ENTREVISTA
Julio Gil Pecharromán: «El modelo de diálogo de la Transición debe ser un referente»
El historiador analiza en «La estirpe del camaleón» la evolución de las derechas españolas desde 1937 y ofrece claves para comprender nuestro agitado presente político

Desde la formación del Movimiento Nacional hasta el fin del aznarismo, las diferentes corrientes de la derecha española han demostrado una enorme capacidad de reinvención, eliminando organizaciones disfuncionales y adaptándose a las nuevas condiciones del mercado electoral. Julio Gil Pecharromán , profesor de Historia de la UNED, analiza esta habilidad de metamorfosis, de hacerse el harakiri para seguir abriéndose camino, en un voluminoso y lúcido ensayo, La estirpe del camaleón (Taurus), que nos ayuda a comprender algunas claves de nuestro agitado panorama político actual.
Esa condición bipolar de la política española (izquierda-derecha), ¿no cree que está despojada de todo matiz en estos tiempos que corren?
El juego de palabras tiene truco en política y obedece a intereses determinados, pero lo que queda en la conciencia de los ciudadanos es que existen las derechas y las izquierdas, en plural, con diferentes graduaciones y extremismos. Durante muchos años en la política española jugó un papel importante el centrismo, un invento que funcionó muy bien cuando tenía que funcionar, pero que, evidentemente, responde a un concepto inaprensible. El centro, al ser un punto equidistante entre dos polos, está en continuo movimiento y lo entendemos como elemento de moderación. Llama la atención que desde la Transición hemos asumido el concepto centro-derecha, pero nunca ha existido el de centro-izquierda.
¿Ser camaleónico es algo distintivo de la derecha, o la izquierda también participa?
Es una característica común, pero más marcada en la derecha. En España, la izquierda tiende a ser más doctrinaria, le cuesta más abandonar programas, sustituir organizaciones, adaptarse a cambios de coyuntura. Lo hace, pero con mayor lentitud que la derecha, que tiene una capacidad de adaptación asombrosa.
¿Tuvo el franquismo su propio sello al margen de otras dictaduras de derechas?
Sin duda fue distinto en el largo plazo. En la Europa del siglo XX hubo dictaduras de extrema derecha vinculadas a los experimentos fascistas de los años 20, 30 y 40. Y luego, claro, dictaduras comunistas. El franquismo se colocaría en el terreno de las dictaduras antiliberales de la época, pero a partir de 1945, con la excepción de Portugal, fue una rara avis en el panorama político europeo. Un sistema que evoluciona de forma continua durante casi 40 años para lograr su supervivencia, de manera que cuando hablamos de franquismo nos referimos a la dictadura autocrática del general Franco, el Estado como permanencia, pero también a un sistema político que conoce una transformación muy marcada desde el autoritarismo de su primera época.
«La derecha se creyó la tesis de Fukuyama del fin de las ideologías y el triunfo de la economía liberal, y olvidó la autocrítica»
Habla de cuatro generaciones (no separadas por periodos biológicos, sino, en el sentido orteguiano, por sensibilidad vital) de españoles militantes/electores de la derecha: la de la Guerra Civil, la del Movimiento Nacional, la coetánea a Juan Carlos I y la de la Transición. Por mucha evolución que haya tenido, ¿se tiene que hacer perdonar la derecha el franquismo de forma permanente?
Lo primero que tiene que asumir es su propia historia; rechazar lo que ha sido en una época anterior es un error porque siempre se lo va reprochar la parte contraria. Pero a partir de 1976 la derecha española tiene un comportamiento democrático incluso muy superior al resto de las derechas de la Europa occidental, y así lo tiene que asumir el conjunto de la ciudadanía. No olvidemos que hace muy poco tiempo la extrema derecha no superaba en nuestro país el 1 por 100 de los votos en las elecciones generales.
Durante el franquismo hubo una derecha homologable, crítica con el régimen, que cayó en el olvido.
