MIS BESTIAS SAGRADAS
Judy y Madeleine, el descubrimiento de la mujer
En «Vértigo», Kim Novak fue el animal más intolerablemente bello de la creación, un fantasma carnal que cambiaba para siempre a quien la miraba
Debo a « Vértigo », entre otras felicidades más estrictamente estéticas, la revelación insana de que también podemos amar a las muertas y a las resucitadas y a las mujeres que nunca existieron. Tuve la rara fortuna de contemplar por primera vez «Vértigo», la obra maestra de Alfred Hitchcock , en un cine de verano, cuando la adolescencia me aturdía con su ruido y con su furia. De aquella experiencia inaugural guardo algunos recuerdos indelebles: la música arrebatada de Bernard Herrmann , que durante años me brindó muchos escalofríos; la luz de procedencia casi onírica que Hitchcock había conseguido captar; la interpretación perpleja y a ratos dolorida de James Stewart , que desde entonces fue mi actor favorito y mi modelo de masculinidad (aunque parezca increíble, yo era por entonces un muchacho flaco y espigado); y, sobre todo, el descubrimiento de Kim Novak , el animal más bellamente humano de la creación, en su doble papel de Judy y Madeleine.
Para el adolescente mitómano que yo era por entonces, a punto de descubrir los misterios dolorosos y gozosos de la sexualidad, la irrupción de una mujer así, tan intolerablemente bella, fue como una especie de fulminación . Recuerdo con renovado temblor su aparición primera en «Vértigo»; ocurre en un restaurante de decoración opresiva y lujosa, con paredes tapizadas de terciopelo rojo: James Stewart se ha apostado en la barra, y ella se levanta de la mesa donde acaba de cenar con su marido (luego sabremos que es un marido apócrifo); un vestido de tela verde, sinuoso y fluctuante como un mar de sargazos , resalta su figura. Cuando la cámara la retrata de perfil sobre un fondo burdeos, ya sabemos que la reacción de James Stewart no se distinguirá de la nuestra: el deslumbramiento, el deseo, la ofuscación y un apabullado sentimiento de insignificancia se agolpan en su rostro. Al igual que James Stewart, ya nunca hemos vuelto a ser el mismo , desde que nos tropezamos con Kim Novak .
La secuencia más hermosa
El secreto de su belleza no se cifraba tanto en unas turgencias nada triviales como en la arquitectura de su rostro , en el óvalo perfecto de su rostro, con aquella nariz respingona, aquellos hermosos ojos implorantes, aquellos labios donde convivían una tristeza y una voluptuosidad recónditas. Nunca podré olvidar aquella secuencia –la más hermosa jamás registrada en celuloide– en la que Judy accedía a recogerse el pelo en una suerte de moño espiral, tal como Madeleine hacía, después de que Scottie se lo suplicase en la habitación del hotel de medio pelo en el que Judy se hospedaba; y mientras el obsesivo y necrófilo Scottie aguardaba al pie de la ventana, iluminado desde el exterior por un letrero de neón verde, Judy se recluía pudorosamente en el baño , como si en lugar de disponerse a recoger sus cabellos fuese a desnudarse o a realizar algo todavía más íntimo y vergonzante (si es que hay algo más vergonzante que acceder a la petición enfermiza de un hombre que quiere resucitar a una muerta).
Para el adolescente mitómano que yo era por entonces, la irrupción de una mujer así fue como una especie de fulminación
Scottie aguardaba a que Judy saliese del baño, desasosegado y apremiante de deseo, bañado por la luz del letrero de neón; y al poco Judy abría la puerta del baño, se detenía por un instante en el umbral, nimbada de una neblina verde y funeral , extrañamente onírica, que impedía distinguir sus facciones, hasta que finalmente caminaba muy lentamente hacia Scottie en volandas de la música de Bernard Hermann, caminaba bellísima y algo envarada, pues no en vano acababa de alzarse de la tumba, o al menos así lo sentía el detective Scottie, que al fin podía contemplar a Madeleine con ojos trémulos, casi llorosos, en los que se agolpaban el aturdido deseo y la gozosa incredulidad, la veneración rendida y el conmovido consuelo , porque acababa de completarse el milagro y su amada, que creía desaparecida para siempre, había resucitado y caminaba hacia él, envuelta en una luz verde y funeral, caminaba hacia él dispuesta a entregarse, mientras el tiempo se suspendía y las fronteras entre la vida y la muerte se disgregaban, hasta que al fin Judy ya transformada en Madeleine se fundía en un abrazo apasionado con Scottie , lo besaba con labios que no eran yertos y azulosos, sino palpitantes y carnales; y mientras se besaban y abrazaban, encadenados cual vid que entre el jazmín se va enredando, la cámara los envolvía y circundaba, la cámara celebraba su reencuentro y giraba en derredor de ambos como un carrusel de irrealidad, acercándose tanto a los amantes que parecía querer incluirse en su abrazo y fundirse en su abandono.
Tantos años después, en mis sueños sigue apareciéndose ese fantasma carnal de Kim Novak , matizado por una penumbra verdosa; y entonces mis labios musitan aquel conjuro evangélico: «Levántate y anda». Y ya no les cuento más, porque no me parece de caballeros andar divulgando los secretos de alcoba.