TEATRO

Lluís Homar: «Me pregunto que harían otros si tuvieran nuestro Siglo de Oro»

El responsable de la Compañía Nacional de Teatro Clásico repasa su trayectoria cuando acaba de recibir el Max 2020 al Mejor Actor

Homar estuvo ligado al Teatre Lliure veinte años José Ramón Ladra
Carmen R. Santos

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A los numerosos premios obtenidos por Lluís Homar (Barcelona, 1957) a lo largo de su carrera, desarrollada en el teatro, el cine y la televisión -sin olvidar su faceta de director de escena-, se suma ahora el Max al Mejor Actor protagonista 2020 por La néta del senyor Linh ( La nieta del señor Linh ). Se trata de una adaptación a las tablas, a cargo del director belga Guy Cassiers, de una nouvelle de título homónimo del escritor y cineasta francés Philippe Claudel, en la que se aborda el asunto de la inmigración y los refugiados . En el montaje, Homar da vida a todos los personajes. Pero no es la primera vez que lleva a cabo un intenso recital escénico. Ya lo hizo en Terra baixa (Tierra baja ), el clásico de Ángel Gimerà , bajo la batuta de Pau Miró. E, igual que ahora, su trabajo se alzó en 2015 con el Max. Señala Homar que los premios le han causado una gran satisfacción, pues «es la forma en que se materializa el reconocimiento de tu trabajo. Y en buena medida somos en función de lo que se nos reconoce» .

«Terra baixa» ha sido fundamental en su trayectoria...

De alguna manera ha sido una referencia. A los diecisiete años encarné a su protagonista, Manelic, en una función amateur . Me enamoré del personaje y sentí que me identificaba con él, que quería ser Manelic. Luego la vida me ha ido llevando a representarla en varias ocasiones. Recuerdo, en la década de los noventa del pasado siglo, el montaje de Fabià Puigserver, que tuvo una gran resonancia. Luego, se me ocurrió una apuesta un poco loca que fue interpretar a los cuatro personajes principales: Manelic, Sebastian, Marta y Nuri en la versión que hicimos Pau Miró y yo en 2014. Fue un momento mágico.

«Si de algo saco pecho es de mi voluntad de aprender. Soy un aprendiz constante»

Usted estudió Derecho...

Desde muy pequeño hacía teatro. A los seis años ya participaba en funciones en el centro parroquial de Horta, mi barrio. Y continué con el grupo juvenil de teatro. A los catorce años mi sueño era ser actor. Sería maravilloso trabajar en algo que te apasiona. Aunque pensaba que no podría convertirse en realidad. En mi familia no había antecedentes artísticos. Sólo tenía un tío que dirigió algunas veces a Joan Capri, pero no era un profesional. En esa etapa fui muy feliz. Me lo pasaba muy bien en el teatro de aficionados. ¡Cómo nos reíamos! Ensayábamos tres días a la semana, lunes, miércoles y viernes, de diez a doce de la noche. Se intensificó mi pasión por el teatro y me di cuenta de que se me daba bien. A raíz de Terra baixa me propusieron entrar en una compañía de teatro independiente que sería el embrión del Teatre Lliure, del que fui miembro fundador con diecinueve años. Pero a la vez comencé a estudiar Derecho

¿Y por qué lo elige?

Elegí Derecho por eso de las películas con un defensor de las causas nobles, algo que casaba muy bien conmigo, pues creo que tengo un sentido de lo justo, de lo que es correcto o no. A mis padres les prometí que combinaría el teatro con los estudios de Derecho. Pero después de cursar un año, y ya más implicado en el Lliure, vi que no era posible. Me volqué de lleno en el teatro, donde tenía mucho que aprender. Si de alguna cosa saco pecho es de mi voluntad de aprender. Lo necesito, soy un aprendiz constante.

«Soy hombre de equipo. Sin la labor de muchos no se consigue nada»

¿Qué supuso para usted su etapa en el Lliure?

Un periodo fundamental. Fueron veinte años de mi vida. Sobre todo tenía la sensación de que estábamos haciendo teatro privado con vocación de servicio público. Su creación en 1976 se juntó con la normalización de un teatro de repertorio en catalán, con su demanda social. El Lliure fue el catalizador de ese momento. Como todo en la vida, tuvo sus luces y sus sombras, pero para mí fue un enorme aprendizaje profesional y personal que me marcó profundamente.

¿Y su llegada a la dirección de la Compañía Nacional de Teatro Clásico?

Un honor. No somos lo bastante conscientes del espléndido patrimonio con que contamos en nuestro Siglo de Oro. Es único. No puedo dejar de preguntarme qué harían los franceses, los ingleses, los alemanes, si tuvieran este material que sólo tenemos nosotros. Está Shakespeare, está Molière, pero ningún otro país posee el grupo de excelentes dramaturgos de ese momento, y hoy vigentes. La CNTC es un gran proyecto creado desde el entusiasmo por Marsillach, y a mí me ha supuesto reconectar con mis años en el Lliure donde comprobé que sin la labor de muchos no se consigue nada. Soy hombre de equipo. Hay que establecer complicidades. Me interesa sumar.

El teatro está en un momento muy difícil...

Existen muchas dificultades y la pandemia ha trastocado muchos planes y los va a seguir cambiando. Vivimos en la incertidumbre. No sabemos qué va a pasar. En España actuamos a trompicones y cuesta entender que la cultura es un bien de primerísima necesidad. Deberíamos replantearnos el mundo en el que estamos inmersos, en el que lo material es lo único, y donde pensamos: «¿Y yo qué saco de esto?».

«En España actuamos a trompicones y cuesta entender que la cultura es un bien de primerísima necesidad»

Tituló su autobiografía «Ahora comienza todo». ¿Es su lema?

Como todos, algunas veces me vengo abajo. Pero incluso cuando la vida te da el mayor tortazo, pienso que siempre hay donde agarrarse, un recomenzar.

Alguna anécdota especial...

Estábamos en Avilés representando Hamlet cuando sonó un móvil. Paramos y proseguimos cuando dejó de sonar. En su parlamento, al príncipe de Dinamarca le tocaba decir: «En qué bajos usos podemos caer, Horacio». La situación provocó un gran aplauso del público.

Le desagrada de su profesión...

El que a veces se transmita la idea, o nosotros mismos lo hagamos, de que somos punto y aparte.

¿Cómo vivió el confinamiento?

En lo profesional, muy ocupado, teletrabajando. Y en lo personal, lo pasé con mi mujer y sus hijos y creamos un espacio de tolerancia y respeto.

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