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Juicio póstumo a un pensar sin compasión

La filosofía de Heidegger no sólo encaja sino que ahorma el nazismo. Lo demuestran sus diarios, los «Cuadernos negros». Quizá por eso pidió que se publicaran al final de sus obras completas, tras noventa y cuatro volúmenes de pensamiento

El filósofo Martin Heidegger en 1965

REYES MATE

«Heidegger y el zorro» es un escrito de Hannah Arendt de 1953. Habla de un zorro bondadoso e indefenso, tan vulnerable que ni siquiera sabía olfatear el peligro. Harto de tantas asechanzas, decidió un buen día construir una madriguera donde refugiarse para poder vacar a la contemplación sin que nadie le molestara. El zorro era Heidegger, un maestro para muchos en el arte de la astucia . Nadie como él para despistar al sabueso que quisiera conocer sus fuentes, para ocultar sus intenciones y para engañar, fiel a su principio de «permanecer opaco como una máscara». Aunque Arendt se empeña en transformar al zorro en topo, siempre hay que preguntarse qué hay detrás de los gestos del zorro y, más concretamente, qué quería decirnos con estos «Cuadernos negros» que, tal y como dejó escrito, nadie debía leer antes de su publicación y esta sólo podía llevarse a cabo al final de sus obras completas.

Si nos guiamos por las reacciones que han suscitado, el tan temido secreto tenía que ver con la relación de su filosofía con nacionalsocialismo . Heidegger podía temerse, en efecto, que la gente rebajara la grandeza de su pensamiento a un «affaire» nazi y se curó en salud al ordenar que primero el personal se empapara bien de sus escritos sobre lo divino y lo humano; y sólo al final, después de 94 densos volúmenes, se publicaran estos «diarios filosóficos» donde inevitablemente se tenían que colar retazos de historia –la personal y la alemana– en sus construcciones filosóficas.

Ante las víctimas del Holocausto no tuvo ninguna palabra de arrepentimiento o compasión

Si su intención era marcar los tiempos, la cosa le salió mal . Hace 25 años, al cumplirse los cien años de su nacimiento, un chileno, Víctor Farías , autor de «Heidegger y el nazismo», incendió al mundillo filosófico y periodístico sobre todo en Alemania, Francia e Italia. El eje de aquellos debates era la relación entre su filosofía y el nazismo: ¿fue su militancia nazi un paréntesis desgraciado o el resultado de sus planteamientos filosóficos? , ¿un accidente o un acontecimiento? Si fue lo primero, no habría que preocuparse mucho. Todo el mundo tiene un mal momento. Si, lo segundo, entonces habría que revisar su obra porque toda ella podría estar contaminada.

Bajar de las nubes

De aquellos intensos debates, en los que participaron los primeros espadas europeos de la filosofía y de la historia, algunas cosas ya quedaron claras. En primer lugar, que había filosofía heideggeriana antes de su militancia nacionalsocialista y después . «Ser y tiempo», escrito en 1927, no es una ideología del nazismo. Hay muchos Heidegger: el que ajusta sus cuentas con la filosofía académica tradicional que vaga errática confundiendo lo pensado con la cosa pensada. A ese idealismo él opone la prioridad del ser sobre el pensar. Luego viene el Heidegger que baja de las nubes y se topa con Hitler, al que declara filósofo de referencia y él, su profeta.

Pero su experiencia política, como la de Platón en Siracusa, acaba en fiasco. Y eso le lleva, en un primer momento, a criticar al nazismo dominante en nombre del «auténtico» para luego mandarle a paseo . Desencantado del mundanal ruido, decide refugiarse en la madriguera de la abstracción, en parte para profundizar en la pregunta por el ser pero también para evitar que le pregunten por lo que ha sido. En cualquier caso, sus meditaciones sobre la técnica, el progreso, la historia, el arte o el lenguaje son de permanente actualidad.

Ortega le sale al quite: Heidegger «no atormenta la lengua alemana sino que la embaraza»

También se llegó al convencimiento de que, aunque haya que distinguir entre el filósofo y el político, existen vasos comunicantes. Como señalan Habermas y tantos otros, hay en él muchos tópicos filosóficos, cargados de afectos antidemocráticos y antisemitas, que se hermanan con toda naturalidad con el nazismo: desprecio por la civilización de masas y la opinión pública, chauvinismo indesmayable por la lengua y el pueblo alemanes, elitismo, exaltación de la lucha, la sangre, la misión histórica o el caudillaje ... Y sobre todo, el culto incondicional al decisionismo, que le llevó a flirtear con Carl Schmitt y que, al exaltar la decisión por la decisión sin saber para qué, le privó, a la hora de la verdad, de criterios morales de juicio.

