TEATRO
Javier Gomá: «El poderoso puede atropellarnos, pero al menos podemos reírnos de él»
El filósofo, director de la Fundación Juan March, acaba de estrenar una nueva obra de teatro: 'El peligro de las buenas compañías'
Javier Gomá (Bilbao, 1965) es una víctima más del veneno del teatro -feliz expresión que Rudolf Sirera acuñó en una fascinante pieza tatral hace casi cuatro décadas-. El filósofo y director de la Fundación Juan March ha caido definitivamente en las redes de la dramaturgia, aunque sea a tiempo parcial, y hace unos días estrenó en Madrid su comedia «El peligro de las buenas compañías», el cuarto de sus textos que sube a escena tras 'Inconsolable', 'Don Sandío' y 'La sucursal' (estas dos últimas incluidas en el espectáculo 'En el lugar del otro', donde compartió autoría con Ernesto Caballero). La columna vertebral de la obra -una comedia 'de codazos', según definición del autor, en la que todos nos podemos reconocer, y donde los antagonistas son dos cuñados- es la ejemplaridad. Todo esto regado con humor; «El humor -dice Gomá- es una herramienta fundamental en mi vida cotidiana. Los que tendemos a tomarnos demasiado en serio podemos llegar a ser insoportables, y necesitamos el humor para relativizarnos; sobre todo el humor a costa de uno mismo. Creo que es muy civilizador. Es la medicina más recomendada para todas formas de totalitarismo: el político, el totalitarismo metafísico de la muerte -necesitamos reírnos de la muerte- y el del ego, que es una pulsión que tenemos, que ocupa todo el espacio si le dejas».
¿La ejemplaridad existe?
No te puedes ir a merendar con ella; una de las condiciones necesarias de la ejemplaridad es que no exista -si por existencia se entienden aquellas cosas que son tangibles, que puedes oler, palpar-, pero es un motor permanente en la vida. Un ejemplo: en la guerra de Ucrania, muchas empresas tienen negocios en Rusia. De pronto, unas dicen: 'nos retiramos de Rusia'. ¿No cree que las que no se retiren tienen un problema? Eso es el 'ejemplo positivo', y está en todos los ámbitos de la vida. Si tienes un vecino que separa la basura en tres contenedores, a ti no te resultará tan fácil no hacer lo mismo. Y si tienes un cuñado servicial con tus suegros, que les cambia los muebles, hace la comida y es obsequioso, y en cambio tú eres un poquito más vago, o más desentendido o menos cariñoso, tienes un problema. Y si tu horario en el trabajo es de ocho de la mañana a cinco de la tarde, pero todo el mundo se va a las siete, si tú te quieres ir a tu hora tienes un problema. ¿Qué significa esto? Que los hombres y las mujeres, aisladamente, podemos funcionar con normalidad. Pero tan pronto entramos en relaciones, vemos que el ejemplo de al lado te coacciona, te invita, te reprocha, te anima, porque vivimos en una red de influencias mutuas.
Eso lo amplifican ahora las redes sociales; ya no se puede pensar de distinta manera...
A mí no me importa mucho lo que digan; si alguien se mete contigo te puede hacer sentir más o menos incomodo unos minutos, pero lo que no va a conseguir es sembrar odio porque no me apetece que mi corazón haya odio. Las redes sociales tienen un problema, y es que han dotado, de manera un poco precipitada, de mucho poder a gente que antes no lo tenía. ¿Qué hubiera ocurrido si hace justamente cien años, en 1922, a toda la población española, con independencia de su cultura o su formación, se le hubiese regalado un Ferrari para conducirlo? Los accidentes serían infinitos. Lo que ha ocurrido con las redes es que a todo el mundo se le ha dado un Ferrari, y se sienten ebrios de poder porque pueden contactar con un presidente del Gobierno, con un premio Nobel, con una actriz mundial, y ofenderlos públicamente. Vivimos un momento de cierto éxtasis, pero mi pronóstico es que se irá enfriando. En primer lugar, por la propia naturaleza del medio; insultar a una persona, a la larga, tampoco tiene tanta gracia. Y en segundo lugar, porque se irá desarrollando una cierta autorregulación. Es verdad que las redes son a veces un pozo de inmundicia, pero también son un lugar de información, de pluralidad, de conocimiento y de contacto extraordinarios.
