ARTE
Guillermo Pérez Villalta: «La fama es hortera, y en el arte hay mucho ‘‘famoso’’»
Ven la luz las memorias de Guillermo Pérez Villalta, uno de los pintores más locuaces y deslenguados del panorama nacional. Despuntó en plena vorágine de la Movida, y todavía sigue en activo. Pocos como él para hablar de arte y artistas
Guillermo Pérez Villalta (Tarifa, 1948) es un hombre inquieto. En Madrid se siente atrapado, pero es el peaje que hay que pagar para estar en la pomada, ver a amigos, cerrar acuerdos... ARCO y la presentación de sus memorias la semana pasada en su galería, la Fernández-Braso , han sido cuestiones que le han retenido más de la cuenta en esta ocasión. Pero él ya está deseando volver a su Andalucía, a la costa, la que le activa como creador. Son más de cinco décadas trabajando, aprendiendo, con los de su generación y con los jóvenes, buscando la belleza... Todo ello da para un buen puñado de experiencias que ahora vuelca en«Espejo de la memoria» (Mecánica Lunar). ¿Qué le queda por contar a alguien que no se ha callado nunca? Se lo preguntamos.
Al final, tenemos memorias de Guillermo Pérez Villalta...
Parece mentira, pero me han llevado muchísimo tiempo. Todo el proceso de «cristalización» del libro ha sido un rollo espantoso, con el inconveniente de las operaciones, que me operaron también de cataratas... He tenido muchísimos problemas.
El caso es que no todo ha sido escribir.
Para nada. Por ejemplo, con Óscar Alonso Molina preparo una muestra para la Sala Alcalá 31, una exposición que tenía en mente desde hace siglos. Girará sobre la parte geométrica, metafísica o trascendental de mi obra, llevado casi al terreno de lo sagrado. Y luego, por ejemplo, hay otra cosa que hice antes de venirme a Madrid. No quería empezar un cuadro grande, y me puse a dibujar. Está saliendo algo, que, si llega a algún puerto, se va llamar «Pabellones». Una serie de dibujos como para hacer una publicación.
¿Ha tenido «negro» para el libro o se lo ha escrito solo?
No, no. Y he tardado nueve años. Es un problema, porque resulta que el editor, que es muy amigo, de las 800 páginas que tenía, me han quitado casi 300.
Puede hacer como Nazario, que las va sacando poco a poco.
Las han pulido. Eran unas memorias con las que mucha gente se podría ofender y, de hecho, se va a ofender. Es indudable. Pero no he escrito con esa intención. Son absolutamente íntimas. Empecé porque estoy perdiendo la memoria. La infancia la recordaba bien, pero el resto se iba enturbiando. Antes de perder la memoria, algo a lo que le tengo verdadero miedo, quería dejarlo todo por escrito. Mi manuscrito está escrito con un lápiz, a mano. Yo soy disléxico, pero escribo bien. Y soy muy descriptivo, pero con la ortografía y la gramática, soy un desbarajuste absoluto.
¿Quién se le va a ofender más, artistas, galeristas...?
¡Yo que sé! No lo sé. Porque además, se ha eliminado mucho, se han dejado cosas que la mayoría de las veces no ofenden, pero había verdaderas acusaciones... Eso, fuera.
Usted nunca se ha caracterizado por morderse la lengua.
Pues, imagínate. Pero había cosas «muy fuertes», resultado de estar escribiendo para mí. Y más que los protagonistas, puedo enfadar a sus herederos, porque muchos han muerto. Además, contaba todo ese trasmundo que ha tenido mi vida. No solo el del arte, sino un mundo muy divertido, colectivo, el que vivimos a finales de los años sesenta y durante los setenta, antes de la famosa Movida. Esa época era verdaderamente alucinante y maravillosa a pesar de... [silencio].
Le acabo yo la frase: ¿el contexto político?
Problemas políticos, los había. Pero eras tú el que decidías si te dedicabas a estar «en eso» todo el día... ¡Váyase usted a freír puñetas entonces! Uno seguía su vida como quería, y ya está. Mi problema es que a mí siempre me han tenido manía las izquierdas y las derechas.
¿Todavía estamos en esas?
Creo que sí. Primero, en la derecha, los hay absolutamente incultos, pero la izquierda, a la que se suponía más culta, cada vez es más dogmática. ¡Es como si hubieran ido a catequesis! ¡Yo que siempre he sido un adalid de la libertad! ¿A mí me va a dar usted una lista de mandamientos?¡Y menos en el mundo del arte, que es lo peor!
Ahí abre un buen melón. ¿El ámbito artístico es más dogmático de lo que transmite?
