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Luis Mateo Díez: «El ser humano es tragicómico y a veces ridículo»
El creador de territorios míticos como Celama, nos ofrece en su última novela, «El hijo de las cosas» (Galaxia Gutenberg), una fábula tan inquietante como divertida
-¿Es «El hijo de las cosas» su novela más divertida?
-Casi siempre hay humor en mis ficciones, pero en este caso es más explícito y la diversión se corresponde con una escritura más desorbitada. Puede ser la más divertida, eso aprecian quienes ya la han leído. Encierra menos ironía, más carcajadas, un punto de sátira.
-Sobre todo ante las adversidades ¿el humor es un bálsamo?
-El humor supone una mirada singular de lucidez ante todo, pero muy especialmente ante las adversidades, las desdichas, la crueldad con que a veces nos trata la vida. También precisa una puntada de inteligencia, ya que es un periscopio extraordinario para observar con complejidad y sin tapujos lo que somos y los nos pasa. La risa es catártica. El ser humano es tragicómico y frecuentemente ridículo.
-Ha bebido del expresionismo, pero aminorando su lado más sombrío...
-Me han atraído las líneas menos agudas o de mayor contraste, las deformaciones de un irrealismo que tiene también raíces esperpénticas, una tonalidad buñuelesca, un vistazo hacia la literatura del absurdo y el aderezo de fábula inquietante. Menos sombrío, es cierto, más vitalista.
-En su novela hay sugerentes personajes secundarios como Toño Viñales, o el exnovio farmacéutico de una de las hermanas. ¿Cuida a esos personajes como a los principales? ¿Son tan importantes como los otros para armar una buena narración?
-Los secundarios son sustanciales en el paisaje humano de la novela, revelan oposiciones imprescindibles y, hasta en ocasiones, contienen ellos mismos otras novelas concomitantes. La verdad es que para mí cada personaje es una novela, y esos secundarios son extremadamente generosos al añadir sus existencias. Como novelista me interesan ante todo los personajes, son ellos los intermediarios de lo imaginario, la trama les ayuda a salir a flote pero casi ni la necesitan.
-Frente a Cano, egoísta, tarambana y vividor, sus hermanas son muy responsables...
-Cano es el hermano que les ha caído como una losa a sus hermanas, una de esas herencias familiares tan al cabo del día, que los padres dejan al irse. A mis protagonistas les toca esa responsabilidad y ellas la asumen con todas las consecuencias. Son más responsables, no me cabe duda, y mucho más expuestas a la manipulación de los débitos y de los sentimientos.
«Mis personajes son peculiares y necesitan nombres así para resultar verosímiles y más inolvidables»
-¿La familia es un espacio especialmente narrable? Puede ser muy positiva pero también a veces parece propiciar esa manipulación de los sentimientos, incluso al chantaje emocional...
-De eso trata mi novela, de esas manipulaciones y chantajes en un entorno desbaratado, en una ciudad fantasmal y hasta misteriosa, lo que añade un escenario más desnudo y vibrante a la atmósfera moral. Lo decía Isaac Bábel: la familia es con frecuencia un asunto confuso y oscuro.
-Usted ha creado territorios ya míticos como Celama. «El hijo de las cosas» se desarrolla en Oceda. ¿Cuáles serían las diferencias y similitudes básicas entre los dos lugares?
-Mi mapa narrativo, mi territorio literario, es una provincia imaginaria en la que hay muchas ciudades, Oceda es una de ellas, que se repiten en mis novelas, a las que llamo «Ciudades de Sombra». Son antiguas, tienen un pasado de esplendor pero se han hecho viejas, decrépitas, fantasmales. Quienes las habitan andan extraviados, casi se defienden para sobrellevarlas, aunque a veces inconscientemente. Es un planteamiento alegórico. Celama es una comarca en el suroeste de esa provincia imaginaria. Un pequeño territorio que encierra la metáfora de la muerte de las culturas campesinas, de un pasado del trabajo como sufrimiento. Celama, que ya no existe, irradia al resto una atmósfera no por letal menos compasiva y poderosa. Podría ser el mal sueño de esas urbes venidas a menos.
«Quienes habitan mis ciudades imaginarias andan extraviados»
-Numerosos de sus personajes llevan nombres curiosos, como en «El hijo de las cosas» ¿Por qué esta predilección?
-Todos son seres peculiares y, como tales, tienen nombres peculiares, los necesitan para ser verosímiles y para que resulten más inolvidables. Muchos de esos nombres tienen la raíz de los topónimos.
-«A veces el alivio está en que alguien nos escuche», leemos en «El hijo de las cosas». ¿También proporciona consuelo la literatura? ¿A quién la escribe y a quién la lee?
-Sin duda, el alivio del conocimiento de otras vidas que enriquecen el nuestro. Alguien que nos escuche, alguien a quien podamos escuchar para entendernos mejor, para conocernos con más profundidad y complejidad. El arte en general consuela con la belleza, con la emoción estética, nos descubre algo de lo mejor de nosotros mismos. La escritura es un don que se corresponde con el don de la lectura, el mismo privilegio para quien la crea que para que quien la recibe, ya que quien lee la novela la hace suya.
«La RAE no puede hacer de policía del lenguaje, es la sociedad en sus malos usos verbales quien debe tomar conciencia de ellos»
-Usted cultiva tanto la novela como el cuento. ¿Cuándo le surge una historia decide desde el principio a qué género va a destinarla?
-Es la historia quien lo decide, quien lleva dentro su destino y su sentido, todo consiste en saber entenderlo, en no errar. La equivocación suele consistir en la variación que ofrece el artificio. La historia pide la naturalidad de ser contada en su dimensión precisa, y al escritor errado se le va la olla poniendo los recursos inadecuados.
-¿Qué le parece la polémica sobre el supuesto sexismo del Diccionario de la RAE?
-La lengua está en la vida y el Diccionario pretende recogerla, es un depósito de las palabras para su uso y conocimiento, no debe tergiversarlas o hacer oídos sordos. La RAE no puede hacer de policía del lenguaje, es la sociedad en sus malos usos verbales quien debe tomar conciencia de ellos. Pero también entre las responsabilidades académicas hay una sensibilidad que no se deja de lado, y en el asunto candente del sexismo todos estamos implicados sin llegar a pensar que las palabras son culpables, pero velando por lo más razonable en el uso de las mismas. Por otra lado, hay unas reglas gramaticales claras que no necesitan ser extorsionadas para que la lengua nos iguale. El Diccionario no se acaba nunca y la RAE tiene la misión de estar al tanto y al día de todo lo que pasa en nuestra lengua.