LIBROS
Juan Eduardo Zúñiga: la memoria, hilo de la vida
A sus cien años, el escritor madrileño nos regala un libro de recuerdos que, sin dejar de ser personal, huye del solipsismo y reivindica la lectura y el conocimiento

En el año en que ha cumplido cien años, momento de celebraciones y general reconocimiento -tan tardío como justo- nos hace Juan Eduardo Zúñiga un hermoso regalo: este libro, que hay que calificar como verdadera joya, tanto por lo que dice como por lo que no dice . Por eso comienzo aplaudiendo que no haga lo que casi todos los que escriben memorias, autobiografías o recuerdos llevan a cabo: convertir su vida en objeto de conocimiento solipsista, elevando su yo por encima de todo y de todos. Al contrario, este es el libro de un yo que ha escrito precisamente toda su obra desde el pensamiento de que lo importante no es él, sino los otros , nosotros, entendiendo en ese plural del pronombre la Humanidad, eso tan abstracto y a la vez tan concreto y necesario que llamamos vida, la vida de los otros, tal como él se ha ido asomando a ella. De manera que una obra que transcurre casi toda relatando su infancia y juventud, nada contiene de lo íntimo personal, apenas si deja para el final su encuentro con Felicidad, su mujer, y de forma tan tímida que casi pareciera que esta pidiendo perdón.
Y, sin embargo, es un libro muy personal, muy de la persona Zúñiga. Porque creo que Zúñiga es antes que nada una literatura . Un hombre que ha vivido por, para y desde los libros, los que ha escrito después de los muchos que había leído. No es extraño que el volumen se cierre con unas hermosas páginas dedicadas a los libros como los verdaderos maestros de vida, y el lugar auténtico de encuentro entre el pasado, el presente y el futuro. Los libros son la manera de ser el tiempo , y, por tanto, la única forma que la existencia tiene de perpetuarse y de vencerlo.
Descifrar lenguas eslavas
Otra vez se trata de que la memoria derrote al olvido, y la vida a la muerte. «¡Qué secreta es la calle de los años!», y «¡qué larga la calle de la vida!», se dice en el formidable texto que ha situado al frente de estos recuerdos, que son sobre todo la novela de formación de un escritor, que lo es porque quiso ser lector. Qué tenacidad la de este muchacho por conocer y saber. A la edad de catorce años, en plena República, ya tiene carnet de lector de la Biblioteca Nacional pero lo que busca allí son gramáticas y diccionarios que le ayuden a descifrar lenguas eslavas, una vez que ha desechado por difícil la egiptología que le deslumbró inicialmente.
Se aclara por fin ese misterio casi extravagante de quien en medio de la Guerra Civil, declarado inútil total para la milicia (experiencia fuente de su primera novela corta ), es capaz de perseguir en embajadas de países orientales de Europa instrumentos para conocer el búlgaro, el rumano, el ruso. Es también la historia de un lector. Valora, claro, a Salgari o Verne, pero no ha olvidado «Corazón» de De Amicis, libro que armó la conciencia de tantos y del que se habla poco hoy. Y está, finalmente, «Nido de nobles», de Turguéniev, como primer asomo a la gran pasión eslava que animará ensayos posteriores.
Tertulias de café
Junto a la historia de una pasión lectora y de conocimiento de lo extraño, la otra gran virtud de este libro es que ha contado como pocos la vida de la calle en la España de la Guerra Civil y la posguerra. No tanto por propósito explícito de hacerlo, como consecuencia deducible de lo que va narrando. Servirá para quienes quieran descubrir lo que fue el destino de las gentes humildes, mujeres casi siempre, mientras los varones estaban en el frente, valdrá para trazar un mapa de todas las tertulias en los distintos cafés, y como lúcida reflexión sobre las causas profundas del atávico retraso español, que fue social y educativo.
Nos ofrece Zúñiga los recuerdos de alguien que encuentra lo mejor de sí en lo que ha aprendido mirando a los otros, preguntándose por su devenir pobre, pero también sabiendo que la única miseria que los españoles de su generación podrían combatir indemnes radicaba en la literatura y el conocimiento. Tiene el lector el registro atento de lo que nació lectura, fue luego escritura y acabó siendo vida y destino.