ARTE

Madriñán y Tornero, luz y lucidez en dos miradas cruzadas

El Centro del Carmen (Valencia) confronta la prometedora foto de Jesús Madriñán con la siniestra pintura de Josep Tornero

Obra de la serie «La desaparición de las luciérnagas», de Josep Tornero

MARISOL SALANOVA

Jesús Madriñán (Santiago de Compostela, 1984) y Josep Tornero (Valencia, 1973) coincidieron en la Real Academia de España en Roma hace unos años. Ahora sus individuales más recientes convergen en el Centro del Carmen (Valencia), sin compartir espacio pero en salas colindantes.

«Mil noches y una noche» muestra el resultado de una investigación sobre la vida nocturna de los jóvenes en la actualidad , con retratos en los que Madriñán emplea el gran formato analógico introduciéndose en ambientes de ocio en ciudades como Londres y Roma. Recortados contra el cielo del alba, los modelos parecen condensar en una mirada el final de una larga noche de fiesta. Su propuesta impacta , sin llegar a ser narradora de la escena contracultural al estilo de Nan Goldin .

Improvisados modelos

Subyace en esta serie un espíritu documentalista de atmósfera lúdica que, adentrándose en tribus urbanas y estéticas diversas , recuerda a Miguel Trillo. No obstante, aquí existe una diferenciación clara por el tratamiento de los fondos en que retrata Madriñán -una seña identificativa- provocando la ilusión óptica del «sfumato», técnica pictórica que conoce, bien ya que en sus comienzos se dedicó a la pintura. La aplicación de dicha característica a sus fotos otorga una singular profundidad, aportando un aspecto de lejanía que resalta el atractivo de los improvisados modelos.

Por su parte, «La desaparición de las luciérnagas» ofrece un conjunto de instalaciones pictóricas y escultóricas de Josep Tornero que privilegian la idea de montaje sobre la de serie para establecer múltiples maneras de relación entre las piezas; todas ellas surgidas a partir de fotomontajes en torno a la sociedad del miedo.

Máscaras y vendas

El artista se sirve de iconografía propia del periodo de entreguerras para comprender los miedos que acechan al primer cuarto del siglo XXI. Máscaras antigás de fabricación soviética cubren los rostros de infantes que juegan al aire libre en un cuadro siniestramente bello y que confronta el retrato de una figura antropomórfica sin rostro. Como el Slenderman del cuento viral, que llevó a unas niñas a la locura por leer en internet que un malvado personaje pálido, sin facciones, sin ojos, orejas o boca, se les iba a aparecer, producto de un relato de terror colaborativo.

Las máscaras y vendas sobre rostro o extremidades son elemento recurrente en el proyecto, con alusiones a Halloween , como las orejas de conejo, las sonrisas de payaso con colmillos de goma o la calavera. Quizás el hacerlas visibles sea una forma de purificación de esos miedos latentes, de leer la Historia de una forma no lineal y atender a acontecimientos potencialmente cíclicos. Porque, si olvidamos la Historia estamos condenados a repetirla.

Mediante cuatro bustos clásicos intervenidos en una mordaz escenografía, Tornero interroga el sentido de la «Heimlich» freudiana, la inquietante extrañeza que busca lo siniestro en imágenes banales . Así, un mural de vinilo con imágenes de Ribera, de Tiziano, de las Torres Gemelas incendiadas, dialoga -siempre en blanco y negro- con pinturas que evocan a Pasolini con puntos de luz parpadeantes, que sucumben a la metáfora de la luz en la imagen de las luciérnagas exterminadas por los focos y reflectores del poder.

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