LIBROS
Imaginación, una especie en peligro de extinción
Bienvenidos a la época «Posirónica», en la que ingresamos en 2011, a raíz de los atentados del 11-S. Desde entonces, la imaginación y la ironía están proscritas. ¿Peligra su supervivencia?
Imaginación, especie en peligro. Extraña mezcla de mamífero, pájaro, pez y árbol que habita en casi todas las zonas del planeta y se desarrolla sobre todo en ecosistemas húmedos. Es muy sabrosa y nutritiva. Es, además, el más poderoso de los neurotransmisores. Los seres humanos no pueden vivir sin ella . Pueden, en cierto modo, pero no una vida real y con esperanza.
En su última novela, Thomas Pynchon se acerca a la realidad cotidiana, social y política más que en ninguna de sus ficciones anteriores. «Bleeding Edge», traducida al español como «Al límite», se desarrolla en el año 2001, antes y después del atentado de las Torres Gemelas . Como escribí en otro lugar, la novela «es una radiografía apasionada y lúcida del colapso económico que precedió a los ataques del 11 de septiembre y también un examen, dentro del lenguaje de la ficción, de las fuerzas e intereses que se movieron alrededor de esos ataques. Pynchon denuncia que la caída de las Torres Gemelas se convirtió en la excusa perfecta para cambiar el acuerdo social básico y para transformar el sentido de la democracia, y denuncia también el papel que internet acabaría por tener, dentro del nuevo esquema de las cosas, como instrumento de dominación, manipulación y control». Si la caída de las Torres Gemelas fue la excusa perfecta, dice Pynchon, para desvirtuar la democracia y crear un clima de terror global, el atentado tuvo también otra víctima casi inmediata: la ironía y, por extensión, la imaginación.
La ironía , afirma Heidi, uno de los personajes del libro, «se ha convertido ahora en una víctima colateral más del 11 de septiembre» porque no habría impedido que ocurriese la tragedia. Es «como si, no se sabe por qué, la ironía hubiera provocado los sucesos del 11 de septiembre, al impedir que el país estuviera todo lo serio que debería, debilitando su anclaje en la "realidad". Así que todo lo que sea fruto de la fantasía (y no me refiero al estado de delirio en que se ha sumido el país) también debe sufrir las consecuencias. Ahora todo debe ser literal ». Su amiga Maxine recuerda entonces que la profesora de lengua de sus hijos ha anunciado que «no les pondrá más trabajos de lecturas de ficción».
El terror global
No sé si somos muchos o pocos los que sentimos que 2001 señaló el fin de la irónica y festiva época posmoderna e inició una nueva que podríamos denominar «Posirónica» o bien, «Era del Control» . Esta época estaría, según Pynchon, dominada por los siguientes fenómenos: la ironía ha quedado proscrita; la ficción y la imaginación han pasado a considerarse moralmente dudosas porque nos alejan de la «realidad»; se instituye una cultura de lo literal; hay una inundación de «realidad» en el arte y en los medios de comunicación; se crea la idea del terror global, que lleva consigo la idea de una Guerra contra el Terror sin fin; aparece una cultura del control que opera a través de internet. Recordemos, a este respecto, las reflexiones de Byung-Chul Han en «Psicopolítica» . Por no mencionar el documental « Citizenfour », de Laura Poitras, donde un aterrado Snowden cuenta su historia desde un hotel de Singapur.
El término «Posirónico» no es una creación de Pynchon. Aparece por primera vez ¡precisamente en 2001! en la novela «The Savage Girl» , de Alex Shakar. David Foster Wallace ha estudiado cómo la ironía, que en décadas precedentes había tenido un valor crítico y desestabilizador, llegó a convertirse en los 90 en parte del lenguaje de los medios de comunicación, quedando así privada de toda capacidad revulsiva. Siguiendo estas ideas, el profesor danés Tore Rye Andersen («Down With the Rebels! David Foster Wallace and Postironical Literature») entiende lo Posirónico como el movimiento que sigue al Posmodernismo.
Enemigos de la ironía
La ironía es distancia, tanto como lo es la imaginación. La ironía es juego y cuestionamiento. Donde no hay ironía ni imaginación sólo queda lo literal, es decir, ese tipo de discurso en el que se exige que las cosas sean «verdad», en un contexto en que «verdad» no es nada grande, inspirador o luminoso sino otra cosa, relacionada con lo contable y lo palpable.
La ironía y la imaginación tienen muchos enemigos: el discurso políticamente correcto , es decir, el que exige que el lenguaje sea mensaje, y también, a ambos lados del espectro ideológico, el pensamiento bolchevique, que identifica arte con política, y el religioso, que mira con temor las exuberantes y velludas bestias de la imaginación y desearía que el lenguaje fuera moral.
La ficción y la imaginación son consideradas moralmente dudosas porque nos alejan de la «realidad»
La imaginación es femenina y nocturna, habla un lenguaje de belleza y emociones y no quiere dar lecciones ni explicar las cosas, sino hacernos vivir más, ampliar nuestra capacidad de percibir.
¿Pero es cierto lo que denunciaba Thomas Pynchon en «Al límite»? ¿Está en nuestros días la imaginación en entredicho? Resulta curioso que frente a la relativa escasez de novelas dedicadas a acontecimientos tan graves como la guerra de Vietnam, los atentados de las Torres Gemelas han dado lugar a una literatura bastante extensa. Algunas de estas obras han sido muy alabadas por la crítica: «Al límite», de Pynchon; «The Emperor’s Children», de Claire Messud , finalista del premio Man Booker, o «The Garden of Last Days», de Andre Dubus III . Otras no han tenido tanta suerte. Jonathan Safran Foer, autor de «Todo está iluminado» y «Comer animales», lo intentó con «Tan fuerte, tan cerca» , una novela que John Updike consideró cursi y Michiko Kakutani chapucera.
