COLECCIÓN ABC

El lápiz estilizado de Carlos Tauler

Carlos Tauler fue un autodidacta que siempre reivindicó esa condición. Aspecto que no impidió que llegara a colaborar con las más importantes publicaciones del pasado siglo, entre ellas Blanco y Negro y ABC

Una de las ilustraciones de Carlos Tauler

FELIPE HERNÁNDEZ CAVA

Cuando Juan Manuel Bonet comisarió la exposición inaugural del Museo ABC , hace casi seis años, reconoció su sorpresa ante el descubrimiento de algunos ilustradores con los que no estaba familiarizado. Uno de ellos fue Carlos Tauler (Madrid, 1911-1988), del que en sus fondos se conservan algo más de quinientos dibujos de antes de la guerra y casi un centenar y medio de los años posteriores.

A diferencia de muchos de sus compañeros en las páginas de «Blanco y Negro», Tauler fue un artista autodidacta que siempre reivindicó esa condición , al igual que su asistencia a las clases del Círculo de Bellas Artes de Madrid, como dos de las vías de formación más interesantes para quien como él deseaba hacer de la ilustración su «modus vivendi», aunque, según reconocía, de haber ido a una escuela, «se habría ahorrado tiempo y algunos quebraderos de cabeza , pero nada más».

Dos líneas paralelas

Muchos de sus colegas recordarían más tarde a aquel muchacho de 17 años que empezó a frecuentar las redacciones de periódicos y semanarios para mostrar sus dibujos solicitando alguna colaboración, y en el que ya se advertían dos líneas de trabajo: una, más sintética y humorística , que a ratos recordaba un poco la tendencia clara de autores como Francisco López Rubio ; y otra, más elegante y «decó» , en sintonía con la sensibilidad que se enseñorearía del gusto internacional durante las décadas de los veinte y los treinta, y donde por momentos se nos antoja muy próximo a compañeros como Hidalgo de Caviedes, Serny o Picó .

Al humorista Tauler –no especialmente relevante, aunque participase en muchos de los Salones que convocan los profesionales del gremio– lo encontraríamos en las revistas más notables de aquel tiempo, como «Buen Humor» o «Gutiérrez» . Al historietista, firmando con su nombre o con el de cualquiera de sus muchos seudónimos (Don Clotilde, El Chato, Don Craso, Polito o Politos), lo disfrutarían sobre todo los lectores de «Gente Menuda», el suplemento infantil de «Blanco y Negro», enhebrando, desde 1929, con su serie «Pretenden don Abundio y su señora hacernos reír un rato ahora», varias brillantes historietas, que para este comentarista están entre las mejores del cómic español de ese período . Y al ilustrador «decó» lo hallamos en algunos títulos de «La Novela de Hoy», en el suplemento «Cosmópolis» de «El Heraldo», o proponiendo la creación de ambientes de interior en «Ellas» (el semanario para «todas las mujeres cristianas y patriotas», que empezara dirigiendo José María Pemán ). Pero, sobre todo, en ese «Blanco y Negro» que le convierte de inmediato en uno de los dibujantes abanderados del nuevo gusto, especialmente dotado para iluminar los relatos de corte infantil, que es por donde Tauler se aproxima a escritores como Manuel Abril (al que ilustra para la tan mítica como efímera editorial CIAP ), o Antoniorrobles , llegando a exponer en París, en 1934, algunas de esas obras.

A los 17 años empezó a frecuentar las redacciones de periódicos y semanarios para mostrar sus dibujos y solicitar alguna colaboración

Y aún hubo otros Tauler, como el cartelista, que a punto estuvo de encargarse del lanzamiento publicitario de la película «King Kong» en España, merced a un concurso en el que le derrotó el dibujante Molina Gallent , primero en hacerse cargo de los dibujos de la «Celia», de Elena Fortún , en formato libro.

El estallido de la Guerra Civil truncaría muchas de esas expectativas personales, una guerra en la que perdió a algunos de sus familiares cercanos, y al término de la cual, ignoro por qué motivos, tuvo que rendir cuentas ante la justicia militar de los vencedores .

Finalizada la contienda, lo encontraríamos en «Tajo», «La Estafeta Literaria», «La Codorniz», «Arriba» o «Bazar» (revista infantil de la Sección Femenina, en la que sigue latiendo especialmente su originalidad, debido en parte a la magistral dirección artística de Serny ), y muy pronto volcado en el territorio de la animación didáctica, junto a Antonio Bellón y José María Maortúa , y, sobre todo, en el de la pintura, al lado de amigos como Serny o Juan Antonio Morales , pero siempre con la sensación de haber renunciado a su audacia de otros tiempos y sin saber muy bien dónde ubicarse, tan pronto calificado como uno de nuestros creadores «africanistas» (tras conseguir una beca de la Dirección General de Marruecos y Colonias, que le lleva a permanecer un año en la Guinea Española y tres meses en África occidental ); o medio encuadrado, cuando realiza su primera individual en 1949, en la denominada Nueva Escuela de Madrid , que algún crítico de arte trata de presentar como un colectivo coherente y homogéneo.

Cambio de paradigma

Es entonces, concretamente en 1950, cuando se trasladará a Argentina, en la que permanecerá pintando durante trece años (y no tres, como una errata dejó reflejado en mi texto para el catálogo de la exposición sobre «Gente Menuda» en el Museo ABC), lo que ha llevado a algunos historiadores de aquel país a considerarlo uno de los suyos.

Y, como tantos otros, a su regreso a España, que coincide con su vuelta a las páginas del diario y la revista de Prensa Española, empresa que le concede en 1969 el premio Mingote por una ilustración publicada el año anterior en «Arriba», Tauler habría de enfrentarse a un cambio de paradigma estético, en el que él se aferra sobre todo a pintar solitarias figuras femeninas ( «pintor de la intimidad» será el calificativo que le caiga como una losa ), con un lenguaje que lo deja al margen de las nuevas formas, a las que declara una guerra estéril.

Sus historietas para «Gente Menuda» se encuentran entre lo mejor del cómic español en los años 30

«Yo creo cada día más en la forma, en la composición, en el trabajo modelador, de dibujo perfectivo», declara en ese tiempo. « Ser pintor abstracto es fácil; yo puedo serlo, pero me deja frío; lo difícil es ser concreto ». Y regularmente rinde cuentas de esa actividad en galerías como la madrileña Cid, de la calle Núñez de Balboa, en cuyas paredes cuelgan habitualmente pintores como Esplandiú, Chicharro o Teodoro Delgado .

Pero, pese a todo, en algunas de sus ilustraciones para ABC o «Blanco y Negro» de esos postreros años asoma esporádicamente el grandísimo y elegante ilustrador que en los años treinta fuera el paladín de un decorativismo que, a fuer de nitidez y elegancia, marcó una impronta irrepetible en sus contemporáneos.

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