ARTE

MoMA: crecer para volver a crecer

Desde el pasado lunes, el MoMA de Nueva York muestra una nueva cara: una ampliación que le permite integrarse más con la ciudad y diversificar su colección

La reapertura le ha permitido al museo reorganizar sus conjuntos artísticos

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Este lunes era día grande en el MoMA de Nueva York. Sus puertas se abrían al público después de cuatro meses cerrado por obras. Una renovación ambiciosa, que ha ampliado el museo, ha removido sus tripas, ha rediseñado su colección y ha creado espacios innovadores. La cola de visitantes que esperaban para comprar su entrada en la reapertura se vio sorprendida por una protesta en la nueva versión del vestíbulo del centro . El espacio sigue conectando las calles 53 y 54 de Manhattan, pero ha crecido en altura y anchura: una especie de plaza pública, con dos galerías de visita gratuita y con ingreso al jardín de esculturas, en uno de los esfuerzos del museo por ser menos una fortaleza y abrirse más a la ciudad.

Las protestas eran de activistas de organizaciones ligadas a Puerto Rico: exigían al MoMA la expulsión de su consejo de administración del financiero Steven Tananbaum, cuya firma posee miles de millones en deuda estatal de Puerto Rico, cuyas arcas públicas están en quiebra. Bloqueaban la entrada en la calle 53, que ahora está rematada por un espectacular toldo metálico, y gritaban a los visitantes cosas como «¡MoMA, no puedes aceptar el dinero manchado de sangre de Steven Tananbaum !». Hubo detenciones -entre ellas, una conocida política demócrata, Melissa Mark-Viverito- y escándalo, también perplejidad para quienes llegaban de otras partes del mundo a ver el nuevo envase de la mejor colección de arte moderno y contemporáneo del mundo.

Si antes era difícil visitarlo en su totalidad en un día, ahora será imposible

El episodio es un recordatorio de la conexión del MoMA con la elite financiera , que entronca su última expansión con la idiosincrasia neoyorquina de la que participa el museo: crecer y crecer, y volver a crecer. Desde el cubo modernista que se levantó en 1939 en la misma manzana donde hoy sigue el MoMA -un diseño de Goodwin-Stone- el museo ha encadenado renovaciones y ampliaciones periódicas: las de Philip Johnson en las décadas de 1950 y 1960; las de César Pelli en la de 1980, y la última gran expansión hasta ahora: la de Yoshio Taniguchi en 2004.

El MoMA se ha comido buena parte de esa manzana, delimitada por las avenidas Quinta y Sexta. En la renovación que se acaba de inaugurar, eso ha significado el derribo de uno de sus vecinos, el American Folk Art Museum. Convertida en una institución con problemas financieros, el MoMA la compró, lo demolió entre protestas de arquitectos y nostálgicos y ha rellenado el espacio con su propia ampliación, que también llega hasta los pisos bajos de un rascacielos residencial de Jean Nouvel.

Un imán de turistas

La obra, firmada por los estudios Diller Scofidio+Renfro (responsables del celebre parque elevado High Line y el reciente centro de artes escénicas The Shed, ambos en Nueva York) y Gensler, añade unos 4.000 m2 de espacio expositivo, para un total de más de 16.000. Si antes era difícil visitarlo en su totalidad en un día, ahora será imposible.

La expansión será un imán todavía mayor para turistas. En los últimos años, el MoMA recibía alrededor de tres millones de visitantes anuales, y las proyecciones son que el año que viene aumenten en otro medio millón. Habrá más salas, pero seguirán abarrotadas. La entrada seguirá siendo cara, 25 dólares. La obra ha costado 450 millones, aportados en parte por algunas de las mayores fortunas de la ciudad -a cambio de importantes exenciones fiscales-. La cantidad equivale al presupuesto del Museo Reina Sofía de una década. Pero todo es relativo: hay apartamentos en la torre de Nouvel, vecino de arriba, que cuestan 60 millones.

Con una venda en los ojos sobre si el MoMA es un simple reflejo de desequilibrios económicos, su ampliación solo hará crecer el atractivo del museo. No tanto porque incluye nuevos espacios espectaculares, mirando a la ciudad, para instalaciones, performances y artes escénicas. Sino, sobre todo, porque permite reconfigurar la presentación de su impresionante colección en un espacio mucho más amplio y flexible. El recorrido mantiene cierto apego cronológico, pero se intoxica con temáticas diferentes, con invitaciones a artistas de otras épocas a dialogar con grandes piezas, con mayor diversidad racial y de género de los artistas o con mayor presencia de disciplinas como la foto, la escultura y el vídeo.

Un ejemplo evidente

El caso más evidente, y que ya congrega multitudes a su alrededor, es la espectacular sala de «Las señoritas de Aviñón» (1907) de Pablo Picasso, una de las joyas del museo, que conversa con otro cuadro de grandes proporciones, «American People Series» (1967), de Faith Ringgold, artista negra del Bronx. Pero hay muchos otros diálogos, que saltan por sorpresa entre el recorrido por el arte contemporáneo y moderno.

Será difícil disfrutarlo con tranquilidad, por las hordas de visitantes que ya pululan por las nuevas galerías. Entre el ambiente corporativo que tiene parte del nuevo diseño -ya lo tenía antes, y ahora se ahonda en algunas partes- y las multitudes, no le va a faltar razón al crítico de arquitectura de «The New York Times» Michael Kimmelman, cuando describió su primera sensación sobre el nuevo MoMA: «Puede que sientas que estás entrando en una tienda de Apple». Será así, pero nadie querrá dejar de verla.

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