LIBROS

La literatura blanca de Herman Koch

En la solapa de su última novela, «Estimado señor M.», se dice que Koch es un escritor «provocador». ¿Pero es así?

Herman Koch, autor de «Estimado señor M.» Inés Baucells

ANDRÉS IBÁÑEZ

Normalmente, el color de la portada de un libro tiñe la lectura. Este libro es blanco con una pequeña viñeta donde hay un pequeño dibujo de línea clara muy elegante, en colores suaves, que representa a un hombre con una camisa blanca que sostiene un libro sobre su rostro. El fondo blanco, la camisa blanca, los colores tenues, la elegante simplicidad, reflejan muy bien (o, como decía, tiñen) la lectura. Uno siente placer ante esta tersura. Durante 150 páginas «Estimado señor M.» resulta admirable. Hay algo del placer que sentimos al manejar cajas de cartón que encajan bien: son sólo cajas, no hay nada dentro, y son de papel, no de una madera exótica, pero resultan fascinantes. La construcción es muy inteligente, y tiene algo de nabokoviano . Un hombre sin nombre se dirige a M. en segunda persona, su vecino de arriba. Es una de esas casualidades que no serían creíbles en una novela, nos dice Koch a través de su protagonista, inmerso en su juego de cajas dentro de cajas, de literatura sobre literatura. Algo nabokoviano en el sentido de «Pálido fuego», porque el vecino de arriba, el señor M., es uno de los escritores holandeses más célebres y porque el protagonista sin nombre afirma ser el personaje de una de sus novelas más famosas.

La construcción es intrigante. La prosa de Koch es precisa . No tiene colores, o como máximo, esos colores elegantes de la portada. Los personajes tampoco tienen rostro, pero no importa, cumplen bien su función. La construcción es intrigante, avanza con eficacia, nos engaña y nos atrapa. Es como esas secuencias muy complicadas que Kurosawa resuelve poniendo la cámara fija y haciendo que los guerreros se acerquen y alejen de un único árbol . La cámara de Koch se queda fija muy a menudo. Avanza por la vida literaria de Koch, en muchos aspectos idéntica a la española, en otros muy diferente, se adentra en el caso real en el que se inspiró Koch, una historia que tiene que ver con unos adolescentes y su profesor de Historia, el extraño Herman, la bella Laura, el profesor Landzaat, seductor de alumnas.

Mucha nieve

Hay mucho frío, mucha nieve. Alguien hablaba del poder «moral» o «moralizador» de la nieve a propósito de una película. La presencia de mucha nieve siempre da una dimensión moral a una historia. Llegamos a la mitad del libro, y comenzamos a maravillarnos de que un libro así nos interesara tanto al principio. Ya hemos leído mucho, mucho sobre los personajes, sobre M., Landzaat, Laura, Herman, pero todos siguen sin rostro. Herman es el más definido, al menos cuando es adolescente, aunque seguimos sin saber cómo logró seducir a Laura. Tampoco sabemos nada de Laura, sólo que es muy guapa. Cuando llegamos al final del libro, comenzamos a estar hastiados. En este tipo de libros siempre tiene que haber un crimen. Diablos, es que tiene que haber algo, algo, al menos la promesa de una mancha roja en medio de tanto blanco. Como los personajes no existen y no son más que figuras trazadas con un par de elegantes líneas y con un libro tapándoles la cara, cualquiera podría matar a cualquiera. Da igual, porque no son nadie. Pero ¿400 páginas para tan poca cosa? Y ¿tanto éxito, tanta admiración por tan poca cosa? En la solapa se dice que Koch es un escritor «provocador». Claro que esto es lo que tiene que decir una solapa. Pero de verdad, seamos serios. ¿Provocador?

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