ARTE

Isidro Blasco: «El reconocimiento del paso del tiempo es una tragedia»

El artista madrileño, afincado en Nueva York, se sirve de estructuras de madera y la fotografía para reflejar la «tragedia del paso del tiempo». Desde este sábado presenta sus últimas conclusiones en la galería Ponce+Robles

Isidro Blasco posa junto a una de sus obras en su espacio de trabajo en Carabanchel Beatriz Lozano L. de Echazarreta

Beatriz Lozano L. de Echazarreta

El espacio de trabajo de Isidro Blasco (Madrid, 1962), donde nos desvela las claves de su obra, es la perfecta representación de su arte: una amalgama de arquitectura, escultura e imágenes que parecen estar en movimiento. Este sábado inaugura en la galería Ponce+Robles la muestra «Espacio emergentes», buen compendio de sus intereses más recientes.

¿Cómo empezó en el mundo del arte?

El trabajo que yo hago empezó hace muchos años: cuando comencé a fijarme en las esquinas y los espacios vacíos de mi apartamento. Esa fue la primera obsesión que me atrajo hasta este mundo. Quitaba los muebles y hacía fotos de las esquinas vacías y del techo. Desnudaba la arquitectura, la dejaba con sus elementos más básicos. Quería comprobar si así quedaba algo de lo que era yo, de mi «habitar en ese espacio». Buscaba una huella después de haberlo retirado todo.

¿Qué le aportaba el uso de ese método de trabajo?

A través de ese hallazgo, no tenía que decidir la forma final de las obras. Me venía dada por el método que estaba utilizando. Era una fórmula que hace que te desprendas del bagaje que te enseñan en la escuela. Aunque no deja de ser naíf hacerlo así, ya que el artista no puede desaparecer. Cuando formulas ese mecanismo, te implicas. Creo, más bien, que era un juego intelectual por el que tenía que pasar.

Una maqueta de la obra «Callao, Madrid» donde Blasco juega con la tridimensionalidad B.L.

¿Cómo ha ido evolucionando con sus obras?

En 1995, me trasladé a Nueva York y empecé a utilizar las imágenes. Al principio, me limitaba a proyectarlas en los espacios vacíos para reconstruirlos. Entendí este paso como una consecuencia lógica de mi trabajo, que tuvo que ver con mi situación precaria al mudarme a un país extranjero. No tenía estudio, ni tampoco medios. Las obras las hacía en maquetas y lo minimicé todo a un sistema de palos de madera, de fotografía y soporte de cartón, que ha imbuido mi obra desde entonces. Esa precariedad, esa necesidad que se imponía, limpió y purificó mi trabajo. Además, cuando uno se marcha a un gran centro del arte, como puede ser Nueva York, lo hace porque se quiere comparar. Esto provoca que tengas que responder a lo que estás viendo para intentar formar parte de esa conversación.

¿Le interesa el compromiso social en el arte?

Todo lo que sé lo he aprendido de mis padres, Carmen Perujo y Arcadio Blasco, ambos artistas. Mi padre tuvo siempre una inquietud social que incluía en su trabajo: vivió en la época del franquismo e incluso estuvo en la cárcel por sus obras críticas con el régimen. Creo que eran respuestas contextuales, muy de la época. La obra tiene un valor artístico en sí misma.

«La situación precaria que viví al mudarme a un país extranjero limpió y purificó mi trabajo. Me desprendí de mi bagaje académico»

Ahora, después de 40 años, ese valor de crítica social pasa a un segundo plano. Se convierte en algo superfluo. El trabajo tiene que hablar por sí mismo, independientemente de lo que esté representando o del contexto cultural en el que surja . Lo que queda después del tiempo es la forma, la expresión artística.

¿Qué emoción quiere transmitir?

Lo que pretendo transmitirle al espectador es la misma sensación que tuve cuando me aproximo por primera vez a un espacio. Después de haber tomado varias fotos, trato de recordar cómo era aquel lugar, qué sentí al mirarlo. El proceso es casi instantáneo. Para intentar reproducir esa emoción, utilizo la superposición de imágenes, un sistema de deconstrucción espacial. Pienso que vemos de una forma fragmentada y, por ello, mi trabajo trata de reflejar una forma de ver.

¿Qué motivos le inspiran?

Después de 25 años, la ciudad de Nueva York me sigue fascinando, la sigo tomando como un elemento de mi trabajo todos los días. Eso se verá en Ponce+Robles. El metro de la Gran Manzana es muy poderoso: por la repetición, la textura de las superficies, los homeless, el olor, la cantidad de ratas que se pasean... Es un lugar inspirador y cargado de energía.

El madrileño sosteniendo la maqueta de una de sus creaciones en su espacio de trabajo B.L.

¿Qué proyectos futuros tiene?

Una obra mía ha estado expuesta hasta hace poco en el Fashion Institute of Tecnology de Nueva York . Ahora estoy en el MACA de Alicante , donde está presente un trabajo homenaje a una obra de mi padre. Mi intervención escultórica Espacio Emergente se ha presentado en el Museo Lázaro-Galdiano hasta finales del mes pasado. Lo más inmediato, que expondré en Ponce+Robles en febrero y, además, voy a llevar obra a ARCOmadrid con la misma galería.

¿Hay algo de espiritual en su trabajo?

Cuando hice el primer experimento de reflejar aquel lugar en el que había estado habitando, tenía la sensación de que se había perdido algo. Trataba de recuperar algo que había sucedido en el pasado y hacerlo presente. Quería guardarlo. Mi trabajo es espiritual en el sentido de pérdida. Podríamos decir que el reconocimiento del paso del tiempo es una tragedia. Mi obra tiene algo místico por ese reconocimiento, por darse cuenta.

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