LIBROS

El gótico existencial de Patrick McGrath

El autor londinense teje en «La encargada de vestuario» una trama con Londres y la posguerra como decorado

Patrick McGrath
Rodrigo Fresán

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Patrick McGrath es uno de esos contados y privilegiados escritores que no solo tienen un mundo propio sino, también, u n tono casi inmediatamente reconocible . Sí, McGrath tiene clase. Y tal vez por haber nacido en Londres en 1950, algo de las radiaciones de los bombardeos del Blitz y su larga y deprimente a la vez que eufórica resaca sean el -nunca mejor dicho- telón del fondo de otro de sus ya agradeciblemente típicas novelas. En «La encargada de vestuario» volvemos a encontrarnos con otra fatal historia de «amour fou» . Con un puñado de personajes en ambiente más o menos cerrado, como si se tratasen de peones en una partida de ajedrez o, mejor aún, actores sobre un escenario que conocen sus líneas a la perfección pero no tienen mucha idea de qué va la obra que deberán interpretar.

En ruinas

De nuevo: la posguerra londinense. Allí y aquí impera la fragilidad política y los extremismos ideológicos y todo está en ruinas aunque se haya ganado la guerra, por lo que sólo queda vivir y nutrirse casi vampíricamente de la pasión aunque pueda tratarse del más peligroso de los alimentos. «La encargada de vestuario» abre entonces en el feroz invierno de 1947, en el funeral del célebre actor shakespeareano Charles «Gricey» Grice . Allí están la muy atractiva (pero con mala dentadura) y delicadamente alcohólica viuda Joan, su esposa durante treinta años y cumpliendo el rol que da título al libro; su nerviosa hija Vera lista para convertirse en estrella y su marido empresario teatral y muy sinuoso Julius Glass; Daniel Francis/Frank Stone, joven mitómano y promisorio y perfecto en su imitación reemplazante de Grice; y qué función cumple la «interesante criatura» G. Herzfeld, supuesta hermana de Julius, refugiada alemana y judía, quien parece saber mucho acerca de lo que nadie sabe. La escena está servida y allí están todos narrados con palabras justas y exactas por una no del todo confiable voz plural omnisciente y externa pero que, por momentos, parece ser parte misma de la acción y estar espiando entre bambalinas.

Nada es tan sencillo. De ahí que pronto se sume al elenco estable e inestable la posibilidad de un «dybbuk»: espectro mítico judío y posesivo que, quién sabe, tal vez sea el gran intérprete (quien se las arregló para esconder su verdadera naturaleza y facha) reclamando venganza «à la Hamlet» desde el más allá en cuerpo de otro y voz ajena pero tan parecida a la suya. Todo se resuelve con la más poderosa de las ambigüedades en una noche de estreno de tragedia jacobina. Es entonces cuando acaba recordando a uno de esos relatos espectrales de Henry James o a alguno del «divertimentos» de Iris Murdoch en versión menos filosófica y más «grotesque». Es decir: es una novela de McGrath. Sale el espectro y entran los aplausos. Muchos.

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