LIBROS
Joseph Roth, hoteles como patrias
Sin el autor austriaco no se entendería el devenir de la Europa de entreguerras. Ahora se editan varios de sus títulos fundamentales
«Ha llegado el momento de marcharse. Están quemando nuestros libros y ahora, además, se trata también de nosotros. Si uno de nosotros se llama hoy día Wassermann o Döblin o Roth, que no espere mucho más. Tenemos que irnos para que a las hogueras arrojen sólo nuestros libros». Estas palabras las pronunciaría Joseph Roth (Brody, Galitzia, 1894 -París 1939) en junio de 1932 en el Café Mampe de Berlín. Acababa de ser dada la orden a las fuerzas de asalto nacionalsocialistas.
De lo que fue la gran generación de genios del Imperio Austrohúngaro, en todos los campos en estos últimos años, han prevalecido y se han reeditado sin cesar títulos de Stefan Zweig y de su fiel amigo, el muy vulnerable e inigualable poeta de la caída de los Habsburgo, Joseph Roth. Ahora nos llega, por un lado, una espléndida recopilación de artículos de este desengañado y melancólico gigante austriaco que fue Roth ( Años de hotel. Postales de la Europa de entreguerras , Acantilado). Pero también la recuperación de varias de sus obras cumbre (todas ellas en la editorial Alianza): la maravillosa parábola bíblica, con final de alta simbología en el «sueño americano», Job (la preferida de Marlene Dietrich, que cuando así lo manifestó en una entrevista, disparó sus ventas en EE.UU., convirtiéndose en un best seller de la época); la fúnebre e impresionante despedida de este autor que ya se sabía trágicamente sentenciado, La leyenda del Santo Bebedor , publicada tras su muerte en el exilio de París; y, por fin, la que para muchos, junto al citado Job y Hotel Savoy , es considerada su más emblemática obra maestra: La marcha Radetzky, de 1932.
Talento judío
¿Qué tenían en común todos aquellos genios, y muchos más, citados anteriormente? Como decía Zweig en sus célebres Memorias , de diez escritores y artistas de talento que frecuentaban los cafés de Viena, antes y después de la Gran Guerra, nueve de ellos eran judíos. Pero no sólo eso: la mayoría de ellos ( Kraus, Adler, Mahler, Musil y el mismo Roth ) venían de la periferia, más o menos lejana, del Imperio. Es decir, en el caso muy concreto de Roth, de esa zona neurálgica -literariamente hablando-, fuente permanente de las más emocionantes rememoraciones y nostálgicas elegías que se pasearían por casi toda su obra, como un anímico telón de fondo ambiental.
Porque, desde el comienzo, todo es periferia simbólica y azarosa en la fantástica, y a la vez prosaica, historia de los Trotta, narrada de forma magistral por Roth en La marcha Radetzky . El arranque de esta saga de ganadores y perdedores a un mismo tiempo no puede ser más accidentado e irónico: un descendiente de humildes campesinos eslovenos, el primer Trotta, llegado milagrosamente al ejército imperial, salva de una muerte segura nada menos que a su Emperador.
Desde entonces, el linaje será ennoblecido. El nieto, héroe melancólico e involuntario de la historia, Carl Joseph von Trotta, una especie de «profeta», de las figuras más queridas por Roth, será el encargado de encadenar un adiós tras otro. También de vivir pálidamente, a la manera de un tenue y absurdo reflejo, una hazaña ya olvidada, la protagonizada por su abuelo, aquel héroe accidental que se empeñó en borrarse de los libros de texto.
Añorada infancia
Una Galitzia natal que, abandonada de forma precoz por Roth, nunca dejaría de ser buscada con ahínco por él como mágica e irrecuperable «patria perdida» a lo largo de sus numerosos vagabundeos por países de la Europa Occidental. Una infancia transcurrida en idílicos y añorados lugares incomprendidos, marcada más tarde por el sentimiento de «lo efímero» y por la desaparición traumática de la monarquía de los Habsburgo. Un remoto lugar, fuente de desprecio frecuente en grandes metrópolis como Berlín o Viena, que acabaría haciendo de él, para siempre, como le gustaba definirse, «un apátrida». Así lo expresa en un bello y conmovedor texto de los años 20 incluido en el volumen Años de hotel : «Esta región tiene mala fama en la Europa occidental. A nuestra complacida y arrogante cultura le gusta asociar Galitzia con la miseria, la deshonestidad y los canallas».
Los artículos del exilio parisino describen la brutalidad como norma del Tercer Reich
Unos artículos, todos ellos con algo de joyas preciosas e insustituibles, maravillosamente traducidos por Miguel Sáenz , que van desde una larga serie de estampas de hoteles vividos «como patrias» a visitas a ciudades alemanas y balnearios del Báltico o a países como Albania. Pero también están esas evocaciones con ribetes fantasmagóricos de la gran diáspora rusa tras la revolución o las descripciones, llenas de emoción y afecto conmovido, por aquellos gigantescos barcos de emigrantes que partían hacia EE.UU., en los que se mezclaban judíos pobres huyendo de persecuciones con muy probables antisemitas que los perseguían, en busca todos ellos de una vida mejor. Por fin, unos últimos artículos, escritos tras su huida, en periódicos del exilio parisino, describen la terrible tragedia y la brutalidad como norma de vida imperante aquellos días en Alemania: «La filial del Infierno en la tierra se conoce con el nombre de Tercer Reich».