En segundo plano
El gran Don DeLillo lo intentó también en «El hombre del salto» , una novela fallida debido a que, según el novelista escocés Andrew O’Hagan, DeLillo «es incapaz de imaginar el 11 de septiembre». «Ninguno de los literatos que escribieron inmediatamente después del acontecimiento», asegura O’Hagan, « se dieron cuenta de que sus metáforas se convertían en palabras vacías ante lo asombroso de las imágenes reales». Uno de los efectos del 11 de septiembre, afirma O’Hagan, es que la literatura tuvo que quedarse en un segundo plano y dejar que fuera el periodismo literario y la «novela de no ficción» la que se encargara de reflejar el horror de los atentados.
En efecto, la literatura no se lleva bien con las noticias ni con los acontecimientos «reales», que son, desde luego, el territorio de la no ficción y de ese maravilloso periodismo de reportaje que hemos disfrutado en publicaciones como «The New Yorker» o «Harper’s», ahora premiado con un Nobel en la prosa fascinante de Svetlana Alexiévich . Don DeLillo, que había hablado de terrorismo, atentados y conspiraciones en muchas de sus novelas anteriores («Jugadores», «Libra», «Mao II»), era incapaz ahora de escribir una novela creíble sobre unos atentados sucedidos a pocos kilómetros de su casa.
En nuestro país, sólo Luis Mateo Díez ha tenido el valor de intentar algo semejante en «La piedra en el corazón» , una novela en la que recogió el eco dolorido de los atentados del 11 de marzo en Madrid. Pero tampoco esta será considerada su obra maestra.
Explosión atómica
Es que la literatura tiene su propio ritmo. Los grandes reportajes son, en efecto, literatura, pero literatura y reportaje son, a pesar de todo, cosas diferentes. Y es bueno que esto sea así y también es bueno no olvidarlo. Un gran reportaje es literatura, pero la literatura que intenta ser reportaje se devalúa y pierde su sentido. Porque el reportaje tiene el límite de lo literal, de lo factual, mientras que la literatura busca otra cosa que tiene que ver con el mito, con la imaginación, con la poesía y con la realidad en su dimensión más profunda. Los botánicos no utilizan fotografías para representar las plantas, sino dibujos, porque sólo el dibujo, no factual, no literal, es capaz de captar la totalidad de la planta.
«El fin de la imaginación» fue el críptico título de un artículo de Arundhati Roy que era una llamada de alerta contra las pruebas nucleares realizadas en la India, consideradas por el gobierno como un gran evento patriótico. Pero ¿es ese el primer efecto de una explosión atómica, acabar con la imaginación? El novelista marroquí Abdellah Taïa (nacido en 1973), autor de «El ejército de salvación, Melancolía árabe e Infieles», afirma: «Yo no estoy influido por la literatura. Encuentro todo lo que necesito en la realidad de la vida y en el lugar que ocupo dentro de esa realidad». ¿Un novelista «no influido por la literatura»?
Muchos autores no hablan como artistas, sino como académicos, reporteros, activistas
El novelista libio Hisham Matar (1970) se ha inspirado en un hecho terrible de su biografía para escribir las dos novelas y el libro de testimonio que ha publicado hasta la fecha («Solo en el mundo», «Historia de una desaparición« y «The Return»): la desaparición de su padre y su probable asesinato en la Libia de Gadafi . El novelista sudafricano Ivan Vladislavic afirma, por su parte: «Yo crecí en el período más represivo del "apartheid": fui al colegio en los sesenta y a la universidad a mediados de los setenta, justo antes de que comenzaran a aparecer las primeras fisuras en el sistema. Mi imaginación se formó en un período de sistemas sociales y políticos de enorme rigidez». Pero ¿está realmente hablando de imaginación Vladislavic o más bien de algo así como su conciencia cívica, social o política? ¿Es que para él son lo mismo?
Vivimos una época en la que muchos escritores no hablan como artistas, sino como académicos, como reporteros, como historiadores, como activistas. La jerga de la Teoría inunda las entrevistas de novelistas, poetas y dramaturgos con términos como género, identidad, construcción de la identidad, «heteronormativismo», etcétera, que representan nobles y encomiables empresas intelectuales o sociales pero tienen muy poco que ver, diría yo, con la forma en que trabaja la mente de un creador.
El último refugio
En un mundo donde todo lo liminal se recoge y defiende y donde en nombre de la igualdad y la ecología todo se aísla y se interpreta, se clasifica y se ideologiza, el arte acabará por ser el último verdadero refugio de lo salvaje e intuitivo, el último reducto de realidad, el último jardín donde experimentar el aroma y el ritmo rugoso de la Naturaleza, el último lugar donde brillan colores y la música no tiene otro significado que el intenso placer que causa, el último reducto que se resiste a ser parte de una tesis o de una demostración y que pretende simplemente recordarnos que estamos vivos, y que la libertad y la belleza son nuestro derecho.
¿Recuerdan lo que decía Wallace Stevens de la imaginación? Que se alimenta de la realidad. En efecto, la imaginación surge de la realidad y de la Historia, y un verdadero artista (por oposición al mal artista, que escribe con clichés) es aquel que se alimenta de los pensamientos, miedos y sueños de su época , los percibe, los recibe, los digiere y los transforma en creaciones. Sin ese proceso digestivo, sin esa transformación, nos vemos reducidos al mundo literal.