LIBROS

El movimiento en un mundo parado en seco

Francois-Xavier Bellamy, eurodiputado francés, reflexiona sobre qué debe preservar la sociedad contemporánea tan dada a las prisas. Oportuna pregunta en estos días en los que el reloj avanza mucho más despacio

Francois-Xavier Bellamy

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Y de repente todo se ha frenado. Menos la historia. Confinados, también entre las paredes de nuestra conciencia , es un momento adecuado para preguntarnos si estamos aún a tiempo de resolver la crisis que parece haber agotado a la civilización que la hizo nacer. ¿Un nueva oportunidad? ¿Un nuevo comienzo? Es la hora de los filósofos, de los pensadores.

Francois-Xavier Bellamy (París, 1985) es eurodiputado por el partido de Los Republicanos franceses. Profesor de filosofía, además de dedicarse al asesoramiento en materias de política cultural, ha escrito uno de los libros más relevantes de crítica al sistema cultural en boga ( Los desheredados. Por qué es urgente transmitir la cultura ). En el caso que nos ocupa, la categoría sobre la que articula su análisis de la modernidad, y de la posmodernidad, es la del movimiento. La modernidad, por cierto, que es un periodo histórico y una visión del mundo. Ser rápido. Innovar. Cambiar. Adaptarse. Viajar. Estar a la última moda. Progresar. Siempre más y más deprisa. Ser dinámico, móvil, flexible, maleable.

La novedad como un bien en sí misma. La «disrupción» como el motivo de la existencia provocadora. La pasión por el cambio se puede convertir así en una forma de resentimiento, un rechazo a aceptar que las cosas sean como son. ¿Hacia dónde vamos? ¿Con quién? ¿A costa de qué? No se puede negar que en estas preguntas hay mucho, quizá más que la intuición primigenia, de los Escritos de guerra de Saint-Exupéry y su afirmación de que «luchamos para ganar una guerra que está situada exactamente en la frontera del imperio interior». Pero también nos topamos con pinceladas de una buena digestión de aquel Nietszsche cuando afirmaba que los grandes ídolos del progreso «están vacíos de toda sustancia humana».

Para pensar sobre el movimiento hay que partir, sin lugar a dudas, de Parménides, Heráclito, Platón , y luego irnos hacia la solución aristotélica, llave para entrar en el tiempo nuevo de Copérnico, Galileo, Giordano Bruno, Hobbes y, cómo no, Maquiavelo .

Crisis interior

Al fin y al cabo, Bellamy tiene claro que nuestra concepción del mundo, nuestra idea de la historia, la conciencia que tenemos del tiempo y del espacio, son fruto de esa revolución científica . Pero esa pasión moderna por el movimiento suscita una serie de desequilibrios que muchas veces lamentamos sin comprender, y que tienen un mismo origen, la crisis interior de la conciencia sobre lo que es estable, y necesario, en lo humano, y lo que cambia y debe cambiar.

Esta hipótesis adquiere perspectivas novedosas cuando se aplica, por ejemplo, al fundamento de la economía de mercado, al ámbito de la política o al del desarrollo tecnológico, que, al fin y al cabo, es la combinación entre ciencia y acción. Del que es fruto granado, por cierto, el digitalismo, la fascinación por el número.

No es nuestro autor un apocalíptico , ni un reaccionario, ni un conservador a ultranza, ni mucho menos. Su propuesta nos alerta sobre el hecho de que, en la perspectiva de lo político, que quizá haya que distinguir de la política, creer en la superioridad del devenir es ignorar lo que hay en el presente de la herencia de la historia, bienes que deben ser protegidos y transmitidos a las generaciones posteriores. Así entendido, «el progresismo -escribe Bellamy- no es una opción política, sino la neutralización de la política. No consiste en considerar que un progreso concreto es deseable, sino en considerar que todo movimiento es un progreso, lo que nos es más que una tautología».

Pluralidad

Entonces, ¿qué es lo que hay que preservar, qué nos permite conocer el origen y el fin, qué es lo que facilita la navegación humana y de lo humano, con un puerto desde el que levar anclas y un puerto en donde amarrar la existencia? Pues la cuestión política más importante, el bien y lo justo, que no fluctúan con las circunstancias y que son difíciles de alcanzar, que nos permiten saber qué libertad hay que defender hasta la extenuación. La democracia tiene así sentido en la medida en que facilita una pluralidad de opciones y ayuda a la organización del diálogo público en torno a la búsqueda del bien y de la justicia.

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