ENTREVISTA
Julián Casanova: «Si un historiador no toma partido sobre el pasado está bajo sospecha»
«Una violencia indómita. El siglo XX europeo» es el último libro del historiador Julián Casanova, un ensayo de alto valor académico cuya lectura resulta sobrecogedora. Hablamos con el autor de unos sucesos no siempre bien confrontados y recordados
El catálogo de horrores del siglo XX no se circunscribe solo a las dos guerras mundiales y las atrocidades que cometieron los regímenes totalitarios, sino que los episodios de limpieza étnica, de revoluciones utópicas y de violencia colonial y sexual completan un panorama no siempre bien analizado en los libros de texto. Porque eso es Una violencia indómita. El siglo XX europeo (Crítica, 2020): no únicamente un sesudo ensayo que pasa revista a un cúmulo de fechorías, sino un manual de indudable valor académico. Su autor, Julián Casanova , catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza y profesor visitante en prestigiosas universidades europeas, estadounidenses e iberoamericanas, no puede ocultar el tono docente en su prosa y en la conversación.
Llama la atención la palabra «indómita» del título. Indómito es algo difícil de sujetar o reprimir. ¿Por qué fue imposible poner un cortafuegos?
Por multitud de factores. Hablamos de una violencia sin fronteras nacionales, de raza, religión, ideología, género... e indómita porque no tiene límites. La retaguardia ya no existe, las políticas de exterminio se pueden llevar a cabo con mujeres y niños, la revolución ya no es la promesa de un paraíso terrenal, sino que se convierte en pesadilla. Una violencia vinculada a quiebras: de los grandes imperios, de certezas en torno a la civilización... Aparecen actores inesperados a través del paramilitarismo, de gente que tiene armas y había soñado con la destrucción del contrario. Y no hay pausa: el colonialismo en la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la Guerra Civil en España, la sangría que no acaba en 1945... y esa Europa que, lejos de ser democrática, sostiene dictaduras bien avanzado el siglo XX.
«Nada antes de 1914 había preparado a Europa para lo que iba a suceder», escribe. Pero en aquella Europa próspera y optimista la violencia había expandido sus semillas. ¿Nadie lo vio venir?
La idea que subyace en el mundo intelectual y político es que, desde Bismarck, Europa había puesto punto y final al zigzagueante siglo XIX, pero eso no era cierto si tenemos en cuenta los conflictos coloniales o la desintegración del Imperio Otomano. Al mismo tiempo surge la idea de destruir a los ricos... ¿Saltaron las alarmas? Sí, pero nadie las escuchó.
En el capítulo «Un mundo de privilegio, lujo y poder» habla de protestas, insurrecciones y revueltas contra la aristocracia, la realeza, los terratenientes. ¿Está en la lucha de clases la apertura de la espita que liberó el arrebato posterior?
Recojo una anécdota narrada por la duquesa de Sermoneta: un viaje en automóvil con amigos por algún lugar en Europa central en el verano de 1912. De repente, paran delante de un edificio pequeño. «Es la frontera. Tengo que mostrar la documentación del coche», informa el conductor. «No recuerdo siquiera qué frontera era», cuenta la duquesa. «En aquellos días toda Europa era nuestro patio de recreo». Hay varios hilos conductores: la ideología de la raza y la nación, todo el mundo quiere estar en el reparto y las naciones se dividen en sanas y enfermas -la enferma, por ejemplo, es la España del 98, decadente, incapaz de mantener el ritmo del mundo-. Luego está el militarismo que se exhibe en los desfiles, que pone letra a los himnos, que conecta con las nuevas investigaciones sobre las armas, ahora más mortíferas. Y la lucha de clases preconizada por Marx: se van a abrir los cielos y la tierra y vamos a crear algo diferente que liberará a la humanidad. Por último, un aspecto muy importante: cómo el paso de la sociedad aristocrática a la burguesa no es tan radical como parece, sino que aquella tiene elementos de persistencia. Lo que enlaza con la anécdota de la duquesa de Sermoneta.
«En el centro y este de Europa se produjo una atmósfera inclemente, una represión que fue más allá del gulag. A la izquierda intelectual le costó mucho entenderlo»
¿Las dos grandes carnicerías de la primera mitad de la centuria tapan lo demás?
