ARTE

«Una mirada insular», primitivismo y universalidad

La Fundación Martín Chirino alcanza uno de sus retos: fusionar el arte canario con la creación internacional

Una de las espirales de Chirino en la exposición
Javier Rubio Nomblot

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Elaborar un relato coherente del movimiento contemporáneo canario mostrando su singularidad y por qué resulta relevante en un contexto más amplio. El trabajo de los tres artistas convocados, Óscar Domínguez , Manolo Millares y Martín Chirino , es conocido internacionalmente desde hace décadas, mas esta exposición, que será ya una referencia obligada en cualquier estudio ulterior, es la primera que explora de forma exhaustiva las relaciones entre su obra, la cultura y el paisaje de las islas, así como sus conexiones con las vanguardias peninsulares y europeas ya desde los años treinta.

Se impone un sueño

El texto de su comisario, Juan Manuel Bonet , deslumbrante, certifica que esta cita, «Una mirada insular», es un proyecto ambicioso y largamente acariciado tanto por el propio Bonet como por el presidente de la Fundación Martín Chirino . Hay que regresar a 1989, cuando el escultor promovió -contando también con Bonet, que comisarió la muestra inaugural, «El surrealismo entre Viejo y Nuevo Mundo» , claro antecedente de la actual-, la creación del CAAM, un museo esencial que posibilitó la penetración del arte posmoderno en las islas. Por decirlo con Chirino, «esta exposición es una iniciativa que surgió en paralelo a la idea fundacional de nuestra institución. Es una de las directrices prioritarias que nos marcamos desde el primer momento, y que está recogida en los estatutos: la contextualización del legado canario en la cultura universal , para lo que se hace indispensable el diálogo de nuestro presente con nuestra tradición».

Mas, ¿qué concreta contextualización, qué diálogo? El relato maravilloso de Bonet, cuajado de personajes y acontecimientos, se inicia con un cuadro esencial -sin el que no habría hecho la muestra- cedido por el Reina Sofía, «Cueva de Guanches» (1935), de Domínguez, porque a partir de él puede el historiador relacionar la tradición cultural prehispánica de las islas -y su paisaje singular, representado por los dos «Dragos» de Domínguez fechados en 1933- con el surrealismo europeo y recordar una fascinante concatenación de sucesos que van desde el viaje de Breton y Péret a Tenerife en 1935 (para inaugurar la «Exposición Internacional del Surrealismo», organizada por la mítica «Gaceta de Arte» de Westerdahl) hasta esas espirales de forja basadas en motivos prehistóricos que son los «Vientos» de Chirino, pasando por la relación -poco conocida mas perfectamente ilustrada aquí gracias a la presencia de una pieza del Museo Canario- entre las arpilleras de Millares y los fardos funerarios prehispánicos de cuero curtido y cosido.

Sin apabullar

Con todo, no hay aquí una de esas apabullantes acumulaciones de obras sobre las que ciertos comisarios suelen cimentar sus tesis: el relato, que incide en el carácter atlántico de la cultura canaria y, por tanto, en sus vínculos con África, Europa y América, toma forma en las diversas salas del Castillo de la Luz gracias a un conjunto de piezas y documentos escogidos con cuidado, como son el «Aborigen de Balos» (1952), rara pieza figurativa de Millares evocadora como varias otras del esquematismo de Torres García (América); alguna «Reina Negra temprana» (c. 1952) de Chirino, varios dibujos de Domínguez dedicados al paisaje isleño y todas esas fotos, revistas y libros que recuerdan al Agustín Espinosa de «Lancelot 28º7º», a Humboldt, al grupo surrealista, a Dau al Set, ADLAN y LADAC, a «La Gaceta de Arte», a Padorno o al ZAJ Juan Hidalgo.

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