CÓMIC

Seth: «Interesarte por el pasado indica un rechazo del presente»

El canadiense Seth, uno de los grandes referentes del cómic contemporáneo, acaba de presentar «Ventiladores Clyde», la que probablemente sea la obra definitiva de su carrera

Seth, siempre vestido de punta en blanco. Hasta con 30 grados a la sombra Isabel Permuy

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El propio Seth afirma que « Ventiladores Clyde » (publicada recientemente por Salamandra Graphic) es la novela gráfica que definirá su carrera. Una afirmación de peso, teniendo en cuenta que Seth –pseudónimo de Gregory Gallant (Clinton, Canadá, 1962)– estaba ya considerado como uno de los autores de cómic más influyentes del mundo. Pero es cierto que su estilo queda perfectamente definido en este espléndido volumen que ha tardado 20 años en finalizar: la historia de dos hermanos –el apocado Simon y el amargado Abe, herederos de la empresa que da título al cómic– narrada a lo largo de varias décadas, «un libro deprimente acerca de personajes solitarios, habitaciones poco iluminadas y una visión de un más allá en el que uno se pasará la eternidad cómodamente escondido debajo de una roca», en palabras del propio autor.

¿Con los años siente más y más tentación de esconderse bajo esa roca?

Mi vida es bastante retraída, me paso la mayor parte del tiempo en mi estudio en el sótano de mi casa. Y es muy cómodo. Es curioso, yo no soy una persona tímida. En realidad, soy una persona muy abierta, pero eso no quiere decir que me guste estar ahí fuera, en el mundo. Creo que, a medida que me hago mayor, me gusta más la idea de ser capaz de controlar cuán a menudo tengo que ver a gente. Cuando estás con otra gente, ves un lado diferente de ti mismo, porque te ves reflejado en como te comportas con los demás. Es en ese momento cuando empiezas a sentirte inseguro. Si con 20 años me hubieran preguntado si preferiría trabajar siempre solo o estar en un grupo, hubiera pensado que preferiría el grupo. Pero ahora que tengo 50, miro a amigos míos músicos y pienso que debe de ser una pesadilla tener que seguir haciendo giras, hablando con gente, pasando el tiempo siempre con las mismas personas. Así que ese mundo solitario es un mundo ideal, especialmente cuando te haces mayor.

¿Cuándo decidió que quería hacer historias sobre ese mundo solitario y no sobresu lado más sociable?

No sé si realmente es una elección. Cuando vas desarrollando tu obra, vas descubriendo de qué trata tu trabajo, más que planearlo. Cómic a cómic, trabajo a trabajo, te interesa algo y te pones a hacerlo, pero no te das cuenta de que hay un hilo conductor que vas siguiendo. Es solo cuando miras atrás que te das cuenta de que todos tus cómics son parecidos y entonces te das cuenta de que los que hagas en el futuro también lo serán. A mí me cuesta imaginar hacer ahora un cómic con muchos personajes, siempre serán uno o dos. Y creo que eso se debe sobre todo a cómo es tu infancia: mi familia éramos sólo yo, mi padre y mi madre, un grupito extraño y muy unido, no tenían amigos, nadie venía nunca a casa. Y ese pequeño mundo, sólo con nosotros tres, creo que ha dado forma a lo que yo pienso que es una historia. Mientras que alguien como Jaime Hernandez hace historias llenas de personajes y creció en una familia muy amplia, rodeado de mucha gente; no creo que ni siquiera se pare a pensar que está escribiendo cuarenta personajes diferentes.

Muchos le llaman nostálgico, pero personalmente no creo que sea la palabra adecuada. ¿Cómo definiría su relación con el pasado?

