CINE
Juicio sumarísimo a Jean-Luc Godard
¿Un genio? ¿O un «palizas»? El director de varias de las piedras angulares de la «Nouvelle Vague» es un creador polémico. Aprovechando el estreno de «Mal genio», la película que le ha dedicado Michel Hazanavicius, damos voz a los dos bandos
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A favor: Por delante de todos
Al leer las penúltimas biografías de Godard (la de Colin MacCabe – traducida en Seix Barral –, la jugosa pero inédita de Richard Brody ) o su entrevista en la monumental última edición del «Godard par Godard», llama la atención uno de los rasgos que menos se subrayan de él: la soledad del personaje . En parte, esto se debe a su irrenunciable posición ante el «arte» del cine: si Truffaut , uno de los muchos amigos que perdió por el camino, planteó una famosa pregunta en forma de dilema entre el cine y la vida, Godard siempre ha optado por el primero . Esta otra pregunta se la hacía a sí mismo en « JLG/JLG », uno de los más bellos autorretratos de la historia del cine, «¿Dónde habita usted?». Su respuesta, «En el lenguaje».
Este es el cineasta que se ha situado en vanguardia, por delante de los demás sin saber si había camino , hasta perderse literalmente en el espacio que hay entre plano y plano, eso que Vertov llamaba intervalo y que nadie sabe bien lo que podría ser. Y ahí quedó atrapado, generando en su pugna por salir hermosas soluciones de lenguaje, productivas paradojas, frases contundentes como un eslogan y también irritantes caprichos conceptuales.
Godard es el ogro del cine , solo en su caverna –platónica, por supuesto– intentando alumbrar aquello que una vez definió con prístina poesía: no ya una imagen justa sino justo una imagen . No pocas de sus películas son el relato (término poco godardiano, desde luego) de una película que no llegó a hacerse porque no encontró la forma de pasar de una imagen a la siguiente. No es una posición cómoda a menos que se tenga algo de fundamentalista, de profeta del cine ; y se entiende que no muchos hayan querido acompañarle en esa permanente travesía del desierto.
Godard es un profeta del cine. Pocos le acompañaron en su travesía del desierto
Godard es un profeta del cine. Pocos le acompañaron en su travesía del desierto
Su biógrafo Brody describe una gira americana del cineasta que llenaba auditorios de universidades con esa película (fracasada en salas comerciales): venían para aprender «cómo ser revolucionario». Este es el Godard icónico de los años 60, la imagen de lider con la que iba a romper: en ese turbulento tramo de la década, es curioso que los tres máximos «influencers», Dylan, Lennon y Godard, escogieran el mismo camino de desconectarse de sus redes sociales.
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En contra: naufragio y postureo
El barco en el que Godard «localizó» algunos de los pasajes de « Film Socialisme » terminó por naufragar y dar un protagonismo mundial a aquel tal Schettino . Godard, como de costumbre, ya había pasado página para embarcarse en otro de sus «poemas». Bastante tiene él con recomendar bibliografía a los indocumentados y buscar «justo una imagen». Si fue capaz de sobrevivir al delirante maoísmo francés y consiguió pulir su imagen de irreductible en el pantano postmoderno, tenía todo el derecho del mundo a convertirse en la salsa para todas las pedanterías hiper-estéticas que intentaron ser algo más que una pompa de jabón en este siglo demoledor.
Es algo más que un rumor: parece que tiene mal carácter y, como se llega a escuchar en la película de Michel Hazanavicius es «un ridículo graciosete que va de revolucionario». Por teléfono –recuerdo– era bastante cortante, dando la impresión de que estaba harto del papel que le habían adjudicado .
No me he dormido nunca en ninguna de sus películas. Supongo que sus películas «clásicas» me parecían ya casi pre-históricas cuando propiamente pretendían incidir en el destino de la época. No es fácil pasar corriendo por delante del cine de Godard aunque esa secuencia en el Louvre de « Banda aparte » ha inspirado varios «remakes» de artistas contemporáneos.
En el desierto de las salas vacías, su evangelio toma un tono acaso patético
En el desierto de las salas vacías, su evangelio toma un tono acaso patético
La «nueva ola» naufragó con el aburguesamiento de la «rebeldía» aunque, pírrico triunfo, salvó los muebles en la retórica post-estructuralista que cimienta la Academia contemporánea. El cineasta de la imagen histórica no teme a las salas vacías , en ese desierto su evangelio adquiere un tono mesiánico o, acaso, patético. Su naufragio es (sublimatoriamente) el mayor de los éxitos cuando ya no es posible «la escapada».