TEATRO
Federalistas en Broadway
El musical «Hamilton» pone en escena la pugna entre Alexander Hamilton y Aaron Burr. Dos figuras que han merecido más de un ensayo biográfico y alguna que otra novela, y que estuvieron en el «epicentro» del nacimiento de Estados Unidos
![Una escena de «Hamilton», que se representa en el teatro Richard Rodgers de Broadway](https://s2.abcstatics.com/media/cultura/2016/07/04/Foto%20Hamilton-kEaH--620x349@abc.jpg)
Aunque Alexander Hamilton nunca llegó a la presidencia de Estados Unidos, es más famoso que muchos de sus presidentes, debido al éxito de «Hamilton», el espectáculo de Broadway. En efecto, la respuesta al musical ha sido colosal. La obra gusta tanto a la izquierda como a la derecha . El presidente Obama, que llevó a sus hijas a verla, dijo que estaba casi seguro de que era lo único en lo que Dick Cheney y él habían estado de acuerdo en toda su carrera política. Es patriótica sin ser mojigata ni estirada. El tratamiento musical del ascenso y caída de nuestro primer secretario del Tesoro ha entusiasmado tanto a la gente que la Fundación Rockefeller y los productores se han puesto de acuerdo para financiar un programa que lleve a 20.000 estudiantes de segundo de bachillerato de la ciudad de Nueva York a ver «Hamilton» en una serie de sesiones matinales que se prolongarán a lo largo de 2017. Utilizando un plan de estudios preparado por el Instituto Gilder Lehrman de Historia Estadounidense, proyectan atraer sobre todo a alumnos de institutos en los que haya un alto porcentaje de familias con pocos ingresos.
Sin raza, sin etnia
A nadie se le ocurrió hacer algo así con «Jesucristo Superstar», «Los miserables», o ni siquiera con «1776», que trataba de la redacción de la Declaración de Independencia de EE.UU. Este espectáculo es diferente, no solo porque se cante a la manera estilizada, rítmica y rimada del rap y el «hip-hop», sino, quizá lo más importante, porque casi todo su reparto está compuesto deliberadamente por afroamericanos y latinos . Esto simboliza mejor que cualquier otra cosa que la historia de la fundación de EE.UU. pertenece a todos los estadounidenses de todas las épocas y todos los lugares, y no simplemente a la élite de hombres blancos anglosajones del siglo XVIII.
Puesto que los estadounidenses no tenemos una raza ni una etnia común, fundamentalmente lo que nos mantiene unidos y nos convierte en una nación son l os ideales de libertad, igualdad y democracia surgidos de la Revolución, el acontecimiento más importante de la Historia de EE.UU, en el que Hamilton fue un participante destacado.
El espectáculo es una creación de Lin-Manuel Miranda , el talentoso compositor, letrista y protagonista de «Hamilton», y, evidentemente, un hombre con miles de melodías de musicales en su cabeza. Cuando leyó la biografía de Hamilton publicada por Ron Chernow en 2004, le recordó la vida de inmigrante de su padre. Igual que Hamilton, que nació en las Antillas británicas en 1755 y se trasladó a Nueva York al final de su adolescencia, el padre de Miranda emigró de Puerto Rico a esa misma ciudad a los dieciocho años. El músico vio en la tumultuosa vida de Hamilton la peligrosa y temeraria historia de inmigración de EE.UU. Al poco de empezar el espectáculo, su personaje proclama: «¡Oye! Yo soy como mi país: / joven, desharrapado y hambriento / y no pienso desperdiciar mi oportunidad».
Hamilton en un grabado de William Rollinson de 1804 Fe en el feminismo
En cambio, Burr esperó a una mujer llamada Theodosia, diez años mayor que él, casada con un oficial británico y madre de cinco hijos. Por fortuna para Burr, el oficial murió en Jamaica y él pudo casarse con Theodosia, no por su dinero, sino por su «mente cultivada». Burr era mucho más seductor con las mujeres que como lo caracteriza Miranda. De hecho, lo que salva a Burr, en opinión de muchos contemporáneos, es su admiración por «Vindicación de los derechos de la mujer», de Mary Wollstonecraft, y su fe en el feminismo. «Burr», afirma Sedgwick, «sostenía la creencia herética, compartida únicamente por John Adams dentro del círculo de Padres Fundadores, de que las mujeres eran completamente iguales a los hombres, igual de capaces intelectualmente, igual de sensatas, y con unos sentimientos igual de profundos». No obstante, el autor reconoce que, a pesar del extraordinario éxito de Burr con las féminas, estas «le eran indiferentes».