No me gusta la palabra «nostálgico» y es verdad que me lo llaman a menudo. Soy una persona nostálgica, es cierto, pero no creo que mis cómics lo sean. Creo que tratan de la memoria, del pasado, pero no me puedo imaginar a nadie leyendo «Ventiladores Clyde» y pensando que es un libro acerca de lo maravilloso que es el pasado. Se trata más de personajes concretos y su relación con los recuerdos y, por supuesto, si hablas de recuerdos se trata siempre del pasado. Me gusta situar mis historias en determinados periodos de tiempo, porque son los que me gusta dibujar: estéticamente, siento mucho cariño por la primera mitad del siglo XX, entre los años 20 y los 60. Fue una gran época para el diseño, la ropa, la estética, en general. Pero no me gustaría vivir en esa época. Cuando tenía 30 años quizá hubiera dicho que sí me gustaría, pero ya no. Cuando te interesa el pasado, te das cuenta de que decir que naciste en el periodo de tiempo equivocado es una tontería. Todos somos hijos de nuestro tiempo. Siempre digo que interesarte por el pasado, o vestir al estilo del pasado, tiene más que ver con rechazar el presente que con formar parte del pasado. Así que me interesa esa época, pero no creo que sea una Edad de Oro; ahí es donde la gente se confunde, creen que pienso que 1955 era mejor que el presente. Aunque tampoco pienso que el presente sea necesariamente mejor, no es tan sencillo, hay cosas que son mejores y hay cosas que eran mejores antes. Pero, realmente, en lo que siempre estoy pensando es en la memoria, creo que ese es el elemento esencial de mi obra.

«No creo que puedas capturar la realidad en los dibujos de un cómic, sino el recuerdo de la misma»

La memoria y quizá también –como hace el personaje de Simon en este cómic– el crearse un mundo aparte del mundo, ¿verdad?

Cierto. Eso es también lo que estoy haciendo con mi propia vida. Y es algo que cada vez me interesa más cuando miro el trabajo de otros autores: qué tipo de mundo estaban creando. Tengo una lista de quince o veinte autores favoritos, pero no tanto porque me guste su obra, sino porque crean mundos especiales para ellos mismos que son fascinantes. Por ejemplo, Henry Darger : encuentro sus acuarelas muy bellas, pero no es que me interese su mundo de niñas estranguladas, lo interesantes es lo desesperadamente que necesitaba crear ese mundo. Es increíblemente fascinante, ves que su arte era algo que necesitaba para sobrevivir, lo que le unía a la existencia, a esa existencia terrible y solitaria que debió de tener. Crear un mundo artificial en el que vivir te puede mantener vivo y eso es más singular que la obra en sí misma.

En su caso, ese mundo artificial es Dominion, una pequeña ciudad de Ontario, no muy distinta a donde nació usted, o donde vive. ¿Por qué crearse un mundo tan parecido al real?

Creo que tiene que ver con que soy un coleccionista. No puedes coleccionar el mundo, coleccionas objetos, pero el mundo físico existe separadamente de ti. Así que es como ser capaz de coger algo que te gusta y guardarlo bajo un cristal. Dominion es un proyecto mucho más complicado de lo que la gente cree, gran parte del trabajo no lo ha visto nadie más que yo. Tengo libretas de trabajo en las que poco a poco voy creando la Historia de la ciudad. Son ya bastante complejas y ni siquiera tengo idea de su propósito; no son realmente importantes para mi obra. Incluso en un cómic como « George Sprott », que se desarrolla en Dominion, sé en qué parte de la ciudad está el personaje y el significado de ciertas cosas, pero no lo uso en la historia, porque tanta información distraería. Así que es un proyecto independiente, ha tomado vida propia. Quizá algún día publique esas libretas, pero sería raro que alguien las leyese, porque son simplemente yo inventándome negocios, calles, hechos y personajes históricos, etc. El verdadero propósito es construir ese mundo interior. Hay algo de fascinante en la idea de tener una experiencia interior detallada que es sólo para ti. Cuando me tumbo en la cama por las noches, a veces voy a Dominion y camino por ella, pienso en las calles, construyo ideas. O miro a la memoria como si fuese un panal en el que guardar los recuerdos en celdas para que estén protegidos, bajo un cristal, como decía antes. Creo que incluso tu propia vida es una forma de arte en la que no hemos pensado mucho porque es casi imposible de compartir.

