TEATRO
Lourdes Ortiz: «Resultaría frustrante, tras tanto luchar por la paz, que vuelva a imponerse la guerra»
Llega al Teatro Valle-Inclán de Madrid, «Aquiles y Pentesilea» de Lourdes Ortiz. La historia del amor imposible entre el héroe griego y la reina de las amazonas en un montaje, con presencia de la danza y el canto, dirigido por Santiago Sánchez
Tiene Lourdes Ortiz aspecto de mujer de carácter. Picasso podría haberla pintado con los mismos arquetipos cubistas que usó para el retrato de Gertrude Stein . Emana de su prosodia serena y su discurso rotundo una autoridad moral basada en la humildad, la sabiduría y la prudencia. A pesar de su seguridad aparente, a Lourdes Ortiz se le escapa por los ojos y la sonrisa un espíritu burlón y una ternura de niña poco frecuentes.
Tras casi una quincena de obras teatrales escritas en los últimos 36 años (actualmente trabaja en su último drama basado en la ancianidad de la Virgen María), el próximo 8 de abril se estrenará su obra teatral « Aquiles y Pentesilea » -dirigida por Santiago Sánchez- en la Sala Francisco Nieva del Teatro Valle-Inclán de Madrid, segunda sede del Centro Dramático Nacional (CDN).
¿Por qué se escribe en la actualidad sobre Pentesilea?
Cuando escribo, es porque hay algo que quiero contar, o algo que quiere ser contado a través de mí. En «Aquiles y Pentesilea» hay toda una lucha de poderes antagónicos (tanto el de los griegos como el de las mismas feministas que son las amazonas) y un triunfo final del amor. Aunque Pentesilea sea víctima del engaño de Ulises y de las trampas del poder en que caen sus mismas amazonas, reside en la obra una defensa tanto del amor como de la paz. En esos años ochenta en que escribí la obra, yo estaba muy enamorada y era una pacifista radical; aunque, de otra manera, sigo siéndolo. Y porque, por desgracia, el tema de la guerra sigue amenazándonos cada día con más fuerza.
«Aunque Pentesilea sea víctima del engaño de Ulises y de las trampas del poder, reside en la obra una defensa del amor y de la paz»
Lourdes Ortiz (Madrid, 1943) es una hija de la pequeño burguesía liberal madrileña que devino en intelectual progresista y escritora de talante feminista. Hija de un intelectual bohemio de izquierdas adicto a las tertulias del Café Gijón , y de una madre muy religiosa aunque liberal, a su manera, su abuelo era propietario de dos agencias de prensa madrileñas, lo que le permitió vivir alejada de las penurias de la postguerra española en un hogar familiar acomodado. Lourdes Ortiz pertenece a esa generación de comienzos de los 60 que se conoció en la universidad en un momento de cambio importante para la sociedad española.
¿Cómo recuerda la España de aquellos años suyos de estudiante?
En 1962 la gente estaba en la calle, en la universidad, comprábamos los libros que queríamos leer en las trastiendas de las librerías, cantábamos, practicábamos la sexualidad libre, íbamos a París, estábamos felices porque podíamos cambiar el mundo. Aquella era una España de cambios, floreciente de ideas, en busca de la libertad. Yo me casé a los 19 años y a los 21 estrené mi primera minifalda. Es verdad que había represión, que teníamos miedo, pero no era una España triste, era una España de cambio, no es cierto que viniera la Transición a «salvarnos». Estoy deseando escribir un libro sobre esta década que se titule «Madrid también era una fiesta».
Se casó con el poeta Jesús Munárriz, tuvieron un hijo, y dedicaron su vida a los libros. Después vendría la separación, nuevas relaciones personales y nuevos textos literarios. A mediados de la década de los 70, tras la muerte de Franco, Lourdes Ortiz comenzó a ser reconocida en el mundo de las letras gracias a sus obras «Urraca» (1982), «En días como estos» (1981) «Luz de la memoria» (1976) o «Picadura mortal» (1979). Sus novelas no son historias de aventuras que se narren a lo largo y ancho de un libro, sino prospecciones en un momento histórico, realizadas a través de la reflexión de un personaje vinculado -por lo general- con el Poder. Más que en castillos, apartamentos, clubes nocturnos o alcázares de perlas, sus obras suceden dentro de las mentes de sus personajes.
«Es verdad que en los años 60 había represión, que teníamos miedo, pero no era una España triste, era de cambio en busca de la libertad»
¿Cómo se introdujo el teatro en su escritura?
Cuando yo entré como profesora de la Escuela de Arte Dramático, apasionada por todo lo que aprendía de teatro a mi alrededor, descubrí que en la tragedia griega o en los dramas de Shakespeare, ya estaban todos esos temas que configuran el teatro actual. Se trata de mitos recurrentes. Aquello que escribí entonces -y que mucha gente ha olvidado- «Penteo», «Fedra», «Aquiles y Pentesilea», «Electra-Babel», consistía en traer a esos personajes a un contexto histórico diferente. En los años 80 y 90, gracias a los Festivales Internacionales, vimos un teatro que nos abrió los ojos, desde Kantor a Peter Brook o Bob Wilson. Todo ese momento fue muy fértil y estimulante para el teatro español y para los que entonces intentábamos escribir obras dramáticas.
