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«Loto», el comunismo y las trabajadoras del sexo

La periodista Lijia Zhang debuta en la novela con la historia de una joven que cae en las redes de la prostitución en la China maoísta

Mercedes Monmany

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En los tiempos más estrictos de la ortodoxia comunista en China, en los diccionarios, la palabra «ji» (prostituta), así como prostíbulos, putas y chulos estaban totalmente ausentes. La curiosa «moralidad» para ciertas cuestiones que mantenía férreamente el Partido había eliminado la profesión más antigua del mundo. Sin embargo, en las últimas décadas, la prostitución se ha convertido en la industria más floreciente del país y las palabras han recuperado el lugar que les correspondía en el léxico. Este es el tema de fondo, la prostitución actual en China, cínico negocio , exaltado por la avidez capitalista en la que se halla embarcado tan poderoso gigante, que planea por Loto, la estupenda primera novela de la colaboradora de «The New York Times», Lijia Zhang (Nankín, 1964).

Un negocio boyante que abre, una vez más en ese país de ideología contradictoria, una brutal brecha entre ricos y pobres. O, si se prefiere, entre mundo rural y urbano. La emigración, a menudo masiva, de chicas hacia las grandes ciudades, atraídas por una soñada vida mejor , tarde o temprano las acaba integrando en las humillantes y diversas maneras de esta vieja, pero siempre renovada, esclavitud sexual: por un lado, las «ernai» o segundas esposas, versión clásica de las famosas concubinas; en segundo lugar, las prostitutas de lujo que trabajan mediante contactos selectos; en tercer lugar estarían las «baopo», contratadas por días o semanas, cuando vienen los clientes a la ciudad por negocios; luego estarían las «sanpei xiaojie», las jóvenes que trabajan en karaokes o lugares de ocio, que acompañan a los hombres a cenar y beber y practican el sexo si así se desea.

Dueña de su destino

El siguiente escalafón, antes de llegar a la categoría más miserable, las chicas que «hacen la calle» , sería el grupo más nutrido, que comprende a la mitad de las prostitutas chinas: las que trabajan en peluquerías y salones de masajes (prostíbulos encubiertos). Este es el grupo al que pertenece Loto, la joven heroína de la novela de Lijia Zhang. Una inocente muchacha de una aldea de la montaña que un día quiso «ver el mar». Atraída por la gran ciudad, tras ver un programa en la televisión, decidió ir a Shenzhen, una especie de Miami, llena de palmeras y edificios «de espejos resplandecientes» a mil seiscientos kilómetros de su lugar natal. Una televisión que acudían a ver todos los vecinos, hasta que la familia que la poseía, cansada de las visitas, decidió sacarla «al público» solo en las fiestas.

El resto es fácil de imaginar. La ingenua Loto no tardará en trabajar para el salón de masajes Moonflower. Personaje frágil y al mismo tiempo de enérgica y digna autenticidad, Loto, a pesar de todo lo atravesado no llega a mancillarse en lo más íntimo y conservará algo parecido a un instinto de lucha emancipadora. Un instinto que la empuja, hasta el emocionante final de su historia, a hacerse dueña de su destino.

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