CINE

Iwo Jima: héroes bajo diferentes banderas

Se cumplen 75 años de la toma del Monte Suribachi, en la isla de Iwo Jima, uno de los episodios más sangrientos de la Segunda Guerra Mundial, que generó la imagen más icónica de todas las batallas y varios filmes sobrecogedores

La famosa imagen del Monte Suribachi recogida por Clint Eastwood en «Banderas de nuestros padres»

Víctor Arribas

Uno de los enclaves más determinantes del desarrollo de la guerra en el Pacífico en los años 40 fue l a pequeña isla de Iwo Jima , un pedazo de terreno arenoso y de origen volcánico, conocida como la «isla del azufre» por el color de sus rocas y el olor desagradable que desprende allí la superficie terrestre. El ejército norteamericano necesitaba dominar el islote, situado unos pocos miles de kilómetros al sur de Japón , para permitir repostar a sus bombarderos en el frente nipón. Pese a su pequeño tamaño, albergaba dos pistas de aterrizaje de longitud ideal para sus aviones de combate y abastecimiento. Sus dos únicas playas de arena negra eran el escenario perfecto para el desembarco, muy próximo al monte Suribachi . Un despojo del planeta, inservible para cualquier actividad productiva, era sin embargo un lugar clave según la geoestrategia. «Cuando Dios hizo el mundo debió coger toda la basura y el polvo y ponerlo aquí», según los soldados que allí combatieron.

La mítica que rodea esta isla y su promontorio nació con una instantánea , captada por el fotógrafo de guerra Joe Rosenthal en la cumbre del Suribachi, cuando seis marines colocaron el mástil que sujetaba la bandera de las barras y estrellas . Fue en la mañana del 23 de febrero de 1945, tras varias semanas de bombardeos aéreos y con sólo cinco días de batalla en tierra contra los soldados japoneses. Todavía quedaban muchas lunas de sangre hasta la conquista definitiva de la isla, pero su hito geográfico más alto había caído en manos del Tío Sam . Cuando la imagen llegó al despacho oval, aún ocupado por un Roosevelt que fallecería poco después de un ataque cardíaco, la ingeniería de promoción de la victoria y del marketing ya se había puesto en marcha alrededor de lo que la fotografía mostraba.

«Arenas sangrientas»

Sólo cuatro años después de la contienda, Arenas sangrientas (1949), dirigida por Allan Dwan , cuestionó en tono crítico pero patriota a la vez si habían sido necesarios tantos muertos para poner las botas sobre una isla perdida en el océano. Cinco mil americanos y veinte mil japoneses habían perdido la vida entre sus rocas y sus dunas. John Wayne impulsó junto a Republic la producción del largometraje en el que participaron los tres supervivientes del izado de la bandera. E interpretó al sargento Stryker , duro con sus hombres pero atormentado con el final que le aguardaba, como demostraba la carta dirigida a su hijo, que sus hombres encontraban en la guerrera al ser alcanzado por una bala enemiga.

La película seguía la corriente del género bélico en Hollywood de fijarse en pequeñas unidades o pelotones de soldados de infantería, como ya hicieron Objetivo Birmania o Guadalcanal . Allí salían a la superficie sus miedos, sus historias personales y frustraciones , entrelazadas con su preparación y vigilia del combate en Nueva Zelanda y Honolulu. En realidad, sólo el cuarto final de Arenas sangrientas se situaba en Iwo Jima, aunque cada minuto de su metraje respiraba la inquietud sobre el desenlace en el Suribachi, en el desembarco gigantesco a bordo de lanchas anfibias y en la toma de la playa y el montículo, bañados de pólvora, explosiones, nidos de ametralladoras y destrucción . La bandera de Estados Unidos es un hilo conductor que aparece continuamente en el relato hasta que es izada por los seis héroes.