¿Han cambiado los parámetros de la ejemplaridad?
Afortunadamente sí. Hasta hace poco, hasta el siglo 20, existía una 'ejemplaridad aristocrática'. La sociedad estaba constituida de manera jerárquica; unos pocos mandaban y la mayoría obedecía. El propio Ortega y Gasset dice que la masa no tiene más que practicar la docilidad. ¿Ante quién? Ante una minoría selecta que se presentaba como ejemplar. Pero esa 'ejemplaridad aristocrática' es profundamente indigna: convierte a los ciudadanos en masas; pero las masas no existen, existen muchos ciudadanos, todos ellos llamados a la ejemplaridad. No aplaudo que unos pocos se conviertan en ejemplos absolutos y los demás no tengan más que seguirlos dócilmente, sino que todos somos ejemplos para todos. Precisamente la ejemplaridad lo que nos dice es que estamos en una red de influencias mutuas. Usted me influye a mí, yo le influye a usted; yo influyo a mi hijo, mi hijo me influye a mi.. Yo influyo el vecino, al compañero de trabajo, al cuñado, a la persona con la que veraneo, incluso al ciudadano por la calle. Si cruzo o no cruzo, si tiro un papel al suelo, si contesto de manera maleducada, si me siento en el autobús quitándole el sitio a una embarazada, si aparco en la plaza de paralíticos. Todos estamos siendo unos modelos para otros. La ejemplaridad está mucho más fragmentada, pero es mucho más verdadera. No lo tenemos ya tan fácil como antes: el héroe, el caudillo, el santo, el conquistador... Ya no, ahora está más fragmentada, pero a mi juicio, es mucho más acorde a la dignidad que todos los hombres y mujeres tienen por el hecho de serlo.
¿Y no nos hemos ido al otro extremo? ¿No hay un desprecio general de valores fundamentales?
En parte sí, pero tiene un lado positivo. Vivíamos en una sociedad jerárquica que creaba una minoría selecta, la 'ejemplaridad aristocrática'. El impulso del principio democrático e igualitario ha desmoronado todo el andamiaje aristocrático, y en el siglo XX ocurrió un milagro que nunca antes había ocurrido: la unión entre la libertad y la igualdad. Nunca antes había ocurrido. El beso entre ambas produce temporalmente una hija fea, la vulgaridad. Vivimos en una época de vulgaridad triunfante y eso nos repugna, sobre todo si tenemos en mente los modelos excelsos de la 'ejemplaridad aristocrática'. Si lo comparas con Leonardo da Vinci, Fidias, Platón, Miguel Ángel, Beethoven, incluso con Rilke. Te produce repugnancia, arrugas la nariz ante esta vulgaridad, ignorando que esa vulgaridad es la hija fea pero maravillosa de dos padres hermosos, la libertad y la igualdad. La vulgaridad no es el punto de llegada, sino el punto de partida. Y la cultura consiste, precisamente, en la transformación de la vulgaridad en ejemplaridad, pero no en la nostalgia de la 'ejemplaridad aristocrática'. De acuerdo, la vulgaridad en la que ahora vivimos tiene un lado desagradable, pero no consiste en añorar. Se trata de trabajar con libros, con educación, con civilización, con cultura, con filosofía, en una progresiva transformación de la vulgaridad en ejemplaridad.
Volviendo al terreno de la obra, ¿el cuñado es el peor enemigo del hombre?
