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«Moriría por ti», colgados por Francis S. Fitzgerald

«Moriría por ti» reúne dieciocho cuentos perdidos de F. Scott Fitzgerald, la mayoría escritos durante los deprimidos años 30 tras los excitados años 20, cuando todo empezaba a venirse abajo

El escritor norteamericano Francis Scott Fitzgerald (1896-1940)
Rodrigo Fresán

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Para cuando uno de sus tantos discípulos, Irwin Shaw, reconoció sin esfuerzo y hasta con cierto orgullo que «su fantasma cuelga sobre todas nuestras máquinas de escribir», estaba ya más que claro que el espectro de Francis Scott Fitzgerald (1896-1940) gozaba de mucha mejor salud y mayor fortuna que la que había gozado en vida y durante su paso por este valle de lágrimas «on the rocks». Ya se sabe: éxito temprano , escritor generacional, pasar de moda y largo calvario junto a su esposa Zelda por psiquiátricos y a solas y no tanto por enloquecedores estudios de Hollywood, el «crack-up», la «autoridad del fracaso», un postrero cheque de «royalties» cubriendo la totalidad de su obra casi descatalogada por 13,13 dólares, una casi última entrevista donde tambaleándose con vaso lleno de «scotch» gimió ante el joven y casi aterrorizado periodista un «¿Por qué debería preocuparme por mi generación ? ¿Acaso no tengo suficiente con mis problemas? Autores de éxito, Dios mío, autores de éxito…» y, poco después, caer para ya no levantarse con el corazón hecho pedazos.

«Best-seller» eterno

Antes Fitzgerald había dictaminado aquello acerca de que no había segundos actos en las vidas norteamericanas (y no estaba del todo en lo cierto pero sí tenía razón: porque su milagroso éxito y ascenso a los altares de los grandes clásicos de su país recién se produjo en modo «postmortem»). Hoy es «best-seller» eterno, «El gran Gatsby» factura como mínimo medio millón de dólares al año en regalías, su rostro enaltece un sello de correos, y Bob Dylan invoca su nombre y le roba frases en algunas de sus mejores canciones.

Y acaso lo más importante y lo mejor de todo: Fitzgerald nunca parece agotarse y siempre regresa a dar tres golpes sobre la mesa. Y en «Moriría por ti» -en dieciocho «cuentos perdidos», la mayoría escritos durante los deprimidos años 30 luego de los excitados años 20, cuando ya todo comenzaba a venirse abajo; ahora atractiva y cuidadosamente editados y fijados en su época pública y contexto privado por Anne Margaret Daniel- Fitzgerald vuelve a volver.

Entre risa y aullido

Y sí, aquí está de nuevo Scott para proponernos otra vez aquello de «acerca tu silla al borde del precipicio y te contaré una historia» con esa cara de muñeco fatal que siempre tuvo. Más de lo mismo que nunca nos parece suficiente porque -como precisó con sabiduría de alumno aventajado John Cheever - «Los mejores de sus cuentos fueron tan vividos como escritos (...). Fitzgerald nos obsequia la certeza de que la Era del "jazz" y el "crash" fueron momentos sin precedentes pero que, sin embargo, existieron para ser parte inseparable de su arte».

En este volumen abundan chispas que alumbran más que los pasajeros incendios de hoy en día

Todo esto vuelve a bailar frenéticamente y a desfallecer de agotamiento en los textos que componen «Moriría por ti» y que -entre la risa y el aullido- fueron archivados por, en su momento, ser considerados poco fitzgeraldianos en algunos casos, en otros desconcertantes y, en unos que son los mejores, muy pero muy tristes incluyendo ya la materia oscura desesperada que distinguiría la en su momento poco valorada «Suave es la noche». A saber: sanatorios lunáticos bajo la luna, intentos de suicidio , matrimonios náufragos, barras libres para desbarrancarse, y un frenesí que va de la comedia loca a la tragedia demente en cuestión de líneas. Pero también hay aquí rarezas como un par de estampas ubicadas durante la guerra civil, variaciones sobre una idea con distintos finales (que permiten estudiar el «modus operandi» de Fitzgerald), escenarios para posibles películas jamás filmadas, o sátiras del mundo editorial como «El pagaré», con un fraseo que adelanta al mejor Woody Allen por escrito .

Inmortales fantasmas

Y, de acuerdo, no hay «Babilonia revisitada», «La tarde de un escritor», «Sueños de invierno», «Absolución», «El niño bien» o «La última belleza sureña». Pero sí están maravillas como la que da título a la colección o «Las mujeres de la casa (Fiebre)», el juvenil «Fuera de juego», y esa melancólica estampa que es «Gracias por la luz», rechazada en 1936 por «The New Yorker» pero presentada con honores el año pasado como adelanto de este «Moriría por ti». Y abundan aquí y allá destellos de aquella luz verde que fascinaba a aquel gángster millonario desde la orilla de enfrente y chispas que alumbran más que tantos de esos arrasadores pero pasajeros incendios de hoy en día que solo acaban dejando olor a humo. Así, chicas incandescentes que lloran «por la inevitable tristeza del mundo» y hombres súbitamente iluminados que de pronto se sorprenden diciendo «cosas que no pueden ser puestas por escrito». Afortunadamente y más allá de sus «blues», Fitzgerald sí las puso por escrito. Y aquí retorna, una vez más, reviviendo por y para nosotros -colgados por él- como solo los verdaderos e inmortales fantasmas saben y pueden hacerlo.

«Moriría por ti», colgados por Francis S. Fitzgerald

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