Volviendo a «Ventiladores Clyde», es una historia muy compleja, no sólo temáticamente, sino estructuralmente. ¿Cómo encaja todo eso en un mismo cómic?

Desde que empecé el libro quería que cada capítulo tuviese un enfoque muy diferente: el primero es un monólogo, el segundo tiene un estilo más naturalista en el que sigues a un personaje, el tercero es un monólogo interior, el cuarto es una conversación, etc. Eso lo sabía y también tenía clara la historia, todo lo que sucedería. Pero hay una cualidad al escribir que es confiar en que la historia funcione: a medida que vas escribiendo metes elementos sin saber bien por qué, aparecen orgánicamente. Un buen ejemplo estaría en el tercer capítulo, cuando Simon está solo y recorres buena parte de su monólogo interior; esa parte no estaba planificada tan cuidadosamente, ahora comprendo que si dejas algo divagar creará su propio sentido. Lo interesante de eso es que, con un monólogo, o cualquier tipo de diálogo interior largo, puedes confiar en que acabe encajando de alguna manera, porque todo nace de tu subconsciente y eso unirá todas las ideas.

El estilo de Seth, sencillo y tremendamente icónico, aumenta la sensación de melancolía

Imagino que en los 20 años que ha tardado en terminar este cómic habrá cosas que hayan cambiado bastante.

En cierta forma, sabiendo cómo sería la historia desde el comienzo, hubo un largo proceso de simplemente ir alcanzando ideas a medida que lo iba dibujando. Pero supongo que en ese proceso también llegué a conocer a los personajes. Y, hasta cierto punto, cambiaron: cuando estaba corrigiendo algunas de las páginas antiguas para la edición final me di cuenta de que mi opinión acerca de Simon se había transformado algo desde el comienzo hasta el final. Creo que en la historia no se nota, pero cuando estaba escribiendo las diferencias entre el capítulo 2 y el 5 –con 15 años de diferencia entre ambos– vi que pensaba en Simon como más inocente al final del cómic que al principio, cuando pensaba que tenía un poco más de mundo; según pasaban los años le fui haciendo más y más retraído.

Llama a «Ventiladores Clyde» «novela en imágenes». ¿Considera que los cómics son una forma de literatura, o son algo distinto?

Creo que son algo distinto. Son muy diferentes a una novela en prosa, igual que lo son a una película. Los cómics tienen un lenguaje muy único. Creo que están más cercanos a la novela que al cine. Mucha gente creería lo contrario, porque trabajas con imágenes y a veces dejas que estas cuenten la historia. Pero creo que la diferencia esencial es que el cine se basa en el movimiento y el tiempo, mientras que el cómic es más como una novela, porque usa símbolos. Los dibujos de un cómic –para ser como yo considero que los cómics funcionan mejor– tienen que ser sencillos. Esos dibujos simples, icónicos, no buscan imitar el mundo real, sino que son como diseños gráficos que trabajan con tu memoria: son símbolos. Si ves una casa y un personaje caminando es como escribir «casa» y «caminar», porque lo que hacen es crear en tu mente esa imagen. Hay cómics en los que los autores hacen cuadros muy complicados, muy realistas, pero no creo que esos sean buenos cómics; creo que eso te ralentiza. Si esa fuera la mejor forma de hacer cómics, los mejores cómics serían fotografías, pero todos sabemos que las fotografías con bocadillos resultan malísimos cómics, no se leen bien. No creo que se pueda capturar la realidad en los dibujos de un cómic, lo que puedes capturar es el recuerdo de la realidad. Así que, para mí, es como si estuvieras construyendo un lenguaje simbólico usando diseño gráfico y palabras. Y creo que eso se acerca un poco más a una novela que a una película. Pero, al final, es una forma artística muy especial por sí misma y eso es algo de lo que te das cuenta cuando miras a algunos de los mejores autores, ves que son personas que hablan bien ese lenguaje.

Tras terminar este proyecto de 20 años, ha dicho que va a ser su último cómic largo. ¿Pretende cumplir esa promesa?