Es que mezcla cercanía e igualdad, y la ejemplaridad despierta todo su poderío cuando se produce en estos términos de igualdad y de cercanía. Ocurre a menudo que tú piensas que eres suficientemente apreciado y respetado y de pronto el marido de la hermana de tu mujer es más cariñoso, más atento, más manitas; es cocinero, es padrazo, tiene un sueldazo y adora a sus suegros. Tú estabas en paz contigo mismo y con los demás, y de repente se abre la guerra por comparación.
¿Qué permite el humor a la hora de expresar ideas y conceptos que no permiten otros géneros?
Primero me gustaría contestar qué permite el teatro. Empecé a escribir teatro? Siempre he tenido facilidad para describir con claridad aspectos de la vida que a veces se resisten a la verbalización. Durante todos estos años he estado dándole vueltas a conceptos que luego he escrito en libros. Y no hay nada más hermoso que la clarificación, que la verbalización, que la iluminación a través del concepto; pero tiene un problema fundamental: hay aspectos de la realidad que no se dejan conceptualizar, y que cuando lo llevas a un terreno luminoso los estás desvirtuando, estás siendo mentiroso. He hablado del 'sucio secreto' que defino como la visión del cadáver de quien te dio vida, de tu padre o de tu madre. Te produce un conocimiento de la vida, y de lo que te espera en ella, que es como atravesar aguas heladas, determinante. Nuestra obligación, entonces, es recuperar las fuentes del entusiasmo de la vida pese a las aguas heladas. No resignarte, no caer en el cinismo, sino buscar nuevas fuentes de entusiasmo. ¿Como lo cuentas en un ensayo. ¿En qué consiste la visión del cadáver? Por su propia naturaleza se resiste a su conceptualización, pero admite su mostración en el teatro. Me ocurrió con 'Inconsolable', y ahora me ocurre con el humor. Se puede ser irónico en un ensayo, pero la actitud de relativización general, de placer, de juego, de deportividad, de autoironía que tiene el teatro, no te lo da el ensayo. 'El peligro de las buenas compañías' no es una obra filosófica. Un ensayo es como el foco que llevan los mineros en el casco; no pueden dejar de iluminar. ¿Y qué ocurre con lo que se resiste a la iluminación, con lo que no se puede apresar en conceptos. El humor, para mí, entra en lo filosófico de un modo no conceptual. El teatro es no conceptual. Es drama, acción, situación, personajes y conflictos. Un espectador puede pasar muy buen rato; va a reír, a sentir emoción. Pero la obra no es conceptual. El planteamiento es filosófico, la narración no. ¿Qué es filosófico? El peligro de las malas compañías.
¿El humor está en peligro con la dictadura de lo políticamente correcto?
Hubo un estudio que midió con exactitud cuándo se hizo el primer chiste en EE.UU. después del 11-S. Pasó mes y medio o dos meses; antes hubiera sido repugnante. El humor tiene muchas veces que ver con el espacio del tiempo. Lo conté una vez y alguien me dijo que en Sevilla tardaban cinco minutos. La distancia puede temporal o espacial. Pero hay una inmediatez, que creo positiva, que te lleva a ponerte en el lugar del otro. Oí una vez una entrevista al presidente de los tartamudos españoles, que explicaba por qué decían menos idioteces: porque tenían unos segundos de más para contestar. Y habló también de los problemas que tienen en su vida cotidiana: las inhibiciones, las inseguridades laborales, sentimentales que la tartamudez puede producir. Y cuando oyes eso, no te apetece hacer chistes sobre tartamudos. Pero cuando las mujeres, los homosexuales, los ancianos o los gitanos ya no tienen tanto dolor acumulado, son capaces de reírse de ellos mismos. Cuando hay una distancia los límites se suavizan. Y por otra parte, no olvidemos que siempre se puede hacer humor a costa de ti mismo. Nunca, además, faltará el humor como reacción frente al poderoso. El poderoso a veces te apabulla; podrá atropellarte, pero por lo menos puedes reírte de él.