urbanos limeños, y en la lista que tenía de leyendas había varias que me habían contado mi madre y mi abuela. Ese proyecto no llegué a sacarlo adelante, así que rescaté esas historias para a partir de ellas hablar de muchas cosas. Mi abuelo es chino y mi abuela es medio china también, así que me apetecía contar la historia de cómo llegan los chinos a Perú y cómo va cambiando su estatus social. Hay una historia que no aparece en el libro, pero que puede ser el origen: la de una casa embrujada en Lima que mandó construir un diplomático alemán cuyo primer trabajo en Perú fue resolver el conflicto de un barco del que están escapando chinos; así se descubrió toda una trama de semiesclavitud en la que los chinos llegaban en unas condiciones paupérrimas. Esta historia me dio pie para contar cómo se desarrollan los chinos en Perú y la historia de mi abuela, que también tenía fantasmas y cosas paranormales. Que, con el tiempo, me he dado cuenta de que en realidad eran todo mentiras; o a lo mejor es verdad, pero ya no me lo creo tanto. Y, por otro lado, tenía la historia de Isidoro. Me apetecía contar qué pasa con una persona en un caso como el mío (soy peruano y vivo desde hace dieciséis años en España). Contar qué tipo de transformación puede haber en un individuo, en cómo se siente identificado con su origen y con la cultura que lo acoge, en este paso que se abre entre dos mundos y dos culturas diferentes. Son dos historias que más o menos hablan de lo mismo, que pasan en las mismas circunstancias, pero la forma en la que los personajes las afrontan es diferente.

«Me sigo sintiendo más cercano a los festivales de autoedición que al Salón del Cómic de Barcelona»

¿Para la parte de Isidoro ha tomado mucho de sus propias vivencias?

Bastante poco, realmente. Antes de este, hice otro libro sobre Roma , donde había estado viviendo un año gracias a una beca de la Academia de España. Y había ideas sobre ser un expatriado que no llegué a meter en ese libro. A partir de ahí he investigado sobre la crónica negra de Roma y he sumado cosas que me han ido contando, o que leí por allí. Pero no es autobiográfico, no estoy hablando de mi propia experiencia.

Y para la parte del valle y de Lima en los años 30, ¿se documentó mucho, aparte de las historias familiares?

Sí, recabé mucha documentación y llegó un momento en que me planteé hasta qué punto quería ser fiel a ella, hablar de esa documentación. No es un cómic de denuncia social ni un cómic documental. Son temas que me interesan y que podrían ser potencialmente contable, pero este no era el momento, y es algo que requiere otro tipo de procesos, más documentalistas, más detallistas, más de recoger información y contrastarla. Un trabajo más periodístico que en estos momentos no tenía la capacidad de hacer. Por lo cual, tuve que ir quitando cosas. Pero en el cómic sí hay muchos hechos que ocurrieron realmente: el terremoto, los urristas (que eran como un movimiento fascista en Perú, una cosa totalmente ridícula), lo del templo chino… Pero están noveladas. De haberle dado más importancia a esos acontecimientos, el cómic hubiera sido diferente. Además, es una historia que parte de las vivencias de los personajes, es algo más intimo que sociológico.

Me llama la atención que para la parte de Isidoro haya escogido como narradora a un personaje muy periférico, que conoce la historia de segunda o tercera mano.

Tenía muy claro que ambas historias, que van en paralelo, tenían que diferenciarse. En la historia de Manuela vemos los acontecimientos según se van sucediendo; mientras que la de Isidoro es desde el punto de vista de alguien que aún está en Lima y recibe noticias de amigos, noticias que pueden ser reales o no. Es como ficcionar la vida del otro a quien conociste. A mí me pasa al revés, estando aquí tengo noticias de amigos que siguen en Lima y sus vidas para mí ya son una ficción. Y también es un juego, y me parecía muy importante que fuese un narrador que está presente, pero del que en ningún momento del libro se menciona el nombre. Creo que es un juego interesante que el lector se vaya dando cuenta de quién es el narrador de esa sección del libro.

La paleta de colores empleada tiende más a lo expresivo que a lo naturalista

Destaca mucho la paleta de colores del cómic. ¿Cómo la eligió?

Como tenía que diferenciar ambas historias y ambos tiempos, usé una paleta de color distinta para cada una. Los capítulos están muy bien diferenciados, pero quería que estilísticamente también fuese así. El color intenta ser más expresivo que real, algo que tiene que ver con mi estilo de dibujo, que es un poco más «sucio», de manchas y claroscuros, de jugar con las sombras.

