LIBROS
García-Margallo, cuando se escriben unas memorias de memoria
Un hombre con sus cualificaciones (¡estuvo en Harvard!) fue laminado por la envidia de Sáenz de Santamaría, que no pasó de la Facultad de Derecho de Valladolid
Escribir «memorias» no implica tener buena memoria. Pero si no se tiene, al menos es de agradecer el cotejar datos en la hemeroteca, la biblioteca o por lo menos la tantas veces fallida wikipedia. Está visto que José Manuel García-Margallo y sus editores de Planeta no estaban para esas minucias. Al menos, el autor que figura en la portada ha tenido el detalle -inaudito- de compartir el «copyright» con una agencia de contratación de conferenciantes, lo que le permitirá desviar culpas. Los errores y afirmaciones sorprendentes arrancan en la página 17 cuando dice que Pedro Erquicia saltó a la fama por presentar a Letizia Ortiz al Príncipe de Asturias. Para eso llevaba Erquicia casi cuarenta años de exitosa carrera en TVE. En la página 39 se habla de las presiones sobre el Rey en el segundo semestre de la Presidencia de Arias Navarro. Y uno se pregunta qué semestre fue ese. Arias se convirtió en presidente el 31 de diciembre de 1973 y en su segundo semestre el Rey no era tal, era Príncipe y gobernaba Franco. Y como fue destituido el 1 de julio de 1976 no está claro cuando fue ese segundo semestre.
En la página 42 atribuye a Paco Ordóñez la «Octava de las leyes Fundamentales» que es bien sabido que era una expresión de Lucas Verdú. En la página 58 explica que recuerda «como si fuera hoy» la legalización del PCE «aquel 9 de febrero de 1977, sábado de Gloria». No es para menos el recordarlo porque debe de ser el único año de la historia de la Cristiandad en que la Semana Santa fue en febrero. Habla de la moción de censura a Adolfo Suárez en 1980 y dice que «creo recordar que fue en aquel mismo pleno en el que Gregorio Peces-Barba, presidente del Congreso, estuvo muy cruel con Suárez...». Recuerda muy mal. Peces-Barba no fue presidente del Congreso hasta noviembre de 1982.
Con apasionados seguidores como el autor, a nadie extrañe como acabó Lavilla
El presidente de la cámara era el líder del partido de García-Margallo, Landelino Lavilla. Con apasionados seguidores como el autor, a nadie extrañe como acabó Lavilla. Habla de la sucesión de Fraga (pág. 180) por el «populista andaluz Hernández Mancha». Él sabrá si quiere definirlo como populista, pero Hernández-Mancha es extremeño de padre y madre. Cuenta cómo en 2004 Zapatero derrotó la candidatura a secretario general del PSOE de José Bono «exministro, expresidente del Congreso...». Ni lo uno ni lo otro. Fue ambas cosas después, cuando Zapatero llegó a la Moncloa. La ristra de errores es infinita . Habla (pág. 216) del «demoscristiano alemán Martin Bangemann que siempre fue un liberal, líder de su partido y ministro de Exteriores. Minucias. Atribuye a Mitterrand (pág. 219) la frase: «Me gusta tanto Alemania que estoy encantado de que haya dos». Y no digo yo que no lo dijese nunca el presidente francés. Pero el primero que lo puso por escrito fue otro François, el premio Nobel de Literatura Mauriac. Dice (pág. 274) que en el Congreso del PP en Valencia «Gustavo Arístegui, al final, fue el único en dar un paso al frente» y presentarse. ¿Por qué será que ese dato no aparece en ninguna hemeroteca?
Sorprendente
Según progresa el relato los errores factuales derivan en otro tipo de afirmaciones sorprendentes. Así sostiene (pág. 289) que el presidente del Consejo Europeo, Herman van Rompuy, le plagió su documento sobre la unión bancaria. Cita el supuesto europeísmo de León Trotsky (pág. 328). O afirma (pág. 403) que Alberto Ruiz-Gallardón se envolvió en la bandera del aborto para esconder su fracaso en el Ministerio de Justicia por el acoso de la vicepresidenta Sáenz de Santamaría. Vamos, que Gallardón carecía de principios .
Todo este libro tiene como única razón de ser el explicar que García-Margallo es lo más grande que ha pasado por la política española, pero que un hombre con sus cualificaciones (¡estuvo en Harvard!) fue laminado políticamente por la envidia de Soraya Saenz de Santamaría, que no había pasado de la Facultad de Derecho de Valladolid. Para que luego digan que es útil ir a Havard.
Una de las cosas más interesantes del libro es la innumerable lista de méritos políticos que se atribuye el autor. Él hizo la Constitución, él fue clave en la Transición, él jugó un papel decisivo en sus 17 años en el Parlamento Europeo, él nació «el mismo día que Fidel Castro -aunque dieciocho años más tarde-» y él salvó la política exterior de la catástrofe de Aznar. Y, por alguna incomprensible razón, esta ingente labor de García-Margallo ha merecido que él no sea nombrado ni una sola vez en las memorias de su jefe, Rajoy, al que dice que le debe todo. ¿Por qué será?