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«Identidad», la política ha cambiado (y Fukuyama sabe por qué)

El politólogo estadounidense explica en un excelente ensayo cómo la exigencia de respeto y dignidad ha creado unas políticas de la identidad que erosionan la democracia liberal

Fukuyama «revolucionó» el mundo de las ideas en 1989 con su ensayo «¿El fin de la historia?»
Luis Ventoso

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Francis Fukuyama , politólogo estadounidense de ancestros japoneses, nacido en Chicago y criado en Manhattan, fue saludado como un pequeño genio a finales del siglo XX . Más tarde, el devenir imprevisto de los acontecimientos lo convirtió casi en un chiste académico.

En 1989, en plena euforia por la caída del Muro de Berlín y el colapso del comunismo, el profesor, un treinteañero bajito, de flequillo, cara simpática y querencia «neocon», publicó un ensayo que causó sensación, «¿El fin de la historia?» , al que tres años después siguió un celebrado libro con idéntico argumento. Su tesis era que la historia, en un sentido hegeliano del término, había alcanzado su meta. La democracia liberal y el libre mercado se imponían en la batalla de las ideas. Ya no habría pasos atrás en su avance triunfal y firme. Tanto optimismo parecía entonces razonable. Si en 1970 había 35 democracias en todo el planeta, en el cambio de siglo ascendían a 120. Pero desde entonces, su número ha caído, los líderes despóticos -Putin, Erdogan, Xi- vuelven a ser moda y la que pronto será la primera potencia, China, intenta predicar con su ejemplo que el autoritarismo puede ser un modelo viable . Además, la democracia liberal se ve cuestionada por el populismo nacionalista y el de las izquierdas y derechas duras.

Entre interrogantes

Fukuyama, que hoy tiene 66 años y una frente donde el pelo ralea, se defiende de las chuflas que provocó su pronóstico errado alegando que él escribió aquello de «el fin de la historia» entre interrogantes, indicando solo una tendencia deseable. No necesita excusarse. Basta con leer su último tratado, «Identidad (la demanda de dignidad y las políticas de resentimiento)» (Deusto) para percibir que sigue siendo un pensador de gran interés , que además ha moderado su discurso. De propina, y a diferencia de muchos intelectuales españoles de prosa indigerible, es consciente de que la claridad es la cortesía de la inteligencia.

Lo habrán notado. España encara unas elecciones diferentes a todas las anteriores. El tradicional debate económico izquierda-derecha, meollo habitual de los comicios, ha pasado a segundo plano. Lo que ahora se confronta son identidades. El «sanchecismo» se pretende defensor de los derechos de minorías maltratadas -inmigrantes, mujeres, el colectivo gay...- y también apela a la revancha de una identidad izquierdista remota que perdió la Guerra Civil (de ahí el énfasis en resucitar a Franco).

El nuevo populismo apela a la dignidad de quienes se sienten invisibles

Podemos se presenta como paladín de un colectivo de agraviados al que denomina «la gente», invisible para una «casta» que lo ignora. Ciudadanos se dirige a españoles que aprecian la obra de la Transición y sienten que ahora el nacionalismo amenaza su país. Vox habla para aquellos que creen que se están quedando sin su España de siempre ante la novedad de la inmigración masiva, el separatismo agresivo y la corrección política que impone el progresismo. Por último, el PP intenta retornar atropelladamente a la ideología, predicar también para un grupo amplio con una identidad concreta, pues siente que su principal logro, la gestión económica aseada, ya no le aporta los votos suficientes

¿Qué está pasando en Estados Unidos y Europa? ¿A qué atiende toda esta revolución? ¿Cómo se explican los triunfos de Trump, el Brexit y los populistas italianos ? Fukuyama resalta que los nuevos partidos han puesto en cuestión el modelo izquierda-derecha. «Durante gran parte del siglo XX, en las democracias liberales la política giraba en torno a cuestiones generales de economía. La izquierda progresista buscaba proteger a la gente común de los caprichos del mercado y utilizar el Estado para una distribución de recursos más equitativa. La derecha buscaba proteger el sistema de libre mercado y la capacidad de todos de participar en él». La izquierda buscaba más igualdad. La derecha, más libertad. Pero todo ha cambiado . La nueva dinámica la impulsan «partidos y políticos nacionalistas o religiosos, las dos caras de la política de la identidad, en lugar de los partidos de izquierda de clase, tan prominentes en el siglo XX».

