Nélida Piñon - Desde la otra orilla del Atlántico
El hidalgo del alma
Soy una brasileña sensible, víctima del repertorio de las emociones. Sin embargo, gracias al caos de la vida cotidiana, amplío mis propósitos narrativos. Y acepto que una historia bien contada me haga saltar las lágrimas . En especial cuando, en medio de la exaltación narrativa, menciona amores contrariados, despedidas dolorosas, sentimientos ambiguos y carentes de lógica. Esos ingredientes melodramáticos que, aunque nos den vergüenza, son partes esenciales del alma melancólica .
Con cada historia, alargo la mano hasta el vecino, movida por la esperanza de llevarme al corazón una migaja de pan que rejuvenezca mis sentidos . Un recurso mediante el cual consigo un salvoconducto con el que circular por el laberinto humano y adentrarme en el siguiente.
Confieso que no exijo ni historias épicas ni héroes dignos de un panteón, sino una trama que atraviese el escudo del oyente y proclame la victoria de la sensibilidad . Así, dispenso duendes y dioses como Odín o Zeus, que sembró mitos e hijos. Un relato sin jerarquía social, de índole rural, pero con el efecto calorífero de la receta de una tarta que pasa de padres a hijos.
Las cuerdas del corazón
Siendo aún una niña, en Río de Janeiro, rodeada de familiares gallegos que disimulaban la nostalgia que les causaba la pérdida de la patria, las historias ya me atraían. Forjadas en torno a una mesa donde primaba la abundancia, al escucharlas, me arrogaba el derecho de visitar el mundo más allá del Atlántico y de convertirme en algún personaje exótico . Paisajes y seres surtían tal efecto en mi vida que, prontamente, me acomodaba en el sillón de mi padre sin siquiera pedirle permiso. Y, segura de mi poder, conocía de inmediato las remotas regiones interiores de Brasil, los abismos que albergaban las simientes de las pasiones , a la vez que afinaba las cuerdas del corazón.
Fueron esas historias las que, ungidas por la gracia y el sentimiento del heroísmo modesto , procedentes quizás de un caballero medieval cautivo del amor cortés por una dama, me enseñaron la medida humana. Gracias a ellas, amarrada a la vida, me empeñaba en resistir al desencanto del día a día y traspasaba como una flecha el vertiginoso pecho del vecino.
Decidido a ahorrarle a su esposa sobresaltos, Pixinguinha prohibió que le contasen lo que a él le pasaba
Recuerdo, en especial, los episodios que, aunque sencillos, tienen elocuencia moral. Esos que evoco cuando el desaliento me asalta y tiendo a lanzar a la humanidad a las llamas del infierno . Y eso porque los personajes de esas historias sobrevuelan sobre los demás mortales con la levedad de una mariposa cuya belleza perfecciona la estética y las buenas costumbres. Y que nos ayudan, en conjunto, a captar la esencia del mal, a examinar la realidad desde la cima de una colina, que puede ser la propia casa, para que nos apiademos de los fracasos y de las diminutas grandezas humanas . Para emitir, desde ese mirador, saludos diarios, señales de solidaridad, y ordenar que se reparta la sopa humeante, las macetas floridas que adornan las ventanas peladas.
Pienso en Pixinguinha , compositor de origen popular, negro y autodidacta como Machado de Assis , nacido en Río de Janeiro en 1897, autor del inmortal ‘choro’ « Carinhoso ». Considerado uno de los grandes artistas brasileños, se distinguía por su elegancia y sus gestos delicados , hasta el punto de que la crónica del mundo de la samba registró que, una vez, su esposa enfermó y tuvo que ser internada. Él, extrañamente, en súbita solidaridad con su compañera, presentó un cuadro clínico de debilidad que lo obligó a ser ingresado en el mismo hospital donde, por ironía del destino, se encontraba su mujer. Si bien en pisos distintos, pero vecinos.
Fiel al amor
Decidido a ahorrarle a la esposa sobresaltos que amenazasen su recuperación, Pixinguinha prohibió que le contasen lo que a él le pasaba. Fiel al amor conyugal, era conveniente que imaginase al marido en casa, entretenido en sus composiciones aunque ansioso por verla en cuanto el hospital permitiese las visitas. Que no se preocupasen los familiares, que él sabría cómo proceder para mantenerla ajena a su estado de salud . A fin de cuentas, siempre le había ahorrado los sinsabores de la realidad que les había tocado vivir.
El primer domingo, Pixinguinha, contraviniendo los preceptos médicos, abandonó la cama . Se puso traje y corbata, como le gustaba vestir, y, a paso quedo, atravesó los pasillos hasta el ascensor que lo dejó en la planta donde se refugiaba la mujer. Ya cerca de la cama, controló la respiración desacompasada por el esfuerzo y se comportó como si acabase de llegar de casa en ese momento , convirtiéndose, por tanto, en portador de noticias recientes. Casi trayéndole algún producto fresco de la huerta.
Con cada historia, alargo la mano hasta el vecino, con la esperanza de llevarme al corazón una migaja de pan que rejuvenezca mis sentidos
Sentado a su lado, allí se quedó un tiempo. Respetuoso, recogió sus lamentos, la nostalgia que ardía en el pecho de su esposa . También él, siempre discreto, intercambió confidencias con ella. Le habló de la familia, de los amigos, de la falta que hacía en el hogar que ambos mantenían desde hacía tantos años. Y tan airoso salió de la patraña, que ella no desconfió ni por asomo del sacrificio hecho por el marido para mantenerse recto, completamente dolorido, deseoso de volver a la cama , en otra planta, y entregarse a los cuidados médicos. Una farsa que, nacida de su noble corazón, fue interpretada sin levantar sospechas.
Ignoro el fin del episodio. O incluso cuántas veces más Pixinguinha se disfrazó de visitante. Y es que, no hace falta alargar la moraleja de la historia. Del relato se deduce un ejemplo que nos invita a emular y seguir las huellas de este compositor para tratar los sentimientos con cautela y abandonar el estado primitivo en el que parece que vivimos inmersos. Para que, quien sabe, seamos en el futuro, bajo los acordes de sus canciones inmortales, tan gentiles como él.