LIBROS

Marcos Giralt Torrente: «La culpa es una constante en las relaciones familiares»

El escritor madrileño reúne sus últimos cuentos de asunto unitario -la familia- en «Mudar de piel»

El escritor Marcos Giralt Torrente
Carmen R. Santos

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Marcos Giralt Torrente (Madrid, 1968) conoció y vivió el a mbiente literario y artístico desde pequeño. Es hijo del pintor Juan Giralt, nieto del escritor Gonzalo Torrente Ballester y sobrino del también escritor Gonzalo Torrente Malvido. Licenciado en Filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid, ha sido escritor residente en varios centros e instituciones como, entre otros, en la Academia Española de Roma, la Universidad de Aberdeen, en el Künstlerhaus Schloss Wiepersdorf, en la Maison des Écrivains Etrangers et des Traducteurs de Saint Nazaire. Asimismo ha ejercido la crítica literaria.

Cuentista y novelista , se dio a conocer con el volumen de relatos Entiéndame (1995, Anagrama), género en el que también ha publicado: Nada sucede solo (1999, Ediciones del Bronce); Cuentos vagos (2010, Alfabia), colección de microrrelatos; El final del amor (2011, Páginas de Espuma) y Mudar de piel (Anagrama), que acaba de ver la luz. Por otro lado, en 1999 se alzó con el Premio Herralde de Novela con París , de aliento proustiano y bella prosa. En 2005 dio a la imprenta Los seres felices (Anagrama), exploración del mundo de la pareja. Cinco años después aparece Tiempo de vida (Anagrama), ganadora del Nacional de Narrativa y del Strega Europeo, y magníficamente recibida por crítica y lectores. De raigambre autobiográfica, Marcos Giralt Torrente nos regala un libro valiente, un retrato brillante y conmovedor de su padre y de las complejas relaciones que mantuvo con él.

¿Eligió usted que la recopilación se titule concretamente con uno de ellos, «Mudar de piel»?

Sí. Me costó mucho decidirme porque no quería destacar ese cuento en particular, pero no encontré una alternativa que me convenciera. Por lo general, no se me dan bien los títulos. Este es una metáfora de lo que sucede en cualquier narración. Los personajes de una historia mudan siempre de piel, cambian. Si ese cambio, aunque sutil, no se percibe, la historia no es buena.

«Mi abuelo, Gonzalo Torrente Ballester, fue esencial en mi vida. Con su recuerdo tengo una relación más difícil. Intento ahora escribir sobre ello»

¿Destacaría este o algún otro/otros de los aquí recogidos?

Uno de los propósitos que me guió a la hora de escribir el libro es que todos los relatos estuvieran, en la medida de lo posible, igual de logrados. No quería que ninguno destacara sobre el resto. En el volumen hay tres tipos de cuentos distribuidos en alternancia según su extensión. De alrededor de treinta páginas, de alrededor de ocho y de alrededor de quince. Naturalmente esas diferentes extensiones influyen en sus características. Los más breves son estampas de memoria, anécdotas representativas de una vida resueltas mediante las inflexiones del tono de sus narradores, y los más largos se construyen a partir de la interrelación entre las atmósferas meticulosamente construidas y el carácter de los personajes. Sin embargo, he intentado que todos fueran, a su modo, piezas únicas, sin jerarquías ni dependencias de unos de otros.

¿Cuál sería el conflicto principal que prevalece en estos relatos?

El conflicto principal, y por eso encabezo el volumen con una cita de Max Frisch al respecto, es el de la culpa. La culpa es una constante en las relaciones familiares aunque solo sea porque pocas veces las relaciones humanas son equitativas en intensidad y expectativas. Es inevitable que haya quien da más o espera más y quien se conforma con menos. En mis cuentos siempre hay un personaje que se siente en desventaja frente al otro. A veces es el propio narrador y a veces otro, pero esa ecuación está presente en todas las historias. Una ecuación que generalmente se resuelve favorablemente. Siente culpa, a consecuencia de su resentimiento, quien recibe menos de lo que cree merecer, y por supuesto puede sentirla también quien da menos de lo que debiera.

«La familia es una representación a pequeña escala del mundo, todos los conflictos que gobiernan este se dan de forma más acusada en su seno»

¿Por qué le interesa tanto explorar el universo familiar?

La familia es una representación a pequeña escala del mundo, todos los conflictos que gobiernan este se dan de forma más acusada en el seno de la familia. En ese sentido, es como una mesa de laboratorio. Por otra parte, la familia me permite prescindir de los nombres propios. Tengo un problema con los nombres: intento evitarlos porque me parece que, en la medida en que concretizan demasiado, alejan al lector, y yo intento hacer historias donde lo concreto ligado a un territorio o una cultura determinada tenga poco que decir. Prefiero escribir «mi padre», «mi madre», o «mi hermano» porque eso es igual en Irán, Islandia o Vietnam.