Todo esto ya lo sabíamos y no debía de importarle mucho a Heidegger porque lo reconoce en estos «Cuadernos» con todas las letras : «Se piensa -dice- que mi «Discurso sobre el rectorado» no encaja en mi filosofía. Y, sin embargo, en ese discurso se expresan algunas cosas sumamente esenciales, sólo que en un momento y en unas circunstancias que no se correspondían de ningún modo con lo que se dice ni con lo que se pregunta». O sea, y que para que los morbosos lo tengan claro, hay una relación entre su filosofía y el nazismo. Su error consistió en haber llegado demasiado pronto . Ahí reconoce que su filosofía no sólo encaja sino que ahorma el nazismo. No le importaba que el lector de toda su obra obtuviera al final el regalo de este testimonio tan descarado.

La pregunta decisiva

Entonces ¿por qué tantas precauciones con unos escritos que él tanto valoraba?, ¿qué temía?, ¿qué quería? Lo que realmente le importaba era dejar claro que era único y original . Rechaza con viveza que le relacionen con Jaspers –por aquello de la filosofía existencial–, «en el que no se encuentra ni una sola pregunta esencial del pensar». Eso ha sido cosa suya. No hay página en la que no recuerde que lo decisivo en la filosofía es «la pregunta por el ser» , algo que hicieron los griegos, pero que se olvidó, y ahora hace él, en nombre de los alemanes. Por eso habla aquí tanto de un «nuevo» o de un «segundo» comienzo: el primero fue cosa de los presocráticos cuando, en los albores del pensar, formularon las preguntas esenciales de un ser humano, sorprendido y preguntón, que no se conformaba con registrar las apariencias.

Luego vino el milenario invierno donde el ser humano confundió la realidad con lo que él pensaba de ellas. A ese largo invierno de olvido del ser le da muchos nombres, tales como técnica, racionalidad, modernidad, cristianismo o metafísica, aunque el santo y seña es «Weltjudentum» (judaísmo planetario) . Hasta que llegó él, quien, consciente de esa errancia de la humanidad, asume la tarea de poner todo lo que conforma la realidad -filosofía, historia, política o arte- a la escucha del ser. La empresa de reconducir a Occidente por el camino del ser es lo que el destino tiene reservado al pueblo alemán . En un momento pensó que ese pueblo era el que desfilaba tras la cruz gamada; luego, más prudentemente, se lo endosó al pueblo de los «poetas y pensadores».

Heidegger practicó y nunca cuestionó la complicidad con el crimen. Podría ser el protagonista del «Deutsches Requiem» de Borges

Esa es la originalidad que él reivindica y que repite a lo largo de estos «Cuadernos», escritos entre 1930 y 1970, con una escritura que nada tiene que ver con la espontaneidad e impresión de un diario . Al contrario, cada frase está pensada y milimétricamente medida. Puede resultar aburrida esta machacona pregunta por el ser, pero no hay que perder de vista, dice él, que esa es «la pregunta esencial del pensar», sin olvidar, añade, que «todo gran pensador piensa un solo pensamiento» .

Único y original. Así quería ser recordado y así fue reconocido en vida. Y nada avala mejor esta afirmación que la seducción de su lenguaje y de sus pensamientos entre los jóvenes intelectuales... judíos . Fueron legión y de tanta solvencia como Emmanuel Levinas , quien le presenta al público francés alabando «la originalidad y la potencia que emana de un genio»; Hannah Arendt , que siempre disculpó esos «diez cortos meses de fiebre» y defendió su «profundidad»; Karl Löwith , al que honró con el título de «su único y mejor alumno»; Marcuse , que trató inútilmente de que el maestro reconociera sus errores políticos para salvar su obra; por no hablar de Hans Jonas , de Leo Strauss o Eric Weil . Todos seducidos por un pensamiento que denunciaba el agotamiento de la filosofía de su tiempo y que, animado por el «pathos» del comenzar de nuevo y la invitación a la creación, se tomaba en serio la finitud del tiempo o la dimensión carnal de las ideas.

Poder nombrar

También contaba el lenguaje. Heidegger despidió las palabras acartonadas y se inventó las suyas. Se queja en algún momento de que le critiquen el «lenguaje plástico» . A un alemán de orden le desasosiega que le digan, por ejemplo, que la esencia del pensar está recogida en una palabra arcaica y descatalogada como «Gedanc», donde el susodicho alemán barrunta algo de «Gedächtnis» (memoria) y «Danken» (agradecimiento). A Heidegger le basta eso para decir que el pensar originariamente no tiene que ver con razonar sino con memoria y acogida .