Hamilton no quería batirse con Burr. Su hijo de 19 años, Philip, había muerto en un dueloCuando empezó la Guerra de la Independencia, tanto Hamilton como Burr se alistaron en busca de la gloria. Puesto que eran licenciados universitarios, los hicieron oficiales. Burr intervino en el infausto ataque del general Richard Montgomery a Quebec en 1775, en el que hizo un buen papel. Hamilton empezó como oficial de artillería, pero su evidente talento hizo que el general Washington lo nombrase su ayudante de campo. Washington solía tratarlo como a un hijo, a lo que Hamilton se oponía. A Burr también le destinaron al personal de Washington, pero solo duró diez días. «Desde entonces», relata Sedgwick, «Washington prescindió de Burr por ‘insidioso’ y no volvió a acogerlo en su círculo más próximo». Había algo en él que irritaba a Washington. Miranda insinúa que era su presunción y su falta de deferencia.
Los dos estuvieron presentes en la batalla de Monmouth en junio de 1778, en la que Washington castigó al general Charles Lee por desobedecer órdenes. Este, a raíz de su suspensión como consecuencia de un consejo de guerra, criticó a Washington en un escrito público, lo cual impulsó a John Laurens a retarlo a duelo. Hamilton actuó como padrino de Laurens. Puesto que la antipatía de Burr por Washington le granjeó la simpatía de Lee, Miranda ejerce la licencia poética y hace que Burr esté presente en el duelo, dando a entender que fue el padrino de Lee.
Miranda aprovecha la ocasión para detallar cantando las reglas del duelo, algo bastante normal en la época revolucionaria, sobre todo entre los oficiales del Ejército. Aunque esta era una de las maneras ritualizadas de defender el honor, habitualmente no acababa con ninguna muerte. Hamilton participó en once duelos, pero solo intercambió disparos en su enfrentamiento fatal con Burr. Monmouth fue la última acción de este, y un año después, resentido por la forma en que lo había tratado Washington, renunció a su cargo.
Ataque con bayoneta
Hamilton estuvo importunando a Washington para que le diese un mando en el campo de batalla, y finalmente, en el otoño de 1781, en Yorktown, el comandante en jefe cedió y lo puso al frente de un batallón de infantería ligera de Nueva York. El teniente coronel Hamilton condujo a sus hombres en un afortunado ataque con bayoneta a un reducto británico, lanzándose él mismo el primero por encima del parapeto. Miranda exagera el papel de Hamilton en Yorktown.
Tras la rendición británica en Yorktown, la guerra acabó por fin. Lafayette regresó a Francia, y Hamilton volvió con su esposa, Eliza, y su familia y se unió a Burr en Nueva York como abogado. Según un colega, ambos profesionales se convirtieron en «los dos hombres más grandes del Estado, y quizá del país».
A mediados de la década de 1780, los dos se convirtieron en representantes en la Asamblea de Nueva York. Burr era propenso a ver su participación en la política como un medio para aumentar sus ingresos, ya que estaba profundamente endeudado. Aunque ejerciese un cargo en el legislativo del Estado, Hamilton estaba menos interesado en Nueva York que en la suerte del Gobierno nacional. En 1787, pasó a ser uno de los delegados de Nueva York en la convención que elaboró la Constitución. Mientras que Hamilton redactó la mayor parte de los Documentos Federalistas en defensa de la Constitución, Burr no adoptó ninguna posición con respecto al documento y no parecía que esos asuntos le importasen.
Con el establecimiento del nuevo Gobierno nacional en 1789 y el nombramiento de Hamilton como secretario del Tesoro y de Jefferson como secretario de Estado, durante un tiempo Burr deja de ser el principal antagonista para serlo el virginiano, que había regresado de su cargo como embajador en Francia. Cuando Jefferson y Madison captaron el sentido del programa económico de Hamilton, con su asunción de la deuda de los Estados y su creación de un banco nacional, pasaron a la oposición y empezaron a organizar el Partido Republicano.
El asunto que convirtió la antipatía de Hamilton por Burr en «salvaje desdén» ocurrió en 1791. Hamilton daba por seguro que su suegro, Philip Schuyler, sería reelegido al Senado de EE.UU., pero Burr se sirvió de sus apoyos en la Asamblea de Nueva York, a quien correspondía la elección, para hacer que lo escogiesen a él. Con la aparición de los partidos Federalista y Demócrata Republicano en la década de 1790, Burr, el hombre sin principios, podría haber tomado cualquiera de los dos caminos, pero puesto que Schuyler era federalista, Burr tuvo que hacerse demócrata republicano. Miranda presenta a Hamilton preguntándole a Burr, después de su victoria en el Senado: «¿Desde cuándo eres demócrata republicano?». Burr contesta: «Desde que serlo ha hecho que me vaya cada vez mejor».