¿Qué diferencia al teatro de otros géneros literarios que usted ha cultivado?
Una obra de teatro se parece más a un poema; es como una intuición elaborada que puedes escribir finalmente en quince días. Mientras mis novelas me llevan dos, tres años, salvo «Picadura mortal» que fue prácticamente una broma, y que la hice también en 15 días. Me siento más novelista porque he dedicado más años de mi vida a escribir novelas que teatro. Aunque cuando me preguntan si prefiero el teatro o la novela, yo no lo sé, puede que alguna de mis obras de teatro sean incluso mejores que mis novelas, yo no tengo ni idea.
¿Cree que si Lourdes Ortiz fuera una autora alemana, se la estrenaría más en España?
No lo sé. Tal vez sí, porque en los últimos años he tenido más estrenos en países extranjeros que aquí. En Francia se montó en la Universidad de Toulouse «El local de Bernardeta»; y en Inglaterra «Rey Loco» se estrenó en un «semi montado» en una sala alternativa de Londres en el barrio de Greenwich. Posteriormente «El local de Bernardeta» también se estrenó en Londres en una doble versión en inglés y castellano, dirigida por Jorge de Juan. Ahora hay un director italiano que me ha pedido los derechos para representar mi obra «Yudita» en Italia.
Lourdes Ortiz es igualmente conocida por ser de las pocas intelectuales que se atrevieron a dar el paso adelante para comprometerse con la militancia política activa. Se presentó a las elecciones a diputados en 1986 en las filas de Izquierda Unida, cuando Gerardo Iglesias era su secretario general. Aunque su sana intención de colaborar en la defensa de un programa político concreto, pronto se tropezó con las consabidas trampas del poder: sus principales enemigos habitaban dentro de su propio partido. Las ambiciones, vanidades y luchas internas por el poder la llevaron a salir de Izquierda Unida con la misma discreción con la que había entrado.
«Gracias a los Festivales Internacionales, en los 80 y los 90 vimos un teatro que nos abrió los ojos, desde Kantor a Peter Brook o Bob Wilson»
¿Piensa que hay demasiada vanidad en el mundo de la política, la literatura o el arte?
Lo que sigo pensando es que las grandes pasiones -la avaricia, la envidia, los celos…- siguen habitando en la tierra. Y lo que me preocupa profundamente es el ambiente prebélico que se está viviendo en la sociedad actual. Y como consecuencia el recorte de libertades que se viene produciendo en las democracias occidentales, so pretexto de requerirlo la gravedad de la situación económica, o los recientes atentados yihadistas de París y Bruselas. Lo que resultaría frustrante es que, tras tanto luchar por la paz, vuelva a imponerse la guerra como sucedía en los tiempos de Aquiles y Pentesilea.
Entre 1992 y 1994 fue directora de la Real Escuela Superior de Arte Dramático (RESAD) de Madrid, que bajo su dirección creció y se modernizó al ingresar en la LOGSE para multiplicar sus especialidades. En 1995 fue finalista del Premio Planeta por «La fuente de la vida», y en el cambio de siglo publicó las novelas «La liberta» (1999), «Cara de niño» (2002) o «Las manos de Velázquez» (2006); además de recopilaciones de relatos como «Los motivos de Circe» (1981), «Fátima de los naufragios» (1998) u «Ojos de gato» (2011).
¿Cree usted que los escritores cuentan su vida a través de sus obras?
No creo, lo que pasa es que el sentimiento que estés viviendo, es fácil que se filtre en tu escritura, sea éste el amor, la decepción o cualquier otro. Eso ha ocurrido con mi última novela que parece ser que nunca saldrá, porque ya lleva tres editores, pero a todos les ha parecido una obra muy melancólica y dura. La escribí en una época en que yo estuve viendo muchas enfermedades: murió mi padre, murió mi tía, murió mi hermana. La novela es el balance de un Alfonso X el Sabio, viejo, decepcionado y enfermo al final de su vida. Los temas de poder siempre aparecen en mis libros. Porque Alfonso, aparte de ser un hombre débil y obsesionado por alcanzar la corona del Sacro Imperio, y amante de las colecciones, de la poesía y de los libros, en el momento álgido de su vida se convierte en una fiera, pero una fiera que, además, está enferma y no puede moverse. Al final murió allí, en el alcázar, solo estaban con él su hija, la bastarda, y el arzobispo de Toledo. Tras su muerte, reinó Sancho, a pesar de ser el hijo que se había enfrentado al padre. Yo nunca traiciono los hechos históricos. Me he pasado cinco años investigando las Cortes de la Europa del siglo XIII, y la España de la época. Quizá esto ha influido en que sea demasiado densa la novela, y como los editores de ahora cada vez buscan más eso que llaman «lo comercial», o sea novelas históricas con aventuras románticas de capa y espada…, parece que cuenta con serias dificultades para publicarse.
Se toma su tiempo para responder cuál es el título de su última novela. Calla con profunda timidez, sonríe, inicia otro silencio, y con la mayor humildad y discreción, finalmente responde: «"Entre el alba y la noche", que es un trozo de un verso de Borges».