ARTE

El infinito túnel de Antoine d'Agata

La Térmica se transforma en caja de resonancia de la violencia ejercida y recibida por el hombre. Su artífice es Antoine d'Agata, con una de las mejores muestras hasta la fecha de este espacio

Imágenes de la serie «Sangatte» (2004), de Antoine d'Agata

JUAN FRANCISCO RUEDA

La alargada sala de exposiciones de La Térmica , revestida del suelo al techo con más de mil imágenes de Antoine d’Agata (Marsella, Francia, 1961), sobre las que se superponen otras muchas, bien parece un túnel en el que reina la metafórica oscuridad que proyectan las punzantes fotografías del artista galo .

El montaje adquiere una importancia extrema debido a lo ambiental y semántico. Este descansa en esa característica envolvente que no da opción a rearmarse, dada la naturaleza de las imágenes, que poseen la capacidad de generar desasosiego, cuando no conmoción . Por su parte, el aluvión de fotografías equivale a la saturada iconosfera, nuestro inflacionario ecosistema visual. Este recurso supone un ataque a la línea de flotación de nuestro umbral de asimilación y respuesta, ya que nos sitúa, parafraseando el ensayo de Susan Sontag , «ante el dolor de los demás» y ante una lúgubre panorámica de nuestro mundo. Todo ello en tropel. La empatía ante lo doloroso de muchas de las imágenes parece una reacción «natural» e instantánea . Otra cuestión bien distinta es el recorrido que tienen y su capacidad para concienciar(nos) y transformar el mundo. El desdén, la desafección o el olvido, ya sea por «inmunización», autodefensa o falta de implicación para con lo que puedan representar, parecen gobernar nuestra respuesta una vez pasado el estupor inicial. De hecho, quedamos sumidos en la aceptación del fatalismo, no hay catarsis posible , convirtiéndose la evasión en la salida –si no escapada– más frecuente.

En continua reedición

D’Agata suma imágenes de conflictos y desastres desde los años noventa hasta prácticamente la actualidad , evidenciando el horror y el oprobio en continua reedición, invariable, y como manifestación de las más oscuras zonas de la condición humana. Lo comprobamos a través de su inventario de casas destrozadas en la Bosnia de la Guerra de los Balcanes , o las abandonadas en Fukushima (2014), todas con extrema objetividad y en pos de una «tipología» –tal vez del desastre– al modo del matrimonio Becher.

Pero no es suficiente con esto. En la plétora de imágenes, algunos episodios y acontecimientos se yuxtaponen interesadamente, exigiendo que el espectador salga del posible aturdimiento : fotografías tomadas en la Segunda Intifada (2000), ejemplos de fotorreporterismo y cargadas de la tensión del momento, se sitúan junto a otras de Auschwitz, borrosas y evocadoras, confrontando, también, lo explícito de la contienda –los gritos reflejados en muchos rostros– con el eco de la Historia ; los escenarios urbanos en guerra se enfrentan con rincones de ciudades como Marsella, entornos marginalizados y derruidos que son pasto de tensiones especulativas, o minúsculas celdas son «vecinas» de rincones y modos de habitar deshumanizados y expuestos a la hípervigilancia.

Fotografías de la Segunda intifada, ejemplos de fotorreporterismo, se sitúan junto a otras de Auschwitz, borrosas y evocadoras

Junto a muchas de estas fotografías, frías y objetivas a pesar de la naturaleza de lo retratado , que representan ejercicios de documentación, catalogación y archivo (dispone igualmente fichas policiales y retratos de prostitutas de Angkor), se sitúan otras que eluden la asepsia y dan crudo testimonio de relaciones sexuales explícitas, del consumo de drogas o de la muerte . Muchas son imágenes de la abyección: cuerpos que yacen reducidos a la consideración de despojos, calcinados, heridos y ensangrentados por mor de prácticas sexuales, confundidos en amasijos, así como rostros desencajados que vacilan entre el dolor y el placer o el erotismo y la muerte.

Otras son pura enunciación de la miseria, de la mercantilización de las personas y, en definitiva, de la infrahumanidad . Y en muchas de ellas aparece el artista, eliminando cualquier distancia con lo que retrata, evidenciando una implicación personal y haciéndonos partícipe de su vida, no sólo de las de otros. El ejemplo de Nan Goldin , como de algún otro autor de la Escuela de Boston , aflora. De hecho, ese fluir visual, tanto en el montaje como en el vídeo que se proyecta, unido a ese registro autobiográfico y a la visibilización de la intimidad (sexo, droga), pueden evocar la mítica « The Ballad of Sexual Dependency », el diorama de Goldin.

Conciencia de clase

En cualquier caso, d’Agata elude el primer mundo y viaja, trasladándonos, a los márgenes, a países donde la injusticia social es palmaria, a las capas más desfavorecidas, con los excluidos, con quienes convive. Verdad, compromiso y conciencia de clase subyacen en su obra .

«Oscurana», el vídeo realizado junto a Tania Bohórquez , es una sucesión de fotografías (tanto propias como ajenas) y cortes de vídeo y películas de distinta naturaleza, aunque siempre en torno a conflictos bélicos, muertes, represiones y situaciones de extrema violencia. Acompaña al torrente icónico una monocorde voz en «off» que, cual salmodia, recita sentencias que, al tiempo que describen un mundo que se colapsa, cruel e injusto, se constituyen como suerte de manifiesto político . El retrato, por conocido, no deja de ser desolador: el de un ser humano bifronte, objeto de la violencia y sujeto que la administra. Y en el túnel sigue sin verse la luz.

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