ARTE

Luis Camnitzer: «Hemos sustituido la “meritocracia” por la “payasocracia”»

Con «Hospicio de utopías fallidas», en el Museo Reina Sofía, Luis Camnitzer teoriza y practica la fusión entre arte y pedagogía que tanto le interesa

El uruguayo de origen alemán Luis Camnitzer, durante el montaje de su exposición en Madrid José Ramón Ladra

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Hay una palabra que Luis Camnitzer (Alemania, 1937), uno de los padres del conceptual en Latinoamérica , repite hasta la saciedad; en esta entrevista y también en el recorrido de la retrospectiva que le dedica el Museo Reina Sofía: ética. Él la aplica tanto a su labor como artista, como a la de teórico; a su dimensión como ciudadano como a la de sujeto individual o colectivo. Hospicio de utopías fallidas incide en el sentido del objeto artístico, en la dimensión pedagógica del arte. En un ideario de décadas que tiene siempre en cuenta a los otros.

Explíqueme por qué acepta hacer una exposición «convencional» en un museo como éste.

A mí, el arte, como objeto, me interesa bien poco. Pero yo no pertenezco a una generación preparada para olvidarse de él. Estoy en un conflicto: la producción de arte siempre va vinculada a generación de ego, lo que no es ético, pero reconozco que se precisa de cierta acumulación de poder para que te escuchen. Pero me interesa más la pedagogía que el hacer obras; qué produce una obra en el público y, más que eso, cómo lo activa, hasta tal punto que yo pueda dejar de ser artista y hacer otra cosa. En la medida en que no lo logro, sigo siendo artista.

¿Eso es un fracaso?

Así es. Estoy resignado a ello.

Cree en el poder transformador del arte. ¿En qué consiste esa metamorfosis cuando tiene lugar?

En primer lugar, se empieza a realizar conexiones que escapan de lo convencional y que entienden que los sistemas de orden son efímeros y no absolutos, digan lo que digan las leyes. Esas conexiones permiten el absurdo, lo irresoluble, el fracaso, el disparate, para después negociar con la realidad qué se utiliza y qué no. Ya no se trataría de ordenar sino de articular, desarticular, de rearticular…

Y esa transformación a través del arte, ¿ha de ser individual o colectiva?

Ambas. Kevin Nevile Laland distingue entre conocimientos sociales y asociales. Los primeros son los convencionales, basados en la imitación, que van conformando un conocimiento colectivo. Ayudan a la supervivencia, pero también fomentan el atraso. El «asocial» es el innovador, dentro de lo cual cae el artista, que quiere experimentarlo todo por sus medios. Pero reinventar la realidad, cada uno de nosotros cada día por su cuenta, también es totalmente inefectivo. En definitiva: hay cosas que funcionan colectivamente, pero también que no.

¿Usted ha tenido sus más y sus menos con el mercado?

Yo, durante unos 30 años no tuve galería porque no quise. Tendí por ello a espacios alternativos. Ahora colecciono museos, porque no me gusta que ellos me coleccionen a mí. Tengo unos 45 en mi lista: algunos no me interesan; otros que no quiero tener dos veces… Al final se trata de quién tiene el poder, por qué lo tiene, por qué no lo tengo yo y cómo distribuimos equitativamente. En el arte, éste está muy fijado y acumulado en un punto y explota al artista.

Aboga por la capacidad artística del lenguaje y la desmaterialización de la obra de arte. No sé si el punto medio entre lo uno y lo otro es la palabra, que tanto usa como material.

Sí. Empecé a usarla en 1976 porque no entendía por qué las separábamos de lo visual. Esa era una época en la que comenzaba a cundir el minimalismo, que era muy formalista y caro de producir. Luego especulé sobre la ambigüedad del lenguaje, cuando estaba de moda el estructuralismo y Saussure. Que algo se llame «mesa» y que todo el mundo lo acepte es mágico. Todavía me interesa el poder de nombrar. Toda la pedagogía está basada en aprender nombres, pero nunca te enseñan a nombrar. Esas especulaciones terminan en cómo estamos formando a la gente y cómo la estamos enfrentando a órdenes muy clasificados en donde la ética no entra.

«Trabaje por una sociedad sabiendo que no lo va a conseguir. Eso es “cinismo ético”»

Sin duda, uno de los ejes de la muestra es su deseo de fusionar arte y educación. Le advierto que la presenta en un país que maltrata las humanidades.

No son sólo ustedes. Es el mundo, aunque ustedes cuentan con un «héroe», Ignacio Wert, una especie de Trump de la pedagogía. Todos quieren ser ahora el país que conduce el liderazgo, lo que significa que hay joder a los otros. Eso es una declaración de guerra a otro nivel.

¿A qué nos aboga eso?

¡Es muy peligroso! Y es un tema que me ocupa cada vez más. Ahora se apuesta por la creatividad, pero al ponerla en un contexto productivo, tiene que tener una función práctica. Y la poesía, el absurdo, el ridículo, la imaginación sin límites no sirven porque nunca van a producir «un bien». El resultado es una sociedad muerta.

La pieza «Utopías fallidas» es la que da nombre a la cita. Cuando nos fallan las utopías, ¿qué nos queda?

Yo aplaudí una cantidad de revoluciones que no debí. Todas fallaron. Ese concepto, que para mí en los años 50 o 60 era bastante rígido, hoy no lo es, en parte gracias a mis hijos, que son antiutópicos. Lo que queda es una visión que te gustaría que se lograra, un norte que se va alejando según te acercas. Y tienes que saberlo, aplicando cierta guía de calidad para no caer en un caos no ético. Aún creemos que la meritocracia es el sistema que filtra a los ineptos. No es cierto. Hoy tenemos algo nuevo no analizado que es la «payasocracia», que está tomando el poder en todo el mundo.

Suelo acabar preguntando por los futuros proyectos del entrevistado. Prefiero centrarme en su experiencia. ¿Qué consejo me daría?

Desconfíe de los órdenes impuestos. Pregúntese si algo lo decide por usted o se lo están decidiendo. Intente ser pragmático en el buen sentido. Haga uso de la ética. Y tenga en mente qué sociedad le gustaría para el futuro: trabaje para eso sabiendo que no lo va a conseguir. Eso es lo que yo llamo «cinismo ético».

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