LIBROS
Héctor Abad Faciolince, el diario como tatuaje
Siguiendo la estela de los grandes dietaristas, el escritor colombiano repasa parte de una vida de lecturas, de vivencias y de sensaciones. Un ejercicio de medida nostalgia y sabiduría
Pla al describir sus dietarios reconocía que «las líneas que escribo aquí cada día tan vitalmente necesarias como respirar» El estilo siempre es natural, descuidado, porque uno escribe para sí. Un diario es una «confesión» (María Zambrano) o como advirtiera el Nobel Saramago «la novela con un solo personaje». Un género fingido cuyo recorrido, cuya trama, es la más sublime: el insoslayable paso del tiempo. Lo que fue presente. Diarios (1985-2006) del escritor colombiano Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958), cuyo título excelente lo toma de Quevedo , es un espejo a lo largo de otro espejo, una mirada interior sin interferencias, algo semejante a lo escrito por el pintor Francis Bacon : «Todas las mañanas cuando me pongo delante del espejo para afeitarme me digo: mira cómo trabaja la muerte en esta cara.»
La valentía, el vértigo melancólico, la mirada limpia y arrebatada hacia las cosas de la vida, pocas veces se han narrado, en español, con la fuerza, el desasosiego y el desprendimiento que muestra este libro inmenso por tantos motivos. De sus más de seiscientas páginas en las que mantiene la tensión y el desarraigo de la vida contemporánea, caben las epifanías interiores, los «momentos de vida» ( Virginia Wolf ) o lo que el Nobel Handke denominó los «momentos de la sensación verdadera». Un inmenso anhelo recorre cada página: la voluntad de ser escritor. Los días se suceden en medio del desamparo, del exilio, de la indecisión, del dolor y también de esos instantes, que fueron presente, de vida plena.
Honestidad moral
El nacimiento de sus hijos Daniela y Simón, verlos crecer en las páginas, l a constante presencia de su padre y su asesinato el 25 de agosto de 1987, del que Abad Faciolince escribió un libro inolvidable, poderoso, honesto, El olvido que seremos (2006), el desfile de lecturas admirables , Goethe, Chéjov, Borges, Canetti, Popper, Simenon, Calvino, Magris, Ribeyro, su intensa relación con Italia en una época en que los nombres de Eco, Sciacia, Vattimo, Bobbio; destacaban entre las letras europeas.
Como Pavese cuando escribió que «la literatura es una defensa contra las ofensas de la vida», con absoluta honestidad moral -uno de los mayores logros de este libro- Abad Faciolince escribe: «Cuando estoy feliz no escribo.»; y será cierto porque uno descubre que los episodios de felicidad quedan para dentro, muy dentro, de alguien que reconoce «la infección del amor.»; la obsesión por la escritura, aún cuando la vida sea un delicioso fracaso .
Directo, franco, sincero, con una prosa limpia sin arabescos ni pedanterías, es el caso de su discurso ante el Comité para la Defensa de los Derechos Humanos del que su padre había sido presidente -reproducido en estas páginas- y su reconocimiento del miedo y su rechazo a convertirse en una «victima profesional».
Un inmenso anhelo recorre cada página: la voluntad de ser escritor. Los días se suceden en medio del desamparo, del exilio...
Al lado de sucesos trágicos, de amores rotos, recuperados, de libros que pelean por su publicación, de amigos, estancias (Turín, Verona, Medellín, Bogotá, Madrid...), están las iluminaciones en la sombra. Para el género, éste es un diario pleno de heterodoxias compartidas: «Una prueba de que este es un diario falso es que siempre desaparece en los momentos importantes (...) Me escondo en mi mismo, en mi euforia o en mi depresión.» Sí, un diario como este es un tatuaje, algo dibujado en la piel porque «la vida interior no es una vida ejemplar. Allí ocurre todo lo malo y todo y lo bueno que no pasa en la vida exterior, en la vida de los hechos.»
Aquí mandan las sensaciones, los sentimientos, los pensamientos, las miserias y las conquistas, pero no hacia el mundo de ahí afuera, sino hacia dentro, ese es su extraordinario valor moral ( ethos ), con una ironía elegante, sutil y como sin querer molestar, como es el caso de su estancia en La Habana como Jurado del Premio Casa de América y, al fondo, como una sombra indeleble, dolorosa, fatal, querida y olvidada, Colombia.
Reconoce, para él, allá los otros que «se me ha ido la vida intentando ser demasiadas cosas» y se siente (2006) «más cansado que moribundo.» No, al menos para los lectores de este Diario, sino escritor, formidable escritor.