LIBROS

Gonzalo Suárez, ironía y parodia

El cineasta y escritor ovetense nos ofrece dos libros en uno: recuerdos y jugosas anécdotas autobiográficas, junto a una «nouvelle» donde revisita lúdicamente el «Hamlet» shakespereano

Gonzalo Suárez (Oviedo, 1948) EFE

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«La musa intrusa» es un libro nacido de unir dos. Su segunda mitad es una novela corta que recrea en una docena de escenas una versión paródica nada menos que de «Hamlet». La primera se comporta como la autobiografía de la formación de Gonzalo Suárez (Oviedo, 1934) como escritor y las distintas tesituras por las que ha ido transcurriendo su peculiar mundo creativo. Aunque lo sean, sin embargo, no se leen como dos obras diferentes. Su unidad la proporciona el tono iconoclasta y humorístico con el que Suárez aborda su propia personalidad, ya que, si puede ser capaz de deconstruir uno de los mitos más sagrados de la tradición literaria, es porque ha sido antes deconstructor de su propia vida de hijo unido a un padre al que la madre ha abandonado. Una vez se lee la primera parte autobiográfica se entiende mejor el ejercicio de lúdico juego con la gran tragedia de Shakespeare.

Hay varios detalles de la biografía que explican la naturaleza de este libro. El primero es que empezó como actor, y precisamente representando a Próspero, de «La tempestad» de Shakespeare. El lector piensa conforme se desarrolla el libro que igual podría haber sido Falstaff, convertido en principal personaje de los «Enriques». Otro pormenor es que su vida familiar, tal como es contada, proporciona una visión en absoluto canónica de lo que era una familia en el franquismo. Empezando por el hecho de que fue el padre, profesor desposeído de su cátedra, quien se encargó de la crianza de sus hijos tras una separación de la madre. Gonzalo Suárez dedica esta obra a su progenitor.

Sin reproches

Pero no se traduce en esta autobiografía un tono de reproches hacia la madre, que había dejado el hogar para unirse a dos amantes sucesivos. Incluso resulta que una de las mejores escenas se desarrolla en la relación del protagonista con Helenio Herrera , famoso entrenador argentino del Atlético de Madrid y del Inter de Milán, que propició la ruptura del matrimonio. El tono humorístico predomina sobre el dramático, como si su existencia fuera la del actor al que le ha tocado representar diferentes papeles de un guion alocado, sin otro orden que el azar. Aunque podría decirse que hay otro orden escondido debajo de la continua sucesión de anécdotas : el del que ha vivido extraño de sí mismo.

De alguna manera, como si fuese la fuga continua de un escritor que ha entregado algunos de los libros más originales de la prosa de su generación, pero no pasa por ser escritor. Haber sido más conocido y premiado como cineasta ha ocultado la dimensión literaria que la primera parte del libro ayuda a explicar y que permite entender «La musa intrusa», la «nouvelle» hamletiana que funciona como recreación sarcástica y tono de parodia de una vida de traiciones familiares . Independientemente del hilo parental, esta autobiografía es valiosa para percibir desde dentro algunos ambientes y figuras.

Máscaras

Tres son las historias sobresalientes: la primera es el discurrir social de una bohemia barcelonesa en la que Suárez hace sus pioneras incursiones como escritor de la mano de su protectora Carmen Balcells. Son los ambientes del Boccacio que tantos han contado, y entre los que destaca el cariñoso retrato de la tristeza de Ana María Moix. Un segundo momento es la amistad con Claudio Rodríguez, y su don de ebriedad. El tercero, que aun siendo de interés me ha parecido algo desproporcionado, es la relación con el director Sam Peckinpah , una figura tan estrambótica como la dimensión que fue cobrando el carácter casi fraterno de la propia relación.

Hay también reflexiones sobre la alteridad, las máscaras y cada cierto tiempo destellos de luminosa genialidad , como cuando evoca la figura del padre: «Veo a mi padre con su perro pelirrojo a los pies y oigo el tecleo de su vieja Remington que llega a mis oídos como el torpe galope de un caballo percherón cuyos cascos pisotearan los días del pasado». Solo un gran escritor es capaz de una imagen así.

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