Es una cosa terrible. Y algo de lo que tuve conciencia muy temprano. Cuando fui a la Documenta de 1972, que he ido a todas, esa era todavía divertida. Pero de pronto, me di cuenta de que de algún modo te estaban diciendo: «Esto es lo que hay, y si no lo haces, no eres nadie en el arte». Pero, ¿quién me tiene que decir a mí qué quiero hacer? ¿Por qué? ¡Y un teórico, además, que no tiene nada que ver con la práctica artística, que es mucho más compleja que saber pintar, que es una cuestión de pensamiento! Hay cosas que me interesan. La belleza, por ejemplo; esa palabra desterrada supone un gran problema de pensamiento. Esa búsqueda de lo que es bello, aunque sea «lo bonito», otra palabreja que les calienta aún más, es maravillosa. ¿Por qué tengo que estar pintando tragedias? ¿Por qué tengo que estar siendo activista, y de ideologías que no son las mías?
¿Por qué se puso a pintar?
Lo de la pintura no era una cosa que me plantease. Yo realmente estaba estudiando arquitectura, era mi vocación, pero no la del arquitecto por construir, sino la del arquitecto como arte. Pero en la carrera me di cuenta de que eso era imposible. Lo que a mí me salían eran «instalaciones», que ahora se llamarían así. Yo también las veía «inútiles». Sin embargo, las hice. En mi primera exposición en la galería Amadís había cosas tridimensionales. Pero el problema es que, se acababa la muestra, y todo eso había que meterlo en casa. Tender a la pintura fue algo por pura práctica: es plana, se puede acumular, es barata... Nunca he sido un maravilloso pintor que haya nacido sabiendo pintar. En todo caso, dibujar, pero no de manera suelta, tampoco.
Siempre ha dicho que no se consideraba pintor...
Me considero artífice. Es la palabra que he usado toda mi vida. Me gusta hacer cosas bellas.
Pero la pintura le ha servido para plantear un gran escenario desde el que hacer arquitectura, objetos, orfebrería...
Es todo mucho más sencillo, más práctico. Además, he sido muy atrevido: yo, que no tenía ni idea de pintar, ni había estudiado Bellas Artes, pero si había que hacer una Apoteosis, pues se hacía. No había ninguna cortapisa, saliese como saliese. A veces mejor, y otras, peor.
¿Y qué es lo bello –o bonito– para Guillermo Pérez Villalta?
Llevo decenas de años pensando si se puede hablar de manera objetiva de la belleza. En cierto grado, sí, pero es difícil de explicar. La gran belleza no se puede perfilar, es un borde excesivamente vibrante, imposible. Entonces, ¿qué es? Existe algo que nos proporciona placer, es el mismo sentimiento. Analizando esto puedes llegar a saber en qué zona está tu concepto de belleza. Pero es propia. Yo la mía la tengo definida, y se centra en gran medida en lo que llamamos arte: el de mi tiempo, el de Newman, el de Stella, el Manierismo, el Rococó...
Ahora se está haciendo un gran trabajo por sacar del olvido a muchas creadoras. ¿Es otra moda?
Precisamente hoy, mientras dibujaba, escuchaba en la radio que había una exposición sobre retratos de pintoras en no sé dónde, y pensaba: «Prácticamente desde mediados de los 50, las mujeres que querían destacar, destacaban». El problema ha sido la pasividad educativa. A las niñas se las educaba para ser monas y casaderas, pero la que salía artista, pasaba por el aro. Estoy pensando en montones. Eran buenas y están ahí. Y ya no te digo de las generaciones posteriores a mí. Cuando hay que reivindicar algo, es que algo falla. ¡Si no hace falta! La que brilla, brilla, como brilla un hombre. No lo entiendo.
¿Usted se ha sentido discriminado por ser homosexual en el mundo del arte?
Sí, lo he sentido. Hace tiempo me presentaron –que no lo hice yo– a académico de Real Academia de Bellas Artes de San Fernando . Una fracción se opuso porque yo había dejado claro mi modo de pensar. Les parecía impropio. Pero me daba igual. Lo de académico no sé si lo llevaría bien. Recuerdo también una exposición en la Biblioteca Nacional . Fue muy escandalosa. Y yo no lo hacía por escándalo, ¡Eso era mi vida! No iba a mentir. No iba a poner a una pareja amorosamente heterosexual porque no lo siento. En el fondo, todo esto siempre me ha dado igual.
¿Ha sido un artista contracorriente o son etiquetas que le van poniendo a uno?
