ARTE
Graciela Iturbide: «No sería fotorreportera, aunque fotografié la muerte. Pero eso es otro tipo de guerra»
Esta semana recogía el V Premio Internacional de Fotografía de Alcobendas Graciela Iturbide, memoria viva de la disciplina en Latinoamérica. Una muestra recorre en su centro de arte su trayectoria y justifica la pertinencia de esta etiqueta
Sigue fotografiando en blanco y negro. Y sigue haciéndolo en analógico. También sigue manteniendo la curiosidad del primer día, cuando retrató un avioncito –imagen que reencontró recientemente– y que dio pie a una de las voces de la fotografía más asentadas de Latinoamérica. Y la humildad. La mexicana Graciela Iturbide (1942) continúa manteniendo intacta la humildad que rezuma en sus instantáneas: rodeados como estamos de estudiantes de PIC.A , la escuela de fotografía de Alcobendas, localidad que ahora le concede su V Premio de esta disciplina, le menciono cómo parece que el público la adora. «Lo mismo han venido por ti», responde.
«Álvarez Bravo fue una buenísima influencia porque me enseñó lo que tenía que hacer. Sobre todo, a no tener prejuicios»
El Centro de Arte de la ciudad madrileña acompaña el galardón con una muestra, comisariada por José María Díaz-Maroto y Belén Poole (hasta el 25 de agosto), que repasa su trayectoria y justifica tantos elogios y tanto afecto.
¿Es más fácil hacer una foto o hablar de cómo las hace?
Hacer una foto, sin duda. Porque tienes que concentrarte. Haciendo una foto no queda otra que estar a la expectativa, estar atento a las sorpresas para poder captar un momento.
¿Y cómo se hace una buena foto?
Sinceramente, no lo sé. Es por intuición. Encuentras algo en la realidad que te sorprende, aprietas el gatillo y a ver qué pasa. A veces son cosas estupendas, otras no sucede nada. Son muchas las veces que te llevas grandes desilusiones.
No es usted una fotógrafa cualquiera. Dicen que es la más importante de Latinoamérica. ¿Se puede trabajar con esa responsabilidad a las espaldas?
No les creas. Yo no lo hago. Eso me permite trabajar sin ellas. De hecho, yo trabajo para mí. Soy muy egoísta. Por eso, si el resultado es bueno, bien, y si no, tampoco pasa nada. Tiene que ser una pasión en la vida lo que me mueva a hacer una foto. Algo que me sorprenda.
¿Y qué le sorprende a estas alturas?
Muchas cosas todavía. Salgo a la calle, y de repente veo algo que me hace exclamar: «¡Qué maravilla!». Y tomo la foto. Por ejemplo, me gustan las plantas, y si viajo, voy a lugares donde sé que las encontraré. Con ello quiero decir que a veces sí que voy buscando cosas, pero lo normal es que me salgan al paso.
Sin embargo, usted quería ser escritora...
Pero tengo una familia muuuy conservadora. Y mi padre me dijó: «¿Qué? ¿Ir tú a la universidad?». Después me casé muy joven, tuve mis hijos, y empecé a estudiar cine, así como para liberarme. El cine me encantaba, pero tuve la suerte de encontrar a Manuel Álvarez Bravo , que daba clases en la escuela y al que nadie hacía caso porque todos querían ser directores. Él me pidió ser su «achichincle»...
Su asistente. ¡Qué preciosa palabra del español mexicano!
Todavía se usa. Es como el ayudante del albañil, del artesano... Yo por supuesto que dije que sí, y al día siguiente estaba acompañándole a hacer sus fotos.
¿Se reencontró en algún momento después con la literatura?
Escribo sobre mis sueños.
Y esos textos serán «guiones» de algunas de sus fotos.
Curiosamente, yo he tenido sueños premonitorios. En una ocasión soñé que todo mi archivo se quemaba. Fue cuando me separé, por lo que seguramente fue consecuencia de algún miedo. Pero lo bonito es que se salvaban la Mujer de las Iguanas y la Mujer Ángel. Eso me encantó. Aún no sé si ellas me salvaban a mí o al revés.
Salvaba nada menos que las dos obras más icónicas de su producción.