Y dentro de este universo, quizá especialmente la figura del padre que aparece en varios cuentos…

Los padres son espejos. En la infancia y juventud nos ayudan a construirnos, y, luego, en la madurez, son el hilo del que tiramos para intentar entendernos, para «deconstruirnos». La vida de todos se desarrolla en un diálogo constante con esa figura que no necesariamente tiene por qué ser un padre biológico. En mi caso particular, tuve por temporadas una relación bastante difícil con el mío y es normal que esto aflore en mi literatura. Ahora bien, en este libro he intentado diversificar. Hay padres, pero también madres, hijos, hermanos y hermanas, cónyuges. Parto de la convicción de que uno siempre adjudica sus problemas a aquello que lo singulariza. Si es la madre la que falla, la culpabilizaremos a ella; si es nuestra posición de hermanos menor en una familia numerosa será este hecho al que atribuiremos lo que nos disgusta.

Y protagonizó su novela «Tiempo de vida». ¿La calificaría de autoficción?

Autoficción es una etiqueta que engloba muchas cosas y que ni siquiera como etiqueta es demasiado nueva. Yo he ensayado distintas denominaciones para «Tiempo de vida». Empecé diciendo que era una «ficción sin invención» y hoy en día la califico simplemente de novela autobiográfica. Javier Cercas ha acuñado la expresión «relato real» que me parece también adecuada. Muchas novelas de Jean-Claude Carrière consisten en eso. Se trata de reconstruir una historia real tal y como sucedió o al menos tal como uno de los personajes implicados la vivió. Nada que ver -aunque reciba la misma etiqueta- con esos libros en los que el autor se inmiscuye en su propia invención como un personaje más. De todas formas, ambas fórmulas se practican al menos desde el Siglo de Oro.

«Un buen relato es una ventana abierta a la complejidad mundo. No la contiene pero la enseña»

Me habría servido de catarsis si en el momento de arrancar a escribir aún supurara la herida. Lo cierto, sin embargo, es que la herida estaba cerrada. Escribí «Tiempo de vida» porque me parecía una historia digna de ser contada: la reconciliación entre un padre y un hijo en el momento más difícil de la vida de ambos. Si esa reconciliación no se hubiera producido con anterioridad a la escritura habría sido con toda seguridad un libro distinto, quizá más atormentado.

¿Cómo le surge la chispa para escribir: una idea, una imagen, un recuerdo…?

Generalmente parto de una voz que intento que suene rugosa, con recovecos difíciles de tipificar, y luego voy tejiendo el argumento a su alrededor. Mis personajes y narradores tienen contradicciones que los determinan porque eso está en la propia condición humana.

«Mis personajes y narradores tienen contradicciones que los determinan porque eso está en la propia condición humana»

¿Sabe de antemano si será un cuento o una novela?

Lo sé siempre. Las ideas no me asaltan en el autobús ni en el dentista, sino que tengo que buscarlas, y las suelo encontrar a la medida del género en particular para el que las busco. A veces un relato que estaba planeado para una extensión determinada puede alargárseme, pero no es frecuente. Suelo perfilar la estructura muy pronto y así es difícil que sucedan ese tipo de sorpresas.

¿Cuáles son los ingredientes de un relato perfecto?

La literatura siempre debe sugerir más de lo que muestra pero eso, en el relato, es casi un dogma de fe. Un buen relato es una ventana abierta a la complejidad mundo. No la contiene pero la enseña. Para lograrlo debe haber una tensión específica que se resuelve mediante una ajustada economía de los recursos.

«Conozco las estrategias con las que enterramos lo que más nos duele» leemos en su relato «Rendijas, islas». ¿Cuáles son las que utiliza Marcos Giralt Torrente? ¿O piensa que es quizá mejor no enterrar el dolor?

Enterrar el dolor siempre es mala cosa, pero enseñarlo puede ser muy desconsiderado con los demás. Como con tantas cosas en la vida, no hay una medida justa y muy fácilmente conviven ambos extremos. Hay que tener en cuenta, además, que no siempre actuamos de la misma manera en contextos diferentes. El hijo de ese cuento actúa con su padre de una forma parecida a como yo lo hice durante mucho tiempo con el mío: se calla, se muerde la lengua. Sin embargo, toda esa infelicidad o insatisfacción a la que no da salida no desaparece. Actúa como un dolor sordo que puede condicionar todo su desarrollo personal.

¿Le ha pesado/influido…, para bien o para mal, ser nieto de Gonzalo Torrente Ballester?

No me ha pesado nunca, ni siquiera cuando algunos trataron mi primer libro con cierta suspicacia simplemente por el hecho de ser yo nieto de un escritor célebre. Tuve la fortuna de mantener una relación muy estrecha con él, me recomendaba libros, leía con interés mis primeros escritos... Adoptó el papel de maestro y yo se lo agradecí brindándole mi cariño y admiración; fue una persona fundamental en mi vida. Lo quise mucho. Ahora, en cambio, tengo una relación más difícil con su recuerdo. Era una persona sensible y cultivada, a la que importaba mucho la opinión que los demás tenían de él, era sentimental y demandaba afecto, y sin embargo no supo ser ni un buen padre ni un buen marido. Me refiero a su primera familia, de la que provengo. Proyectó muchas sombras. Lo cuento sin rencor, únicamente porque le he dedicado años de reflexión y estoy intentando escribir sobre ello.

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