Enganches populistas

Las nuevas banderas de enganche populistas «brindan una ideología que explica por qué las personas se sienten solas y confusas, y se centran en la victimización , que culpa de la situación infeliz del individuo a grupos ajenos». Mi yo interior no concuerda con mi reconocimiento social y me siento molesto, o incluso indignado. El problema es que esos partidos y líderes fuertes/populistas tienen un concepto restrictivo de la dignidad. No la piden para todos los seres humanos, sino solo «para los miembros de un grupo nacional o religioso en particular».

Los nuevos partidos populistas han desbordado el debate izquierda-derecha

Fukuyama se retrotrae hasta Platón para recordar que él maestro clásico distinguía tres capas en el alma humana: el deseo, el cálculo racional y el «thymos» griego, el deseo de dignidad y reconocimiento. Por su parte, Adam Smith recordaba que los pobres y los marginados se tornan «invisibles» para sus semejantes, y es precisamente ahí donde las políticas de identidad se hacen fuertes, pues esas personas agraviadas reclaman su dignidad, quieren respeto, y casi siempre con toda la razón.

Vida ordenada

En Occidente la economía ya no crece como en el siglo XX. El número de quienes se sienten invisibles aumenta. Las personas se ven solas, excluidas. Añoran una comunidad y una vida ordenada, aunque a veces sean idealizaciones de un pasado que nunca existió. Ahí pesca el nacionalismo . La inmigración se convierte entonces en parte estelar del debate, porque supone novedad, cambio, una amenaza a la propia identidad; y aunque en conjunto resulta beneficiosa para los países, a nivel vecinal puede resultar molesta.

También reclaman su dignidad grupos grandes o pequeños de agraviados: el movimiento «Black lives matter» , el LGTBI, los inmigrantes sin derechos reconocidos, las mujeres... Para Fukuyama el problema de la izquierda es que «se ha centrado en grupos cada vez más pequeños de marginados de maneras específicas». La desigualdad aumenta , lo que debería dar alas electorales a la izquierda en todo Occidente. Sin embargo no ha sido así, sino al revés, porque con su híperespecialización en atender a identidades particulares ha dejado de apelar a una gran identidad nacional, a la corriente ancha de la sociedad, algo que, a su modo y con su demagogia, sí ha sabido hacer Trump.

Envite endiablado

Todo el problema de las políticas de la identidad se ha agravado además con internet , que en contra de lo previsto no ha abierto el debate, sino que se ha convertido en un ágora de reafirmación de los propios perjuicios, con alergia a confrontar ideas. La política identitaria deriva muchas veces en rencor y victimismo, como atestiguan las redes sociales y tantos comentarios anónimos e insultantes en las «webs» de los periódicos .

Magnífico en su diagnóstico, el estudio se queda corto a la hora de aportar soluciones, lo que intenta en el capítulo de cierre, titulado «¿Qué hacer?» Fukuyama s igue creyendo en las bondades de la democracia liberal y defendiéndola como el mejor modelo posible. Para protegerla de los puyazos de las políticas de identidad y salvarla, el pensador se refugia en un retorno a la nación clásica y recomienda «crear identidades más amplias e interrelacionadas» ¿Y cómo se logra tal proeza? Fukuyama solo ofrece algunos leves barruntos. Propone reinstaurar una suerte de nuevo servicio militar, sea castrense o civil, por el que pasen todos los ciudadanos. Propugna que se busque la asimilación de los inmigrantes, que abracen los valores de su nuevo país, y cree que la apología del multiculturalismo de la izquierda es un error , pues solo divide y debilita a las sociedades. Poco más... Y es que el envite resulta endiablado, incluso para una mente tan aguda que ofrece chispazos de luz hasta cuando se equivoca.

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