LIBROS
«Luz de guerra», el idioma Michael Ondaatje
El autor de «El paciente inglés» entrelaza pasado y presente en su última novela, una de las más deslumbrantes
El título de la séptima novela de Michael Ondaatje (Sri Lanka, 1943) en su idioma original es una sola palabra, una palabra que no existía hasta que la puso en su portada para que exista para siempre: «Warlight». No es un gesto gratuito: porque el también poeta Ondaatje escribe en inglés pero, además, en su propio, inconfundible y particular idioma . Es decir: Ondaatje es lo que se conoce, pero que cada vez es menos abundante, como estilista. Y así « Luz de guerra » es una novela escrita para leerse en ese idioma que podría llamarse ondaatjés.
Y cuya trama –conectando con la puesta en práctica del rito de pasaje iniciático que va figurando en libros anteriores– vuelve a ser nada más que la excusa para ser una vez más bendecidos por el modo en que Ondaatje primero lee y contempla para enseguida evocarlo y escribirlo . (Y advertencia entre paréntesis: me consta que no todos pueden disfrutar de la lectura en ondaatjés). Todo, como es costumbre, al servicio del Gran Aria Ondaatje: la recuperación de un ayer difuso . Y aquí Ondaatje repite un poco ese esquema abduciendo la memoria de Nathaniel quien, desde sus veintiocho años y en Suffolk, en 1958, mira hacia atrás, hacia su tan aventurera como muy meditada adolescencia durante la inmediata posguerra que sigue al Blitz.
Secundarios de primera
Entonces él y su hermana Rachel fueron abandonados por sus padres (tras partir a Singapur a realizar un trabajo brumoso) y dejados al cuidado de un par de misteriosos individuos a los que todos conocen como Polilla y El Dardo, reyes de una casa que es algo así «como un zoológico nocturno» . Londres es una ciudad en ruinas (Ondaatje descuella en la descripción de las incursiones nocturnas del joven por sus callejones cubiertos por la niebla) pero Nathaniel se mueve por allí como un constructor de su presente absoluto entrando y saliendo de complejas y casi esperpénticas sociedades secretas cuyos miembros –desde el delincuente dandi hasta un etnógrafo-geógrafo, pasando por un «fabulista»– parecen la versión puesta al día de esos secundarios de primera clase a los que alguna vez animó por esas mismas calles un tal Dickens . Lo interesante y formalmente novedoso de «Luz de guerra» –uno de los mejores libros de Ondaatje hasta la fecha– es la manera en que el obsesionado con los mapas Nathaniel revisa y finalmente ilumina desde su ahora aquello que sucedió con su madre agente secreta y el esquivo escalador de edificios Marsh Felon en lo que entiende como «el confuso y vívido sueño de mi juventud» : esa «secuencia perdida de mi vida» en «el barranco de mi infancia».
Período con la textura insomne al que solo puede encontrársele algún sentido mediante el reordenamiento de historias a partir de los «fragmentos no confirmados» y no de la visión total del conjunto. La sensación es de como si un thriller de Le Carré fuese adaptado al cine por Terrence Malick . En algún momento, Nathaniel se pregunta: «¿Nos convertimos eventualmente en aquellos que originalmente se suponía que deberíamos ser?».
Igual pregunta cabe hacer a «Luz de guerra». Ondaatje ha dicho que él escribe en penumbra y avanzando sin saber muy bien a dónde se llegará y qué sucederá por el camino.
Pero aquí sucede todo lo que debe ocurrir y se arriba al único destino posible: la certeza de que –aunque siempre como entre tinieblas– «Luz de guerra» es un libro que encandila y deslumbra .