LIBROS
Manuel Padorno, poeta de la mirada
Desde su atalaya de Madrid o desde su bella casa de Punta Brava, Padorno construyó una poesía inigualable
En muchos aspectos, Manuel Padorno (Santa Cruz de Tenerife, 1933 - Madrid, 2002) tuvo una personalidad desbordante. Poeta, pintor, editor, animador cultural , fue un hombre genialmente excesivo, esto es, un hombre que quiso apurar siempre esa bebida desconocida a la que llamamos vivir. Vitalista siempre, si se pasó media vida buscándose fue por intentar encontrar ese yo y esa voz que dieran la medida del enorme poeta que llevaba dentro. Tal vez por eso, la aventura poética de Padorno es una de las más complejas y ricas que se han dado entre nosotros en las últimas décadas. Como Lezama con Cuba, Padorno construye su obra para crear una verdadera mitología insular. El Atlántico, la luz, la playa son en él algo más que lugares, algo más que ideas, son imágenes rescatadas del misterio en que se resuelve el mundo. Poeta y pintor de la mirada, sabe que el verdadero deber de la poesía es construir realidades, crear para el lector un universo inédito.
La publicación ahora del primer tomo de su «Obra completa (1955-1991)» viene a confirmar esto: que toda su poesía, más allá de sus tentativas y de sus estilos, es un único poema de búsqueda de esa imagen capaz de contener el mundo y del lenguaje capaz de crearla. Poeta de la materia, sabe que la trascendencia se crea a través de la mente en ese espacio privilegiado que es el poema. De esta forma, construye un sistema poético donde intenta dar cuenta, donde crea, lo invisible en el seno mismo de lo visible.
La luz olfatea
Tal vez por eso a Padorno solo le cabe crear un lenguaje, una lengua poética acorde con ese reto. Una lengua poética personalísima donde el nombrar y la sintaxis que acoge ese nombrar siempre son sorprendentes y decididamente originales. Una lengua capaz de integrar diferentes sensaciones: donde la mirada oye, la luz olfatea, la arena rumia. Porque en Padorno, la sinestesia es una forma de visión, una filosofía que expresa que el verdadero estado de la realidad es el de la confluencia, es decir, el de la imaginación. Una lengua que combina la oralidad y la fractura discursiva, la claridad, la esencialidad y lo narrativo porque es tan inmenso lo que quiere nombrar que necesita ser una lengua integradora, abierta y fecundada.
Más allá de alguna matización biográfica e interpretativa, de que su originalidad es mucho más profunda que la diferencia que establece con la poesía de este tiempo, esta edición es intachable, documentada y lúcida en sus apreciaciones. Un volumen necesario . A quince años de su muerte, la valoración crítica de su obra solo ha hecho crecer. Empieza a ser apreciado en su justa medida.
Su poesía respira todo esto: intimidad y conciencia, contemplación del mundo, compromiso por hacer de la vida un estado habitable. El hombre aquel que recogía en la Playa de Las Canteras todos los pequeños objetos que devolvía el mar, es el poeta que va recogiendo, palabra a palabra, los materiales para una nueva forma de visión. Casi podríamos decir, con Juan Ramón al fondo, para crear la geografía de la supervivencia. Porque no se ha hablado suficientemente hasta qué punto la raíz de su universo es trágica.