LOS LIBROS DE MI VIDA

Montaigne: mi hermano, mi semejante

Los «Ensayos» de Michel de Montaigne constituyen una prodigiosa autobiografía en la que desnuda su propio yo

Estatua de Montaigne en la Sorbona de París
Pedro García Cuartango

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Siempre he sentido fascinación por la imagen de un Michel de Montaigne encerrado en la torre de su castillo y rodeado de libros al final de su no demasiada larga existencia. Murió en 1592 cuando había cumplido los 59 años. En ese escenario familiar y en el mismo lugar donde había nacido, muy cerca de Burdeos, Montaigne dedicó ocho años a escribir sus Ensayos , la más prodigiosa autobiografía jamás escrita : «quiero que se me vea en mi forma simple, natural y ordinaria, sin contención ni artificio, pues yo soy el objeto de mi libro».

Cuatro siglos después de su fallecimiento, los Ensayos no sólo no han perdido vigencia sino que muchas de sus reflexiones parecen extraídas del presente porque, como sucede con los clásicos, nos interpelan en lo más profundo. No resulta exagerado subrayar que las inquietudes de Montaigne siguen siendo las nuestras. La amistad, la lealtad, el amor, la vanidad, la generosidad, el dolor, la política y la religión aparecen en los tres volúmenes de esta obra inmortal en la que, parafraseando las palabras de Baudelaire en Las flores del mal , nos sentimos impulsados a exclamar: «mon frère, mon semblable» (mi hermano, mi semejante) .

Dilemas que afrontar

No hay la más mínima afectación ni impostura en los escritos de Montaigne, cuya voz podemos imaginar como si nos estuviera hablando directamente a nosotros en los tres volúmenes que integran los Ensayos , que recomiendo leer en edición bilingüe a quien domine el francés. Estos textos han estado sobre mi mesilla durante largos periodos, junto a la Ética de Spinoza, y muchas veces me he preguntado qué haría Montaigne en los dilemas que me ha tocado afrontar.

Siendo católico, Montaigne abogó por la tolerancia en unos momentos en los que Francia estaba dividida por las guerras de religión, de tal forma que intermedió para conseguir la paz entre los bandos de Enrique III, fiel a Roma, y Enrique IV, partidario de la reforma de Lutero. Reconocido por su talante bondadoso , fue elegido alcalde de Burdeos en 1581, el mismo cargo que había ejercido su padre. Su carácter fue sometido a prueba cuando la peste asoló la ciudad.

Montaigne rechazó prebendas y honores . Enrique IV le tenía en gran aprecio y le ofreció un puesto en su Corte como consejero, que no aceptó. «Yo no he recibido jamás ninguna generosidad por parte de los reyes, que no he pedido ni merecido, ni me han dado paga alguna por los pasos que he dado a su servicio», escribe. Si en un friso del templo de Apolo en Delfos figuraba la inscripción «conócete a ti mismo», atribuida por Platón a Sócrates, Montaigne hizo suyo un interrogante con el que podemos identificar su obra y su espíritu: «¿Qué sé yo?» . Los Ensayos son una pregunta no exenta de incertidumbres sobre la existencia humana.

Defensor de la tolerancia

Montaigne poseía una cultura enciclopédica que le lleva a encadenar citas de los clásicos como Virgilio, Plutarco y Séneca. Pero lo hace siempre sin abrumar al lector porque se nota que el autor ha destilado esos saberes de la antigüedad a través de la experiencia. El autor de los Ensayos no es, sin embargo, un hombre tibio ni contemporizador porque jamás elude su opinión en asuntos espinosos como el suicidio o las persecuciones religiosas . Por el contrario, defiende la tolerancia porque es consciente de que el fanatismo puede devastar Europa en el momento de fractura que le ha tocado vivir.

Por decirlo con una palabra, Montaigne era un humanista, un pensador de la complejidad en un mundo donde se exigía fidelidad a los monarcas y a la religión. Nunca se plegó a aceptar las verdades oficiales, siguiendo el ejemplo de Etienne de La Boétie, su mejor amigo, muerto a los 33 años. Hay mucho en Montaigne de la filosofía de La Boétie, autor del Discurso sobre la servidumbre voluntaria , el más implacable panfleto sobre los vicios del absolutismo, en el que sostiene que el peor de los males del tiempo es la ciega sumisión a la autoridad. Su influencia atraviesa las páginas de los Ensayos .

Cuando vivía en París en los años 70, solía pasar por la plaza cerca de la Sorbona donde se halla la estatua de Montaigne . Está sentado sobre un cubo en actitud meditabunda, con las piernas cruzadas y un libro en la mano. Decía la leyenda que los estudiantes de antaño tocaban la efigie para adquirir sabiduría antes de un examen. Sus libros me han acompañado como un fiel amigo que te proporciona c onsuelo y serenidad.

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