No me veo haciendo un cómic de la misma manera nunca más. Fue un error. Ahora estoy trabajando en una especie de libro de memorias (lo he estado publicando en « Palookaville » bajo el título «Nothing Lasts») en un estilo mucho más de boceto y al principio tenía planeado que fuesen unas 80 páginas y ya va por 150. Y podría fácilmente hacer otras 150 y llevarme otros tres o cuatro años. Todavía podría hacer libros largos, pero no del mismo estilo. Este podría acabar siendo largo porque lo estoy haciendo de una forma mucho más sencilla y relajada. Se que si pensase en hacer otro libro de 400 páginas muy detallado y planificado, probablemente no lo haría, porque he comprobado que me lleva demasiado tiempo.

«Hay algo fascinante en tener un mundo interior detallado que es solo para ti»

Uno de sus grandes amores son los cómics clásicos. ¿Echa algo de menos en el cómic actual?

Las cosas van cambiando. No creo que hoy en día me influyan tanto los cómics antiguos como antes. Cuando empecé en los cómics era muy difícil encontrar información sobre tebeos antiguos, apenas había un par de libros sobre la materia. Y me interesaba mucho conocer la historia de mi propio medio. Así que tuve que hacerme coleccionista, salir a buscar esas cosas. Ese proceso, que ha durado unos veinte años, de encontrar números antiguos de «The New Yorker» y viejas tiras cómicas de prensa y de construir un conocimiento sobre lo que eran los cómics en Norteamérica me ha resultado muy interesante. Pero lo que era importante de eso era la idea de encontrar tus propios «antepasados», no se trataba tanto de aprender como de identificar ciertos artistas que eran importantes para ti, como si los incorporases a tu propia Historia, a tu propia familia. Los dibujantes de «The New Yorker» en los años 30 o 40 eran importantes para mí y había dos o tres que lo eran particularmente. Y de los años 50 me interesaba especialmente este autor llamado John Stanley [creador de «La pequeña Lulú», entre otros títulos]. Era distinto de ser pintor, o escultor, porque ellos podían comprarse algún libro y ver toda la Historia de su medio. Pero ahora las cosas son distintas. Para empezar, se ha publicado muchísimo. E internet ha abierto la puerta a muchísimos tebeos antiguos. Y sin tener que esforzarse no resulta tan interesante. Me he dado cuenta de que los autores jóvenes ya no están tan interesados en este proceso, porque ya se ha hecho. He hablado con un par de autores jóvenes que me han dicho que no les interesan los cómics antiguos. Por una parte, me pregunto cómo pueden no estarlo, pero por otra no lo necesitan, si quieren pueden encontrarlos en Google. No es necesario conocer toda la Historia de los cómics para hacer uno, es cierto. Igual que no necesitas conocer toda la Historia de la pintura para pintar un cuadro.

Además de cómics ha hecho muchas otras cosas: animación, cerámica, una gran maqueta de Dominion, los carteles y la decoración de la peluquería de su mujer, esculturas de bronce… ¿Considera que es todo parte de un mismo proceso artístico? ¿O los cómics son lo realmente importante?

Hace 15 años probablemente te hubiera dicho que los cómics eran lo principal y el resto eran proyectos secundarios. Pero, a medida que me voy haciendo mayor, encuentro que todo funciona en conjunto. Creo que los cómics siempre serán la dirección principal, porque son un medio narrativo y tengo un deseo muy fuerte de contar historias. Pero me atrae mucho hacer arte decorativo, que sea simplemente bello. Y con la edad veo que me interesa tanto ese trabajo como los cómics. Pero lo curioso es que creo que ese trabajo depende de los tebeos. Si viajase atrás en el tiempo y volviese a Bellas Artes y pensase en ser escultor, no creo que hubiera tenido éxito. Los cómics me crearon, me pusieron en un espacio donde sé qué puedo hacer con este otro tipo de obras. No me imagino que tipo de obras hubiera hecho si hubiera empezado de otra forma. Los cómics son el centro de como pienso.

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