ARTE
La huella actual de Murillo
El eco del pintor en sus contemporáneos resuena en una segunda muestra en la capital andaluza: «Aplicación Murillo»
El pasado 2 de diciembre, mientras se fraguaba el triunfo catastrófico del partido socialista andaluz, tenía lugar en el monasterio de Santa Inés de Sevilla la exposición anual del cuerpo incorrupto de María Coronel, noble dama medieval que prefirió desfigurarse el rostro con aceite hirviendo a caer en las garras libidinosas del Pedro I. Aunque son dos hechos inconexos, con el ocaso del Sol y de la izquierda, las caras de las autoridades de la Junta y de la momia del convento habían comenzado a parecerse un poco. Nada que ver, desde luego, con el arquetipo de serena belleza sevillana que inmortalizó Murillo , el artista por cuya causa tenía yo que estar allí a la mañana siguiente.
El plan era dedicar todo el día al pintor. La ciudad ha echado el resto en la celebración de su IV centenario y me intrigaba conocer el resultado. He leído tantas veces en libros ya viejos lo urgente que es reducir el descrédito en que cayó Murillo después de que la vanguardia encontrara deplorable y amanerada su lacrimógena defensa de la religión que, al escuchar a los organizadores de Aplicación Murillo (léase app.) que su intención era actualizar nuestro conocimiento del autor, sentí que había ido al lugar adecuado el día justo. Téngase en cuenta que de ser considerado el mayor pintor español en el XIX (un prestigio que debe mucho a los generales napoleónicos que robaron sus obras durante la Guerra de la Independencia), pasó a ser despreciado después como proveedor de una imaginería comercial y mistificadora apta únicamente para estampitas.
Abarcar Aplicación Murillo no es fácil. Hablamos de 600 piezas distribuidas en tres espacios principales (Convento de Santa Clara, Sala Atín Aya y Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla) y dos secundarios (Hospital de la Caridad y Hospital de los Venerables) . Por suerte, todo está cerca. El programa central, articulado bajo el subtítulo «Materialismos, charitas y populismos», se ofrece en las tres salas citadas en primer lugar. En la primera se ilustra desde el uso por parte de la industria popular de la iconografía de Murillo a su biografía o la producción de artistas ligados con él. En la segunda, se analizan los temas esenciales de su pintura -pobreza, familia, feminidad...-, contrastándolos con el tratamiento de los artistas contemporáneos. En la tercera, la reflexión gira en torno al poder de sus imágenes (que son las que el poder quiso) para construir la visión que el pueblo se formó de sí mismo durante el siglo XVII.
La muestra no aspira a reunir un montón de piezas importantes solamente por celebrar un cumpleaños. Se trata de un material variopinto, no siempre valioso, que quiere obrar sobre el espectador cuestionando su visión de Murillo e incitándole a entablar un diálogo con él que le haga comprender que la realidad es siempre construcción. El propio Murillo fue un notable creador en este sentido. La imagen tradicional del pobre como ser resignado a su condición y orgulloso de su papel en el orden divino, o de la mujer pura y virginal, consagrada a la maternidad, debe mucho a sus pinceles. El contraste con la visión contemporánea, fruto de sucesivas emancipaciones, no puede ser mayor. Los artistas actuales interpretan la pobreza, la familia o la feminidad de forma muy diferente. Basta con pasearse por la exposición y comparar, por ejemplo, las Inmaculadas de Murillo con las madonas en éxtasis de Dokoupil , las mujeres de Paula Rego o las fotos de sexo salvaje inspiradas en Bataille . El abismo entre ellas es insuperable y produciría escándalo si no fuera porque el beaterío hace tiempo que cambió de bando.