Quien le sale al quite es Ortega y Gasset . Al contrario de sus críticos, Ortega piensa que Heidegger «no atormenta la lengua alemana sino que la embaraza» con nuevos contenidos, los mismos que su mente va descubriendo. A un pensador tan profundo y creador como él hay que reconocerle el derecho a poder nombrar . Si hay que ponerle un pero, añade, es que «además de ser profundo quiere serlo y esto no me parece ya tan bien». A veces su talento denominador cae en la absoluta oscuridad o en la cursilería, como cuando suspira por la «imperturbabilidad de la mirada sencilla para lo único esencial».

¿Por qué tantas precauciones con estos escritos que tanto valoraba? Lo que realmente le importaba era dejar claro que era único y original

Casi todos estos jóvenes seducidos acabaron matando al padre: «patético e impasible», sentenció Levinas; Arendt se especializó en el tramo de filosofía griega que Heidegger demonizó (Sócrates y Platón); Löwith, el gran amigo repudiado por ser judío, se preguntaba si la filosofía de Heidegger había que colocarla en la «f» de filosofía o en la «f» de fascismo ; Jonas acabó escribiendo una «Ética de la responsabilidad», algo que habrá hecho saltar de su tumba al pensador genial que no tenía oído moral... Pero todos reconocieron su deuda con el maestro y por eso les dolió tanto que ante las víctimas del Holocausto no tuviera ninguna palabra de arrepentimiento, ni de compasión.

Trotta publica ahora, en excelente traducción de Alberto Ciria , el primero de los tres volúmenes que la edición alemana dedica a los «Cuadernos negros». Si tenemos en cuenta lo que se dice en esos otros dos volúmenes, que también serán traducidos, hay que reconocer la presencia en estos cuadernos de un elemento perturbador que, por el lugar central que ocupa, puede obligar a leer de nuevo y de otra manera la filosofía de Heidegger. Se trata del antisemitismo .

El nazismo era antisemita pero sabido es que Heidegger lo despreciaba –aunque se atuvo a las racistas Leyes de Núremberg que él legitimó y aplicó en su «Rectorado», ya que «protegían a la sangre alemana»– porque era vulgar, es decir, «biologista». Él quería darle nivel filosófico (como un momento de la «Seinsgeschichte», dicho en su jerga), explicándolo ni más ni menos que como una exigencia del ser en su lucha por la autenticidad. Esta explicación que ahora nos brinda, tuvo él mucho empeño en ocultársela a los dirigentes nazis .

Guerra metafísica y física

Son varias las aproximaciones filosóficas que hace al tema, todas igualmente radicales y no siempre compatibles entre sí. Dice, por ejemplo, que el judío, al carecer de tierra y mundo, tiene que asentarse en algo abstracto y vacío que Heidegger llama «cálculo» o «habilidad», haciéndose eco del tópico según el cual el alma del judío es una letra de cambio . Esa existencia descarnada conlleva grandes pérdidas: carecer de hogar, marginarse de la historia o carecer de raíces. Eso, con ser grave, no sería un «crimen planetario», si no fuera porque el judío de la diáspora, al estar en todas partes, es capaz de proponer e imponer ese modo de ser como un modelo universal. Alemania se planta, en nombre de Occidente, para salvar lo singular y particular donde reside la esencia . Esa defensa de Occidente le lleva a declarar la guerra metafísica al judaísmo. Si la vieja «historia del ser» es antisemita, la nueva no debería tener rastro de judaísmo.

Su lenguaje y su pensamiento sedujeron a los jóvenes intelectuales... judíos: Levinas, Arendt, Marcuse, Löwith...

El problema del antisemitismo heideggeriano es que hubo Auschwitz, con lo que su guerra metafísica se hizo física, pero él ni se inmutó . Lo más que llegó a decir, a modo de excusa, es que «por doquier nos asalta un sufrimiento sin límite. Somos impasibles porque no hemos ido al encuentro de la esencia del sufrimiento», es decir, no somos sensibles al dolor del otro porque nos domina el espíritu de la técnica al que no es ajeno...¡el propio judaísmo! Ahí se equivocó de nuevo: no somos insensibles porque se nos oculte «el ser del sufrimiento» por mor de la técnica, sino que la complicidad con el crimen, que él practicó y nunca cuestionó, anuló la capacidad de compasión . Heidegger podría ser el protagonista del « Deutsches Réquiem » de Borges .

Heidegger se arriesgó con estos «Cuadernos negros» pensando que el lector acabaría reconociendo su singularidad y originalidad. ¿Lo consiguió? Alguien que le conocía muy bien, como persona y como pensador, Karl Löwith, le arrebató ese marbete al colocarle «en un pelotón de filósofos que amalgama existencia y decisionismo» .

No conocía estos cuadernos póstumos pero sí sabía de dónde venía su autor, a quién debía sus intuiciones, y con quién estaba. Un severo juicio que, tras estas publicaciones, dista de ser gratuito .

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