LIBROS

Marta Sanz, las voces de las muertas

La escritora madrileña presenta su obra más radical, culminación de la trilogía que arrancó con «Black, black, black». Novela de denuncia con tintes negros, expresionistas

Marta Sanz fue Premio Herralde de Novela con «Farándula» José Ramón Ladra

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Marta Sanz (Madrid, 1967) ha escrito su libro más radical. Voluntariamente radical, y conscientemente subversivo. Me ha parecido excelente que lo haga así, subjetivo, como lo ha hecho, sin pretender que nazca de ningún consenso acerca de vivos y muertos o de una política de reconciliación. De haber querido que naciese de una paz consensuada no habría sido escrito. Porque esta novela es, además de un manifiesto estético, una manifestación de una posición política que quiere hacer contigua a una posición literaria . Podría decirse que Marta Sanz ha dibujado en ella su poética literaria como forma de hacer política con la escritura. Nace el libro de lo excesivo, y se propone ser un disparo a las buenas conciencias respecto a muertes y asesinatos habidos en la Guerra Civil.

El motivo de arranque es el descubrimiento de fosas comunes en los arrabales de Milagros, un pequeño pueblo de Burgos que se ve aquí transformado en Azafrán, topónimo pronto modificado por el juego lingüístico (más que un juego) de Azufrón, un modo de decir metonímicamente el infierno. Ya hay novelas de configuración realista sobre los enterramientos en fosas anónimas. Recuerdo dos recientes, de José María Merino ( La sima , 2009) y de Andrés Trapiello ( Ayer no más , 2012). Pero Marta Sanz parece no querer otra novela sobre la Guerra Civil y las fosas de fusilados, sino una novela sobre la barbarie en la que las voces de los muertos (aquí las muertas) se levanten, como si fuese una especie de Juicio Final o de Aquelarre que se parece mucho a una sinfonía barroca o un Sueño quevedesco convertido en pesadilla.

Desafío

Esta obra es como una gran sinfonía barroca de lenguaje, en la que al modo quevedesco el significante es el significado, es decir, que se utilizan las palabras en todo cuanto pueden tener de obsceno, de denuncia, de expresividad arrítmica, de ruptura con los cordiales sentidos del diccionario, para acumular connotaciones concebidas al modo de puñales, como queriendo que el lector se vea impelido al esfuerzo de la comprensión y al desafío de su desmesura.

El lector corriente no es aquí esperado, o si quiere leer cómodo dejara pronto de hacerlo, porque la novela está llena de difíciles planos. Hacia tiempo que en español, posiblemente desde San Camilo, 36 u Oficio de tinieblas 5 , de Camilo José Cela , no se utilizaba la trama con tantos planos disjuntos, como queriendo deshacer (ocultar) y hacer (mostrar) al mismo tiempo .

Culpas ahogadas

La primera parte alterna dos voces narrativas, la de Luz Arranz, narradora externa, y la de Paula Quiñones en cartas a Luz, contando lo que le ocurre en la pensión en la que se aloja cuando ha venido a investigar los hechos acaecidos. Es un tiempo de hoy el ambiente de esa familia, con el centenario abuelo Jesús, el nieto David, hermoso amante ocasional de Paula, y los padres y tíos, los Beato. Es un ambiente de silencios, de culpas ahogadas, de terrores solo entrevistos que el lector va descubriendo a la vez que Paula . Esta alternancia termina luego y pasa a una novela corta como si fuese inserta, donde vamos a los hechos, para finalmente darse el desenlace con lo que le ocurre a Paula, que me resisto a revelar, y las acciones conclusivas en que la maldad es extrema.

Esta obra es como una gran sinfonía barroca de lenguaje, en la que al modo quevedesco el significante es el significado

Como lector, pero también como crítico, me ha interesado menos lo que se cuenta que la poética nacida de la obra. La autora la ha hecho explícita en dos antetextos, uno de Manuel Vázquez Montalbán, en un poema titulado SOE (Seguro Obrero de Enfermedad ), donde aparece la famélica legión de tísicos en la cola del subsidio. El otro es Francis Bacon quien penetra la poética técnica del libro, con su estética tremendista, en la que el contenido nace de un grumo, una rebelión del significante que invade el cuadro.

Marta Sanz lo traduce en el reino del lenguaje como lugar único y privilegio de quien puede decir la desmesura del horror desde las palabras. Hay otros intertextos, pues Juan Rulfo informa las voces de muertos, y otros que no están pero podrían haber estado. Pienso en que antes que Bacon lo hizo la pintura negra de Goya , y sus brujas, o en lenguaje el barroco de Lezama Lima. El expresionismo como forma única de significado de una barbarie sin condena.

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