Desaparecieron sus partidos independientes, que habían hecho oposición al franquismo actuando en instancias internacionales porque en España el control de las organizaciones y de la opinión pública era muy severo. Era la derecha que se ofrecía al mundo como alternativa democristiana y liberal al autoritarismo del régimen de Franco. El problema es que la irrupción de la generación del Príncipe (Juan Carlos) a través del reformismo dejó a esos políticos fuera de juego. Quienes no se integraron en la propuesta centrista, que era muy atractiva tanto para la llamada mayoría silenciosa como para el franquismo nostálgico, desaparecieron. Los testigos de esa alternativa se hicieron el harakiri al negarse a entrar en aquella gran coalición que fue UCD.
«La izquierda suele ser más doctrinaria en España, le cuesta abandonar programas, adaptarse a cambios de coyuntura»
La quinta generación, nacida en el posfranquismo, entró en un proceso de disfuncionalidad: una derecha diversificada y con afán cainita. ¿Hacia dónde camina el camaleón?
Este libro se detiene en 2004, porque el historiador necesita distancia. Lo que sigue no es historia, pero se está construyendo. El sistema político español se ha europeizado en los últimos años. El modelo del Partido Popular ha tenido poco que ver con nuestro entorno, donde las diferentes derechas se organizaban y pactaban. Desde 1982 no ha sido así en España: ha habido un partido conservador hegemónico y la derecha pura era una marginalidad. La obra de Aznar fue unir las diferentes corrientes. Eso ha cambiado, y con la llegada de esta quinta generación, la anterior -la de la Transición, que hizo su papel- está siendo jubilada. Estamos en un proceso abierto. Se ha complicado y, a la vez, clarificado el panorama político como no ocurría desde hace 40 años, volviendo a las raíces del tripartidismo ideológico: liberalismo, conservadurismo y derecha ultraconservadora.
¿Cómo valora el fenómeno Vox?
En Vox aprecio tres corrientes: una posee un componente de catolicismo integrista de toda la vida, que procede de la tradición de Fuerza Nueva; otra recoge una parte del conservadurismo clásico del PP, no olvidemos que en sus inicios fue una escisión de los populares, y de ahí vienen los aspectos constitucionalistas de su proyecto; por último, hay una parte que identifico con el nacional populismo, un modelo ultraconservador que incorpora el rechazo a la inmigración o la beligerancia contra el feminismo. Esta corriente ha llegado a gobernar en algunos países europeos. ¿Cómo evolucionarán estas tendencias? En cierta medida, el futuro de Vox está ligado al del PP.
¿La foto de las Azores y el atentado del 11-M bastan para acabar con el Aznarato?
La caída del Muro de Berlín cambió el panorama internacional. La derecha se creyó la tesis de Fukuyama de que la historia como lucha entre ideologías había concluido dando paso a un mundo basado en la política y economía de libre mercado. Es un momento de triunfo y la capacidad de autocrítica y de evolución se relajan. En la segunda legislatura de Aznar se produce un rearme ideológico que radicaliza el mensaje y lo aleja de las posiciones de centro. Eso tiene un coste. Y luego está la política atlantista de seguidismo a la administración Bush. Pero entre Azores y Atocha hay dos años en los cuales no es que el electorado del PP lo abandone, es que los votantes que habían dejado al PSOE vuelven. Las elecciones de 2004 serían menos un fracaso del PP que una remontada del PSOE.
¿La incapacidad para llegar a pactos de Estado es una anomalía española?
Antes había una derecha y una izquierda fácilmente identificables, con proyectos diferenciados, y no colaboraban porque eso se entendía como un suicidio político. Ahora los políticos tienen que cambiar su mentalidad y europeizarla, con el referente de la Transición, que es muy atacado. No debería ser copiado en todos sus términos porque ahora no salimos de una dictadura, pero sí tenerlo en cuenta para recuperar la capacidad de diálogo, de colaboración, de moderación, en suma. Eso nos acabaría acercando al modelo europeo y serviría de cortafuegos a las posiciones extremistas.