ARTE
La mística geometría de Mondrian y De Stijl
El Museo Reina Sofía culmina una de las muestras de la temporada, la dedicada al movimiento De Stijl, capitaneado por Piet Mondrian. Un autor en el que también sitúa su mirada, aunque «virtualmente», la Fundación Juan March
Aquel solterón calvinista de costumbres espartanas que pintaba los más estrictos cuadros geométricos que puedan imaginarse resulta que era un entusiasta del jazz, y hasta se entregaba apasionadamente a bailes como el tango, el foxtrot o el charlestón, si bien, como advierte Karin von Maur , «los practicaba con fervor verdaderamente científico». Aunque admiraba los exóticos y sensuales bailoteos de Josephine Baker, Mondrian (1872-1944) bailaba dando pasos en líneas rectas como si planificara un cuadro.
Es evidente que este artista absorbió los entusiasmos románticos para convertirlos en quietud geométrica : en 1890, pintaba barcos a la luz de la luna, en la tradición de las marinas holandesas, y casi veinte años después, autorretratos de mirada hipnótica. Radicalizó la estética del arte por el arte con un intenso toque místico.
Robert Rosenblum advirtió cómo Mondrian se sintió impelido a buscar, «más allá de las creencias religiosas convencionales, los medios de penetrar los misterios del espíritu y el sentimiento». Devoró los escritos de Rudolf Steiner y llegó a ser miembro de la Sociedad Teosófica Holandesa en 1909.
En comunión
Buscaba, por medio de su arte, la comunión con las fuerzas vitales. Antes de convertirse en un riguroso pintor abstracto, sometió las flores a un escrutinio casi místico, como en el hermoso Crisantemo de 1900 o en el girasol recto y luego moribundo de 1908, obras que tienen que ver con Runge o con las metamorfosis de las plantas de Goethe . Pero sobre todo remiten a aquella especulación teosófica desplegada por Steiner según la cual la vida vegetal era el reflejo del macrocosmos.
Parece como si buscara en la Naturaleza un reflejo especular de su estado de ánimo, al tiempo que una manifestación de las fuerzas y misterios elementales , como en su imponente Árbol rojo (1908). El impulso espiritual se explicitaba en sus cuadros de fachadas de iglesias, fascinado por la arquitectura gótica, en torno a 1910.
Tal vez el paisaje esencial lo encontró en el mar, y, sobre todo, en las playas deshabitadas, en esas pinturas de dunas en las que incluso el mínimo monje de Friedrich ha desaparecido. En este océano vacío, paradójica materialización de lo sublime moderno, comienza una nueva cosmogonía.
Mondrian avanzará hacia la construcción de un mundo sin objetos tras asimilar el programa cubista y sin renunciar a su «programa místico». Recordemos que Madame Blavatski consideraba que la forma geométrica pura estaba relacionada con el reino de la divinidad. Si acaso se inspiró en el «huevo del mundo» de la mitología hindú, también encontró en la música un modelo de nueva armonía.
En 1912, mantuvo intensas conversaciones con el compositor Jakob von Domselaer sobre el futuro de la disciplina. Asistió a los conciertos de los Bruiteurs italianos en el París de 1921. Los intrarrumores de Russolo eran un ataque en toda regla al tonalismo de la clásica y, sin duda, aquellos sonidos de la vida cotidiana inspiraron a un Mondrian, que ese mismo año publicó en la revista De Stijl , dirigida por Theo van Doesburg , un artículo sobre aquellas «novedades» sonoras.
El holandés buscará, tal y como se podrá apreciar en la imponente exposición del Reina Sofía , ligar las fuerzas centrífugas de los tres colores primarios (amarillo, rojo y azul) a las fuerzas continuistas de las superficies del no-color (negro, blanco y gris) y los ángulos rectos de las líneas divisorias.
Clement Greemberg dirá que este artista se revela «demasiado disciplinado», conservador en lo cromático y atrapado en la moldura de las últimas pinturas de Manet . Junto a sus colegas neoplasticistas aglutinados por la revista De Stijl , pretendía liberarse del marco tradicional del arte, cuando lo que tal vez llegó a hacer fue establecer un «cuadriculado» tan estético como inquietante.
Un ritmo dinámico
Pasó sus cuatro últimos años en Nueva York y allí entendió que «el auténtico boogie-woogie » era algo análogo con su intención pictórica: «Destrucción de la melodía -declaró con entusiasmo-, que equivale a la destrucción de la apariencia natural, y construcción mediante la confrontación de medios puros. Un ritmo dinámico».
Desde el trance místico y la mirada fija de sus autorretratos llegó a las retículas armónicas, tratando -como escribiera en la última página de su ensayo crucial Realidad natural y realidad abstracta (publicado en 12 entregas entre 1919 y 1920 en De Stijl )- de perder «todo vestigio de lo trágico, de lirismo y de sentimiento». Puede que eso reprimido retorne en nuestro tiempo desquiciado con una atonalidad inarmónica.
Paralelamente, la Fundación Juan March , que en 1982 ya montó una exposición reveladora, ahora genera un magnífico «ensayo», un comisariado en la red que ofrece materiales estupendos como, por ejemplo, un pasaje de la conferencia que ofreciera Max Bill en la que recuerda cómo Mondrian, en los salones parisinos de París, «no perdonaba» ningún baile. El caso Mondrian es un ejemplo de pedagogía cultural de enorme calidad, enlazando lo que llaman «curación digital» con el Atlas de Warburg , dando visibilidad a los espectros históricos, pero tomando posición en la época de la furia de las imágenes. Excelente expansión del «museo imaginario».