LIBROS

«Nada de nada», morirse no está tan mal

El anglopakistaní Hanif Kureishi -novelista, dramaturgo y guionista- vuelve con toda su carga de sarcasmo y no defrauda

Kureishi ha llevado muchas de sus obras el cine
Mercedes Monmany

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¿Quién iba a decir que la jubilación sería tan apocalíptica?», se oye al vitriólico protagonista de «Nada de nada», la última novela de Hanif Kureishi . Más feroz y virulento que nunca al enfrentar a parejas a las zonas más oscuras de sus deseos, de su sexualidad y su cuerpo, o a las verdades que los mantienen aún unidos. Kureishi, desde sus comienzos, nunca ha dejado de producir sorprendentes e incómodas obras , que son un verdadero desafío a las convenciones e incluso a las sátiras que no lleguen demasiado lejos en cuanto a corrosión y estragos.

Con una escenografía y un reducido reparto que da a la obra un aire marcadamente teatral , esta comedia negra es un deslumbrante cuento sádico en el que el amor, los celos, la traición, el narcisismo, la humillación, la muerte y un letal y permanente instinto de autodestrucción giran de forma enloquecida sobre u n triángulo amoroso . En una casa de Londres que ya no es «el Londres decrépito y negro de hollín que poseía cierta aura con su desesperación de posguerra, sino uno banal y agotado, en el que hay demasiado dinero», tres personajes -un director de cine viejo y achacoso, su bella mujer pakistaní 22 años más joven y el amante de ésta que prácticamente se ha instalado a vivir con ellos- se odian y se aman salvajemente , coqueteando una y otra vez con la idea de la muerte, ya sea natural o provocada. «Morirse no está tan mal, deberíais intentarlo alguna vez», afirma con sarcasmo Waldo.

Trampa de placer

Waldo, el marido y narrador, actualmente impedido y enfermo, es el más inteligente y retorcido y el que moverá todos los hilos. «¿Qué es lo que hace un director de cine? -se pregunta-. Atraemos a los espectadores hacia una trampa de placer permitiéndoles ser testigo de crímenes. El crimen y el amor son los únicos temas . Proporcionamos pasión y crueldad. A cambio, el público nos proporciona dinero y fama». Brusco, caprichoso, anárquico, provocador y despótico, Waldo, a pesar de su actual decrepitud, no se rinde. Sigue siendo la temida y admirada figura del firmamento cinematográfico que un día los tuvo a todos de rodillas. Un mundo que no soporta «los fantasmones», como le recuerda Zee a su amante Eddie, antaño compañero de juergas de Waldo. Porque a fin de cuentas eso es lo que es Eddie. Algo más joven que Waldo, con la excusa de echar una mano, se pasa cada día por su casa y se ha liado con Zee, su mujer, ante sus propias narices. Sableador profesional, crítico de cine que consigue meterse en todas las fiestas y saraos.

La adorada musa y esposa de Waldo, Zee, es el amor de su vida. Llegó después de un sinfín de relaciones marcadas por «la idea de que todas las mujeres eran reemplazables». Ambigua y egoísta, aun cediendo con una pasión desatada a los placeres de la carne que ya no puede disfrutar con él, sigue situando a Waldo aparte de «ese mundo ordinario» al que sabe que un día, una vez su marido haya desaparecido, ella volverá. Porque Waldo, a pesar de lo despiadado y rabioso de sus últimos días, sigue irradiando una luz insuperable. Así lo reconoce su mujer, en la turbulencia de carnalidad y deseo en la que se halla atrapada.

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