He procurado aportar una mirada al centro y este de Europa no tanto como un enfrentamiento entre comunismo y capitalismo, sino para analizar la atmósfera inclemente, la represión que hay más allá del gulag. Hubo resistencia en el 53 (Berlín), en el 56 (Budapest) y en el 68 (Praga), pero cuesta derribar el mito de que aquello era un paraíso terrenal. A la izquierda intelectual europea le costó mucho entenderlo. Y están los casos español, portugués y griego, que nos parecen pequeños y perviven durante décadas sin democracia. El ejemplo de nuestros vecinos es incluso más paradigmático, porque mientras los demás países pierden sus dominios continúa el imperio portugués; la caída de la dictadura se produce a partir de un golpe del ejército colonial, algo impensable en España. En fin, hay carreteras secundarias que es preciso estudiar. Esa imagen idílica de la costa dálmata en los años 70 transmitida por Tito acaba a principios de los 90 con Dubrovnik bombardeada. Y esto ocurrió hace cuatro días.
¿Ha sido silenciada la violencia sexual en esos episodios?
Sin duda. La violencia en el siglo XX nunca se trató desde la perspectiva de las mujeres, y es mucho más que la violación y la prostitución. Hay un hilo conductor en los rapados de pelo: en Irlanda antes de su guerra civil, en Viena y Budapest por los soviéticos, en las «pelonas» del franquismo... Es una violencia barata que no está recogida en los libros de texto.
Hace algo más de un año publicamos una entrevista al historiador David Van Reybrouck al hilo de su libro «Congo», donde denunciaba la depredación y los genocidios protagonizados por las potencias coloniales, hechos no siempre bien ponderados.
Todo el mundo quiere recordar las glorias, no las partes más crudas de su propia historia. Los conflictos coloniales son realmente oscuros, un relato que no ha llegado a la enseñanza, con casos como el belga en el Congo o el francés en Argelia.
¿Quedan grandes impunidades por denunciar?
Las tres palabras que marcaron la historia de los desaparecidos en Argentina -memoria, verdad y justicia- siguen sin concretarse en bastantes casos. Hay criminales de guerra que se fueron a la tumba sin pasar por un tribunal. Hay ejemplos notables, como la limpieza étnica en Armenia. Con todo, existen grandes dificultades para reconciliar historia y memoria, para construir un consenso posbélico.
«La violencia en el siglo XX nunca se trató desde la perspectiva de las mujeres. Esa violencia sexual barata no está recogida en los libros de texto»
¿Qué opina del revisionismo histórico?
La Historia solo avanza a través de la revisión. Otra cosa es el revisionismo político que derriba estatuas de personajes que antes eran héroes y ahora son villanos. En la ex Yugoslavia a los nazis colaboracionistas ahora les consideran héroes bajo el argumento de que, en realidad, colaborar con Hitler minimizó los daños a la nación. Los historiadores estamos bajo sospecha porque la gente piensa que cualquier opinión sobre los hechos del pasado es respetable y que hay que tomar partido hasta mancharse. Falta lectura crítica y sobra simplificación. Hobsbawm decía que los historiadores somos los recordadores oficiales de lo que la gente quiere olvidar.
¿Qué le parece la palabra «fascista» como insulto recurrente en estos tiempos?
El fascismo desapareció en 1945-46. Hay reminiscencias en dictaduras iberoamericanas y asiáticas, pero como fenómeno histórico fue derrotado. Hoy se considera fascista a alguien que no piensa como tú o que tiene sentimientos identitarios. No puedes llamar a Lukashenko fascista, será otra cosa; no creo que un militante de ETA sea fascista, lo cual no resta un ápice de crueldad y criminalidad al terrorismo. Hay autores como Roger Griffin que piensan que el sustrato del fascismo procede de la izquierda, parte de la cual utiliza ahora el término como insulto al rival político.
«Rebrotar» es una palabra de moda. ¿Corremos el peligro de una nueva violencia indómita?
No mientras tengan las armas quienes las deben tener. La gran conquista de Europa es que el militarismo está legitimado por la democracia. Tengo esperanza de que los estados democráticos sean capaces de mantener el monopolio de la violencia.
Pero siempre surgen nuevos enemigos.
En el siglo XXI las certezas se rompieron por la crisis económica de 2008, el terrorismo internacional, el cruce del capitalismo al Pacífico, el mundo multipolar, la superpoblación en países como Nigeria, el cambio climático, el crecimiento urbano, las desigualdades profundas... Y, ya ve, ahora estamos en medio de una pandemia de consecuencias imprevisibles.