¿Mujer maltratada?
Pero, para la obra de Miranda, quizá más importante que la política sean las relaciones personales entre Hamilton y las hermanas Schuyler -Eliza, su esposa, y Angelica- y su amorío con Maria Reynolds. Allí estaba Hamilton «añorando a Angelica, / echando de menos a mi esposa. / Entonces fue cuando la señorita Maria Reynolds entró en mi vida». La aventura amorosa empezó en 1791, cuando Reynolds se aprovechó de su compasión y le dijo que era una mujer maltratada. En realidad, ella y su esposo urdieron una trama para chantajear a Hamilton, el cual prefirió pagar a ver su adulterio hecho público. Los rumores de que Hamilton podría estar malversando fondos del Tesoro llevó a algunas personalidades del Congreso a realizar una investigación en 1972, pero cuando Hamilton explicó las circunstancias del asunto y el motivo por el que pagaba al marido de Reynolds, los investigadores despacharon su aventura como un asunto privado.
Sin embargo, cinco años más tarde todo salió a la luz. James Thomson Callender, un periodista sin escrúpulos, denunció que la relación de Hamilton con el matrimonio Reynolds incluía la especulación con fondos del Tesoro. Para defender su reputación, Hamilton publicó un extenso folleto en el que expuso todos los detalles sórdidos de su aventura. Aunque la revelación afectó profundamente a su esposa, Eliza, Hamilton creyó que era mejor que lo considerasen un adúltero privado que un cargo público corrupto. La publicación fue un error desastroso del que Hamilton nunca se recuperó del todo.
Crisis constitucional
Al atacar a su compañero federalista John Adams en otro folleto, Hamilton contribuyó a que el Partido Demócrata Republicano ganase las elecciones de 1800. Pero, por desgracia, Jefferson y Burr obtuvieron el mismo número de votos electorales para la presidencia. Aunque todo el mundo sabía que lo previsto era que Jefferson fuese el presidente y Burr el vicepresidente, los electores demócrata-republicanos se olvidaron de guardarse uno de sus votos para Burr. Según la Constitución tal como estaba redactada entonces, un empate en votos electorales remitía la decisión a la Cámara de Representantes.
De repente surgió la posibilidad de que los federalistas del Congreso pudiesen arreglar la elección de Burr como presidente. Aunque eso era precisamente lo que muchos federalistas querían hacer, afirmando que Burr era una persona con la que se podía tratar, Hamilton pensaba de otra manera. A la vista de una posible crisis constitucional, Hamilton escribió una carta tras otra a sus compañeros federalistas urgiéndoles a apoyar a Jefferson, y no a Burr, a la presidencia. Aunque odiaba a Jefferson más que a cualquier otra figura política, afirmaba que al menos él tenía pretensiones de carácter, mientras que Burr no. Al final, después de 35 votaciones, los federalistas del Congreso permitieron que Jefferson se convirtiese en presidente.
Burr pasó el resto de su vida intentando restablecer su reputación por haber matadona HamiltonPara que su musical no superase las tres horas, Miranda ha tenido que condensar y suprimir algunos acontecimientos. Hace de la actuación de Hamilton en esta elección la causa del duelo, cuando en realidad Burr desafió a Hamilton después de su intento fallido de convertirse en gobernador de Nueva York en 1804. Hamilton no tenía ningún deseo de batirse. Su hijo de diecinueve años, Philip, había muerto recientemente en un duelo, pero su profundo sentido del honor lo llevó a la muerte. Burr estaba estupefacto por la reacción pública al hecho de que hubiese matado a Hamilton, y pasó el resto de su vida intentando restablecer su reputación.
Es una historia magnífica, y tanto el musical como el libro le sacan el máximo partido. Indudablemente, la obra de Miranda no puede igualar en detalle al extenso libro de Sedgwick, pero consigue tocar todos los puntos más importantes de la relación entre los dos hombres. Por supuesto, Miranda ha tenido que desplazar algunos personajes y elementos y aplicar alguna licencia artística para encajar determinados acontecimientos, pero no parece que haya cometido errores no intencionados.
No se puede decir lo mismo del libro de Sedgwick, lleno de pequeñas incorrecciones. Sin embargo, al final ni el chispeante espectáculo de Miranda ni el extenso ensayo de Sedgwick hacen justicia del todo a la tragedia de la historia de estos dos hombres, una tragedia en el más amplio sentido, ya que nadie entendió las complejas circunstancias con las que luchaban ni apreció las consecuencias a largo plazo de sus acciones.
copy: «The New York Review of Books». Traducción: News Clips