ARTE
Mentir bien la verdad
La obra de Joan Fontcuberta –tanto sus series fotográficas como su importantísima producción teórica– se ha movido desde el comienzo en torno a los conceptos de verdad y mentira, representación e ilusión en la fotografía
Tradicionalmente, ya desde su aparición a mediados del siglo XIX, la fotografía fue considerada una estrategia de representación cargada de una elevadísima temperatura de fidelidad y objetividad a la hora de reproducir y reflejar el mundo real. El convencimiento de que representaba la realidad, y por ello, también la verdad, prácticamente nacerá con este nuevo lenguaje, y sobre todo con el paisaje científico en el que apareció: el positivismo.
Hay autores que han sabido radiografiar acertadamente este fenómeno: « La fotografía debía suplir las carencias de la mano en la producción de imágenes realistas , imágenes que restituyeran el parecido de lo real […]. Esto institucionalizó la creencia de que ese nuevo «modus operandi» garantizaba que el resultado era un reflejo de la realidad. Nace ahí la idea de que la imagen fotográfica está revestida esencialmente, imperativamente, fatalmente, de una naturaleza documental».
Mentira inevitable
El que escribe estas palabras es Joan Fontcuberta (1955), pero será también él mismo quien, en un irónico y lucido giro, revierte y rebate esta creencia cuando –en uno de sus libros más significativos, «El beso de Judas»– afirma que toda fotografía es una mentira : «Toda fotografía es una ficción que se presenta como verdadera. Contra lo que nos han inculcado, contra lo que solemos pensar, la fotografía miente siempre, miente por instinto, miente porque su naturaleza no le permite hacer otra cosa. Pero lo importante no es esa mentira inevitable. Lo importante es cómo la usa el fotógrafo, a qué intenciones sirve. Lo importante, en suma, es el control ejercido por el fotógrafo para imponer una dirección ética a su mentira. El buen fotógrafo es el que miente bien la verdad».
Fontcuberta no ha dejado de investigar los diferentes mecanismos que construyen nuestra imagen de la realidad
Verdad y mentira, realidad y ficción, representación e ilusión, han sido siempre conceptos bien presentes en su obra . Así, Joan Fontcuberta viene desempeñando desde hace ya muchos años dentro del panorama de la fotografía española contemporánea un papel destacado y singular. Y, bien pensado, también debemos decir plural. Una pluralidad que no sólo se refiere a su propia trayectoria como artista sino que además, e íntimamente ligado con esta, se articula en torno a su importante labor como teórico, escritor, profesor y comisario de fotografía . De esta forma, a su amplia trayectoria como fotógrafo, plasmada en un gran número de exposiciones, se une asimismo una ingente actividad como crítico y ensayista, que le llevaría a conseguir en 2011 el Premio Nacional de Ensayo por su libro «La Cámara de Pandora». Junto a ello, ha recibido también el Premio Nacional de Fotografía en 1998 y, más recientemente, en 2013, el prestigioso Premio Internacional de Fotografía Hasselblad.
Desde el inicio de su práctica artística, a principios de los ochenta del pasado siglo XX, Fontcuberta, no ha dejado de investigar –ni en sus series fotográficas, ni tampoco en sus reflexiones teóricas– los diferentes mecanismos y técnicas de ficción y de representación visual que construyen nuestra imagen de la realidad, poniendo en evidencia que no hay ningún texto ni ninguna imagen que sea del todo inocente .
En pequeñas dosis
A través de su personal itinerario artístico, que se mueve en un territorio expandido entre la imagen fotográfica, el espacio mostrado como museo, laboratorio o gabinete de curiosidades, y el libro como formato paralelo de narración y exposición, Fontcuberta ha ido recorriendo un singular camino de funambulista alrededor de la esfera del arte , moviéndose con equilibrio sobre el cimbreante y difuso alambre que separa realidad de ficción.
Sus diversos proyectos expositivos –varios de los cuales pueden verse ahora en esta exposición «Imago ergo sum»– constituyen un peculiar «tótum revolútum» en el que se cuecen a partes iguales la ilusión, la realidad, la fantasía, la imaginación, el falso documento, la voluntad narrativa , la auto-referencialidad, los objetos, la ironía, la cuidada puesta en escena, las publicaciones, el cuestionamiento del concepto de autoría, la ciencia, la naturaleza y la cultura.
Sólo una última reflexión en voz alta: a mi juicio, cada una de sus series cobra más fuerza y eficacia vista por separado, y no formando parte de una visión de conjunto . La verdad –aunque sea bien mentida– sabe mejor en pequeñas dosis. De otro modo, puede acabar empalagando.