¡Qué va! ¿A contracorriente? Hay poca gente que vaya a corriente. Mi lado práctico lo he tenido siempre. ¿El conceptual? Pues es que una fotocopia no es muy bonita. Puedo hacer cosas más «monas». A mí siempre me ha gustado la acuarela. Por todo eso, de algún modo, sí que he estado a contracorriente. He sido más bien de cosas sencillitas, pero tengo la cabeza muy grande y se llena de mucho. Sin embargo, lo que me gusta es una habitación blanca con una ventana, y se acabó. Esa esencia. Pero cuando te dicen que la esencialidad solo puede ser de acero inoxidable... Pues no, mire usted, puede ser encalada.
Una etiqueta que no le gusta es la de «artista de la Movida».
Porque no sé cómo explicarla. Primero, la Movida es mucho más joven que yo, como 10 o 12 años. Lo único que hicieron fue meterse en el espacio en el que estábamos los de mi grupo, Herminio Molero, Alcolea... Por otro lado, nosotros éramos mucho más cultos. Estos, la mayoría eran tontos, superficiales. Yo no tengo nada que ver con eso. Pero, en aquel tiempo, esa gente era más divertida que los progres, y me divertía con ellos. No soy un artista de la Movida: en todo caso, la Movida nace de mí. Esas anatomías y maniquíes nacen de la utilización de una figura mía inspirada en el Manierismo, de Pontormo, de Beccaffumi, que no tenían ni puñetera idea de quiénes eran.
Pero sí que fue un «chico Almodóvar». Él le ha comprado obras, salen en sus películas... ¡Protagonizó un corto suyo!
Pedro vivía en casa de Blanca Sánchez, que ha sido mi gran amiga toda la vida. Yo iba allí, hablábamos... Era uno más de ese mundo de los 70. Su última película me ha gustado mucho porque hay más del Pedro Almodóvar que yo conocía que del posterior. Tenía algo entrañable para mí.
¿Será de los que lean las memorias sin asustarse?
Probablemente sí. Antes de la revisión, contaba varios rodajes suyos muy divertidos. Los amigos hacíamos de extra cuando estaba rodando «Laberinto de pasiones». Nos mandó a gente que íbamos al Obelisco, que entonces era una carrera gay. Teníamos que hacer bulto paseando. Y de repente, le pregunté a Pedro: «¿Quién es ese chico tan mono?». Y me dijo: «Se llama Antonio, y es de tu tierra».
¿A quién más quiere recuperar con sus memorias, personas que cree que no se les ha valorado como se debía?
Se me viene a la cabeza una persona inteligentísima: Sigfrido Martín Begué. Nunca se le ha tomado en serio. Pero son muchos a los que he conocido, que hablo de ellos, y que la vida los ha apartado, renegado o han muerto. Hay un capítulo de fallecidos demasiado lúgubre. La fama es hortera. Ahora, la gente es famosa, y ya está. Eso me parece una aberración. Y en el arte hay mucho «famoso».
Y usted, ¿por qué quiere ser recordado?
No quiero ser recordado, quiero que se recuerde mi obra. No porque mi obra me parezca excelente, sino porque es una puerta hacia algo. Puedo ser recordado porque pertenezco a una época muy divertida. No esta, que es bastante pocha.
Al final, ¿qué aporta la edad: Sabiduría, nostalgia, sensatez?
Si no fuese por el deteriro físico, la vejez es maravillosa. Te lo puedo asegurar. Desde que cumplí los 50, todo es muchísimo más interesante. Quizás es porque en los años juveniles estás luchando por la vida. Y llega un momento en que luchar por la vida no te interesa, te interesa vivirla. De pronto, empiezas a apreciar la belleza... Soy más feliz ahora que nunca. Tengo una extraña sensación, pero experimento con más fuerza el placer: el estético, el sexual...
¿Hay algún capítulo del que se arrepienta?
Arrepentirme, no, porque la vida es así. Pero momentos bajos sí que ha habido. Bastantes. Por ejemplo, la exposición del Guggenheim de Nueva York . Tuve en «The New York Times» las mejores críticas. En aquel momento, si hubiese sabido inglés, podría haber aprovechado eso. Me hubiese gustado haber tenido una galería internacional. Tampoco es una cosa que yo haya luchado, porque por lo que luchaba fundamentalmente era por el placer de la belleza.
¿Le salen más páginas para otras memorias?
Quisiera seguir escribiendo porque me gusta hacerlo. Me han propuesto otro libro y he dicho que sí. Lo que quiero es componer una especie de rememoración de la Historia del Arte, pero que sea la mía. Porque, ¿por qué no se dan cuenta de que el Rococó es una de las cosas más bellas que han existido nunca?