Un soldado norteamericano observa el desembarco en Iwo Jima en «Banderas de nuestros padres», de Clint Eastwood

Los soldados Rene A. Gagnon, Ira Hamilton Hayes y John H. Bradley , los tres que lograron salir con vida de la isla del grupo que levantó la enseña (en realidad, Bradley había participado en la colocación de una primera bandera y no en la de la icónica foto), cobraban protagonismo en Banderas de nuestros padres (2006). Clint Eastwood profundizó con ella en su estudio del heroísmo , el valor y la vigencia de la realidad sobre la leyenda. No creo que el director californiano quisiera cuestionar la máxima fordiana de imprimir la leyenda cuando los hechos se convierten en realidad, pero sí trató de aportar luz sobre la verdadera naturaleza de los héroes, algo en lo que viene perseverando en su filmografía ( Space Cowboys , Invictus , Sully , 15:17, tren a París , Richard Jewell ).

Los periodistas preguntan en los actos que protagonizan los tres marines si la foto del Suribachi era un montaje , había sospechas aunque realmente se trataba de la segunda bandera que se levantó aquella mañana hace 75 años, porque un capitán quiso quedarse de recuerdo la primera. P ero los países buscan héroes nacionales . Lo que ocurre en la guerra, con toda su crueldad, necesita tener un sentido, una verdad fácil de entender y muy pocas palabras. Y aquella foto reunía esos requisitos para ganar. Llegó a millones de hogares ya descreídos y hartos de la guerra, y elevó el ánimo de los norteamericanos, el valor de la imagen rearmaba moralmente al país , y los ciudadanos prepararon sus bolsillos para comprar bonos de guerra, aunque muchos de sus soldados murieran sin gloria porque nadie les sacó en una fotografía. Uno de los combatientes lo expresa con claridad al explicar que eligió la infantería por la elegancia de su uniforme: «No tiene sentido ser un héroe si no lo pareces». Eastwood adaptó el libro de idéntico título del hijo de John Bradley y el periodista Ron Powers, y compuso la partitura de un film muy personal, que se topó con la extraordinaria calidad de su propio reverso.

«Cartas desde Iwo Jima»

La otra cara de la batalla quedaba reflejada en Cartas desde Iwo Jima (2006), primera ocasión en la cinematografía mundial en que un cineasta profundizaba en los puntos de vista distintos de una misma contienda bélica en diferentes largometrajes. La guerra tiene dos caras, y la de los perdedores es tan sobrecogedora o más. Basada en las cartas del general Tadamichi Kuribayashi , un militar educado en Estados Unidos que planificó la defensa de la isla construyendo cientos de túneles en la roca desde los que las tropas americanas eran masacradas al tocar tierra. Una textura visual átona, amarillenta y empalidecida, rayando en el blanco y negro, puso en imágenes el guión de Paul Haggis y de la escritora Iria Yamashita , que fue rodado en lengua japonesa.

Los soldados del Imperio escriben y reciben cartas como los americanos en Arenas sangrientas , pero hay un censor que las corrige y tacha aquello que puede perjudicar al ejército nipón. Los bombardeos previos a la invasión terrestre son vistos desde las cuevas, es algo así como el Pearl Harbor japonés que nunca habíamos observado desde la óptica de los bombardeados : en las pistas de aterrizaje, en los barracones, en los túneles construidos para sorprender a la infantería americana. Y de nuevo el estudio del heroísmo : la diferencia con su hermana es que los mandos militares japoneses aleccionaron a sus soldados convenciéndoles de que no tenían ya derecho a volver a casa con vida, mientras los americanos reconocían que la confrontación se trataba de lograr volver a casa vivos. Por lo demás, sufren igual, sienten el mismo miedo, veneran las fotos de sus familiares de forma idéntica. Aunque lucharan para el enemigo, también fueron héroes y tuvieron pánico ante el suicidio o muerte con honor. ¡Banzai!

En uno de los tres héroes abanderados y supervivientes de Iwo Jima, Ira Hayes, se detiene profundamente El sexto héroe (1961) de Delbert Mann , en la que Tony Curtis se volcaba para transmitir la desazón de los hombres convertidos en celebridades por interés de una causa, por muy necesaria que fuera. Sólo en el cine americano se cuestiona así a sus propias leyendas. Basada en una historia corta de William Bradford Huie publicada en la revista Cavalier en diciembre de 1958, indicativamente titulada Nuestra tortura al héroe de los Marines Ira Hayes .

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