LIBROS
José Mª Merino nos propone un largo viaje por el territorio cervantino
El autor gallego se pasea por el «Quijote» al estilo de otros clásicos, entre los que se incluye una corte de ilustradores
¿Quién que se considere letraherido no se ha dado una vuelta por las páginas del Quijote , «la más grande ocasión que vieron los siglos», como dijo Cervantes de la batalla de Lepanto, pero trasladándola al campo de la creación literaria? En general, los escritores sabios, de estilo inconfundible, con extrema facilidad para urdir plot s , enamorados del arte que practican, como es el caso de José María Merino (La Coruña, 1941), buscan y encuentran en el Quijote un modelo narrativo de enorme fuerza simbólica en su viaje hacia la excelencia . Sabemos que España no es un país de lectores, y que muchos escritores españoles fingen que han leído el Quijote cuando no han pasado de la primera página.
Pero hay una minoría selecta que sí es consciente de la importancia de la obra cervantina. A esta cuadrilla privilegiada pertenece Merino, que creció entre lecturas juveniles que habían contraído ex ovo una deuda con la obra maestra de Cervantes, como el Tom Sawyer de Mark Twain o el Pickwick de Dickens. Bueno es recordar que Cervantes es Cervantes por obra y gracia de la narrativa anglosajona de los siglos XVIII y XIX , lo mismo que Calderón es «un invento de los alemanes», como solía repetir Borges.
Perdedor nato
El caso es que José María Merino, que no apreciaba de pequeño a ese perdedor nato que se llamó Alonso Quijano (entre otras cosas porque los niños no aprecian nunca a los perdedores), se le ocurrió, ya en su madurez, congregar a una serie de personajes reales o imaginarios, ya fuesen fruto de su imaginación (como Eduardo Souto, Celina Vallejo o el mítico Sabino Ordás), ya cervantistas de la Real Academia Española (como los maestros Martín de Riquer o Francisco Rico), para que lo acompañaran en la noble tarea de darse un garbeo por las páginas de los Quijotes cervantinos de 1605 y 1615 e incluso por las del pérfido Avellaneda (1614). Un garbeo de ensueños rousseaunianos que, sin saltarse el orden y secuencia de capítulos de las obras originales, ejerce de elemento inspirador para el paseante.
Lo atestiguan por parte de Merino todas sus cualidades como narrador, trufando con los hechos referidos en el Quijote una serie de ensayos, cuentos y minicuentos aportados por él. En resumidas cuentas, que no nos encontramos ante la Vida de Don Quijote y Sancho (1905) de Unamuno, que no es más que una mera reescritura de lo narrado por Cervantes, sino ante un largo y productivo paseo totalmente nuevo y personalísimo , mucho más meriniano que cervantino y de lectura tan subyugante como deliciosa.
Se une a la fiesta de invenciones y glosas literarias que jalonan el mentado paseo una larga serie de imágenes, elegidas al alimón por José María Merino y Jesús Egido, editor de Reino de Cordelia. Entre los responsables de dichas imágenes se encuentra lo más granado del elenco de ilustradores del Quijote : m ás de sesenta nombres rutilantes que acompañan al gran escritor coruñés (pero leonés de adopción) en su recorrido por la inmortal novela de Cervantes.