Además de su trabajo en el cómic, también ha expuesto en galerías de arte importantes. ¿Se considera un dibujante que cuenta historias, o un narrador que dibuja? ¿O no ve distinción?

Hay una distinción en cuanto a medio y en cuanto a lenguaje, no es lo mismo hacer una viñeta muy grande que hacer un cómic con miniaturas. No funciona así ni narrativa ni técnica, ni visualmente. Yo me considero dibujante. No necesariamente dibujante de cómic, ni ilustrador, ni dibujante de galería. Me interesa todo lo que pueda expandirse el dibujo como tal.

Esta vez ha publicado con una editorial bastante grande y la historia es más directa que en otros de sus cómics. ¿Considera que este es su trabajo más comercial?

Sí, es el cómic más «normal», más «fácil» que he intentado hacer. No sé si lo he conseguido, pero sí que lo he buscado. «Sirio», por ejemplo, fue una cosa mucho más personal, en la que hice pruebas narrativas y también visuales; y en este he ido a aquello que sabía que iba a funcionar, que pensaba que podía funcionar para un público más abierto.

¿Y cómo ha sido la experiencia de trabajar para una editorial grande, desde su experiencia de editor alternativo?

Haber trabajado como pequeño editor de «fanzines» y cosas así me ha ayudado a saber cómo compaginar las páginas, por ejemplo. Hubo un momento en que –ya que hablamos antes de los colores–, intenté plantear que cada 16 páginas (que es el cuadernillo del libro) hubiera un cambio, pero me di cuenta de que eso hubiera exigido mucho a nivel de imprenta. He sentido la presión de entregar un libro con una fecha concreta, pero la diferencia más grande que he sentido ha sido el apoyo de los correctores de estilo, del diseñador, etc, porque en otras ocasiones he intentado hacer todo eso yo. Y, como sé cómo funciona, les puedo decir cómo quiero que sean las páginas. Mi experiencia previa me ayuda a saber encaminar el libro a como yo quiero que salga. Y el resultado no ha sido muy alejado a lo que yo tenía en la cabeza.

«Me considero dibujante, no necesariamente de cómic, ni ilustrador, ni de galería»

¿Cómo ve el panorama del cómic desde esa perspectiva de editor y organizador de ferias?

No sé hasta qué punto van de la mano. Creo que la autoedición tiene sus propias reglas y su propio contexto y el mundo cómic/libro tiene otro. La verdad es que me sigo sintiendo más del lado de la autoedición. Me siento más afín con ferias como Graf o Tenderete que con el Salón del Cómic de Barcelona. Lo tengo clarísimo. Apenas terminé el libro, me fui a una feria a Pamplona. Y también estuve en el Pichi Fest haciendo un taller. No me siento desligado del sector de la autoedición. Y después están las vivencias personales de cada uno, te haces mayor y tienes unas responsabilidades con la familia, así que no puedes permitirte seguir haciendo «fanzines», ya te van diciendo que a ver si quitas de casa todas las cajas de lo que no has vendido.

¿Ve muchas diferencias entre el cómic latinoamericano y el español?

En primer lugar una muy clara: aquí hay una industria y allí no, o hay una industria muy pequeña. Estilísticamente, creo que a partir de internet y de poder intercambiar influencias las visiones son muy parecidas. Sí que encuentro visiones más particulares, hay autores latinoamericanos que son de mis favoritos: Powerpaola , Inés Estrada, Berliac … Hubo un momento en el que me sentía más identificado con lo que hacía Berliac que con lo que podía estar haciendo aquí Paco Roca. Por mencionar a uno, no tengo nada contra Paco Roca, ¿eh?

Aunque en España también hay autores muy potentes en esa línea: Klari Moreno, Conxita Herrero…

Sí, pero, quieras o no, hay otro matiz, hay ese típico «nosequé». La forma en la que escriben Powerpaola o Inés Estrada es muy de ellas. Leo sus cómics y no puedo identificarlos con otra persona, mientras que con Conxita –cuyo trabajo me gusta mucho–, o con Klari igual puedo rastrear de dónde vienen, o sé hacia dónde están tirando. Mientras que en el último libro de Inés Estrada, « Alienation », es fascinante ver todo el mundo que crea y es un trabajo más sucio, más cercano a mí. Son afinidades.

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