EXPOSICIÓN
Leandro Erlich o lo que el ojo sí ve
El artista argentino vuelve a retar al espectador con sus trampantojos visuales en la Fundación Telefónica
El trabajo de Leandro Erlich (Buenos Aires, 1973) se caracteriza por la conversión de espacios cotidianos en ámbitos inquietantes y siniestros. Un ascensor, un probador, la puerta de casa o el pasillo de un hotel se transforman, gracias a sus recursos cinematográficos, en espacios extraños y sorprendentes. Su célebre piscina para el PS1 de Nueva York -actualmente en el museo de arte de Kanazawa- puede ser vista por el espectador desde dentro y desde fuera del agua, y llena de estupor al que la contempla. En Madrid, en 2007, i nstaló en el Museo Reina Sofía una torre vertical de cuatro pisos de altura que permitía al público verse caminando por los techos y paredes del pasillo de un hotel mediante un conocido truco cinematográfico de espejos. Gusta de transformar así las cabinas de ascensores modernos en espacios enigmáticos, en los que uno se inquieta al no acertar a verse en el espejo, o de convertir espacios reales en virtuales, borrando súbitamente la diferencia entre la realidad y la ficción.
En su exposición de la Fundación Telefónica, Erlich nos presenta, por un lado, una inquietante instalación de probadores que produce un cierto vértigo en el espectador al introducirlo inesperadamente en una especie de laberinto en el que cree reconocerse, pero en el que ni siquiera se encuentra a sí mismo.
En segundo lugar, el artista nos presenta una fascinante colección de nubes , detenidas, flotando en medio de la sala, cuyas formas evocan vagamente las de algunos países de la Unión Europea.
Lo que no es cierto
Desde que Nicolas Bourriaud escribiera sobre su trabajo y señalara en ella una cierta analogía borgesiana en su gusto común por los laberintos, por los espejos y por las representaciones cíclicas del tiempo, Erlich le repite a los periodistas, como una especie de mantra, que su obra está inspirada y relacionada con la de Jorge Luis Borges , y que también en esta exposición puede encontrarse ese gusto por los laberintos y la pregunta por la propia identidad. Pero no es cierto.
Hay en su obra más influencia del cine, del montaje y del trucaje cinematográfico que de la novela o la poesía contemporánea. De hecho, incluso es más interesante la relación que su trabajo mantiene con la arquitectura, que las vagas analogías literarias, por muy cultas que puedan parecer. No obstante, la gracia del trabajo de Leandro Erlich reside precisamente en esta ruptura del espacio pretendidamente culto e intelectual del arte para abrírselo al espectador desinhibido , que lo disfruta entusiasmado, como una especie de parque de atracciones en el que se confunden la realidad y la ficción.
Reconocer el truco
En una reciente exposición en el MALBA, el artista consiguió decapitar el célebre obelisco de Buenos Aires y presentar su cúspide ante la puerta del museo, para que pudiera ser visitada por los asistentes. ¿Cómo es que las autoridades locales le permitieron intervenir un emblema nacional de estas características? Era, sin duda, todo un símbolo freudiano, que produciría verdaderos orgasmos de placer en los innumerables psicoanalistas argentinos, y, sin embargo, no había allí más que un mero truco cinematográfico.
Precisamente el reconocimiento del truco es lo que produce en el espectador una intensa satisfacción. Darse cuenta de que lo que parecía real es un engaño y también de que lo que parecía engaño era, sin embargo, real. También por eso esta exposición se titula: Certezas efímeras.