Así definidas no porque yo lo haya dedidido, sino porque el público lo ha querido. Nuestra señora de las iguanas se ha convertido en un icono con vida propia. Muchos artistas trabajan con él. Se hizo una escultura en Juchitán, que, ahora que hubo el temblor, no se cayó. Hay muchos grafitis con su imagen allí y en Oaxaca, San Francisco y Los Ángeles. Y ahora quiero hacer un pequeño librito de cómo hay imágenes que, a pesar de uno, toman su propio camino.
No le voy a preguntar por qué dejó el cine porque esa respuesta me la sé: necesitaba de grupos numerosos y usted ama la soledad. ¿También ahora?
¡Ay, sí! La soledad te permite encontrarte más contigo mismo, te hace estar más atenta de lo que te rodea.
Mencionó antes a Álvarez Bravo...
Era un hombre de una poesía maravillosa. Me gustaba acompañarlo porque sus pláticas tenían que ver con mi formación. Yo era una niña rebelde que quería estudiar literatura, pero que venía de una familia híperconvencional. Cuando me lo encontré me di cuenta de que había otras realidades. Un día me dijo: «¿Sabes qué, Graciela? Lo bueno de divorciarse es que uno vuelve a comenzar de nuevo». El divorcio en mi casa era algo prohibidísimo. Poco después fui yo la que se divorció. Y es verdad: no pasaba nada.
Fue una buena «mala influencia» pues...
Fue una buenísima influencia porque me enseñó lo que tenía que hacer. Sobre todo, a no tener prejuicios.
La otra gran influencia es la de Francisco Toledo, el artista mexicano, que aún continúa.
Sí, sí, sí. Es muy amigo mío. Ahora tenemos una especie de sociedad civil en la que una serie de fotógrafos, que no estamos por ningún partido, hacemos acciones. Francisco hizo unos «papalotes» [cometas] de 40 desaparecidos de Ayotzinapa, sobre los que no nos han dado ninguna respuesta en México. Y creo que vamos a ir al Zócalo, donde está el Presidente, para ver si esto sirve para que hagan algo al respecto.
Es injusto porque siempre se habla de la influencia de ambos en su obra, pero poco o nada de cómo usted les influyó a ellos.
¡No creo! Yo les enseñé que aprendí de ellos. ¡Mira qué bien lo hice! La comunicación fue afín porque algo tenía que ver con ellos en el interior de mi alma. Con Toledo he trabajado mucho, y sigo. Es un gran artista, y una persona muy «politizada». Yo quisiera aprender más cosas de él en ese sentido.
Afirma que si bien ha sido siempre una gran feminista, su foto no lo es. ¿Se puede disociar una cosa de la otra?
Sí. Tampoco creo que mi fotografía sea política. Y, sin embargo, soy una persona muy «politizada». Si es necesario tomar fotos de esta naturaleza lo hago, pero será porque me lo pidan. No obstante, Álvarez Bravo ya decía que todo es político. Pero yo no estoy en ese camino. Mi labor se basa en la sorpresa. Lo que encuentro en la vida. Lo que me da la vida.
Sin embargo, la mujer ocupa un lugar destacado en su producción.
¿Sabes por qué? Porque cuando yo llego a un sitio como Juchitán, convivo con las mujeres. Me quedo en sus casas. Voy al mercado con ellas. Son las personas que me acogen, me ayudan y cuidan, y eso lo tengo que agradecer. Pero también estoy con los hombres, y los fotografío. Soy feminista porque defenderé siempre los derechos de la mujer en cualquier plaza social. No soy de esas que odian a los hombres... Me parece ridículo.
Ha admitido que no podría ser reportera de guerra...
Ahora que fui a fotografiar a los migrantes, no sabes lo que sufrí. Me deprimí pero en serio. No podría ver cómo se muere la gente. Ni me sabría defender de las balas. Ya me pasó en Juchitán una vez. Yo no tengo la sensibilidad de Susan Meiselas , a la que tanto admiro.
Pero ha fotografiado mucho, y bien, la muerte.
La muerte sí. Es algo que me ha acompañado mucho tiempo. Yo perdí una hijita... Pero eso no es la guerra. Es otro tipo de guerra. Una más interior, en la que no te tienes que defender sino que tienes que asumir lo que llega.